Mes: noviembre 2007

Cine y sentimiento

Estos últimos días he estado viendo películas que, por su formato o su duración, se alejan de lo que vendríamos a llamar cine al uso; entre ellas están Shoah de Claude Lanzmann o Dekalog, de Kieslowski.

Conforme voy añadiendo nuevas películas a mi filmoteca mental, más me percato de la importancia que el sentimiento tiene en el cine y, en general, en cualquier obra de arte. Parece banal decirlo, pero en un arte donde la masacre nazi ha sido tratada desde tantos puntos de vista (sentimentaloides, verosímiles, falsos, humanos, descorazonadores) parece que el espacio para crear emociones se va angostando hasta arriesgarse a quedar reducido al cliché. Sucede en la novela. Uno ya no puede abrir un libro que trate de la Guerra Civil sin que le sobrevenga un hastío formidable y una curiosidad malévola por descubrir en qué capítulos el autor se regodea en los estereotipos más quemados; especialmente si el lector ya se ha metido entre pecho y espalda unas cuantas novelas de éstas.

Al cine oscarizado de Benigni, Spielberg, Polanski et al. ya había contestado algunos años antes Claude Lanzmann y, a mi entender, cerrando el tema: nueve horas de entrevistas con los buenos, los malos, los que colaboraron y los que no. Sin tanques, sin imágenes de documental, sin banda sonora, sólo la cámara y los testigos. En la actualidad, el cine comercial e independiente va más del lado de los malos: Moloch de Sokurov, La caída de Hirschbiegel; en fin, ¿qué realizador español o extranjero será el primero en dar el paso y contar una historia desde el lado «humano» del nacional-catolicismo?

Si los medios no dan el sentimiento, el sentimiento tendrá que llegar de otra manera. A través de un guión sensato, unos personajes reales; en fin, por medio de la honestidad. Y ahí podemos entrar en juego el resto de los mortales, los que no tenemos una productora dispuestos a pagarnos un viaje a Treblinka: tú, yo, él.

Ein Hungerkünstler


Tendré que salirme del hambre, un día de estos.

<<En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.>>

Un artista del hambre, Franz Kafka

 

Voyage au bout de la nuit

Todo el poder nace de un sueño y de la punta de una flecha
y entre página y página cabe toda la espesura del mundo:
los caballos cruzan los ríos y los montes como si fueran capítulos de un libro
y en medio del combate se abre camino un suave prado
donde el otoño, más allá de los hombres caídos,
más allá de los aceros mellados, empalidece delicadamente el pasto
y ruboriza de amor las mejillas:
todas las ramas del bosque se unen para albergar esta pasión,
todos los arroyos espejan la luz para que llegue hasta el fondo:
entre los árboles aún está el niño que expropia y se enamora y se desangra
y una lluvia de flechas asegura la victoria, implacable como el tiempo,
más terca que la bota que ahora patea el estante.

Alberto Szpunberg