Mes: febrero 2008

Una de poetas -ya no tan – raros: Aníbal Núñez

Ocurre con demasiada frecuencia en Españeta que poetas desconocidos – y no tan sólo desconocidos sino abiertamente despreciados – vivan su momento de gloria una vez fallecido autor y crítica. Tanto mejor para los que venimos después, pues no sólo nos ahorramos los insufribles e inasibles despieces a los que profesorado y columnistas con cátedra en London y Wysconsin nos tienen acostumbrados, sino que una vez enajenados por su propia idiosincrasia de la mecánica de la Historia de la Literatura, es decir, de las antologías y libros de texto, su descubrimiento se vuelve tal que una pasión clandestina.

Ahora que se hacen poemas a la ontopraxeología del Space Invaders, Pikachu cabe en algún heptasílabo y, en definitiva, los gafapasta tratan de hacer el pop «contemporáneo», válgame el oxímoron, sobre todo cuando hablar del pop con más de 40 debería ser jurídicamente punible, pues Yo, y esto es decir, los que no sabemos nada de nada nos vemos en la tesitura de comprobar que eso ya estaba inventado por Aníbal Núñez, amongst others, cuando los del CDS o los sociatas gobernaban, y que la modernidad o contemporaneidad no es más que un refrito de estructuralismo, postestructuralismo y cromos de Mazinger Z, vamos, com Jorge Valdano haciendo metafísica sobre la mala hostia de Juanito.

Sacados los dos próximos de Fábulas Domésticas, editado por alguien en algún lugar. Atención al ritmo, la ausencia de comas le proporciona al poema lo que otros han querido llamar «flujo de conciencia» o más prosaicamente «baba cerebral», tan inteligentemente diseñada para la res del poema.

OH, NÁYADE, NEREIDA, NINFA SIRENA, TÍA

Oh, náyade, nereida, ninfa, sirena, tía
buena reproducida
todo color tamaño
casi natural muslos
apetitosos anunciando
un producto, pongamos,
anticongelante, verbi gratia
gratia plena de ganas de comerte
poseerte en pleno escaparate

lo malo es que sabemos que nuestro
atrevimiento
lo pagaría el seguro
y mucho peor saber que nuestro muerdo
no iba a encontrar una manzana viva
sino más bien sabor de cartonpiedra
y una falsa apariencia de relieve camal
en la litografía
y acabamos comprando cualquier cosa
en desagravio, buenas tardes,
por nuestros malos pensamientos.

AQUÍ OS QUISIERA VER ASTUTO GATO
Aquí os quisiera ver astuto gato
con botas pulgarcito
el valiente de nada
os iban a servir todas las tretas
argucias y artimañas contra batman
y supermán son pocas siete leguas
para alas supersónicas los ogros
tenían poco cerebro y mucho estómago
para poder hacer la digestión
de los tiernos infantes no tenían
sin embargo radares que les diesen
la pista de la carne ni i.b.emes
para contar en un segundo
cuántas migas dejaste en el camino
[…]

Yet another post misterioso

Residuo
Carlos Alberto Drummond de Andrade

De todo quedó un poco.
De mi miedo. De tu asco.
De los gritos reiterados. De la rosa
quedó un poco.

Quedó un poco de luz
captada en el sombrero.
En los ojos del rufián
de ternura quedó un poco
(muy poco).

Poco quedó de este polvo
del que tu blanco zapato
se cubrió. Quedaron pocas
ropas, pocos velos rotos
poco, poco, muy poco.

Pero de todo queda un poco.
Del puente bombardeado,
de dos hojas de césped,
del paquete
-vacío- de cigarrillos, quedó un poco.

Pues de todo queda un poco.
Queda un poco de tu mandíbula
en la de tu hija.
De tu áspero silencio
un poco quedó, un poco
en los muros irritados (enfadados)
en las hojas, mudas, que trepan.

Quedó un poco de todo
en la fuente de procelana
dragón partido, flor blanca,
quedó un poco
de arruga en tu frente,
retrato.

Si de todo queda un poco,
entonces ¿Por qué no quedaría
un poco de mi? ¿en el tren
que lleva al norte, en el barco.
en los avisos del periódico,
un poco de mí en Londres,
un poco de mí en algún lugar?
¿en la consonante?
¿en el pozo?

Un poco queda oscilando
en la desembocadura de los ríos
y los peces no lo evitan,
un poco: no está en los libros.

De todo queda un poco.
No mucho: de una canilla
cae esa gota absurda,
medio sal y medio alcohol.
salta esta pata de rana.
este vidrio de reloj
partido en mil esperanzas.
este cuello de cisne,
este secreto de infancia…
De todo quedó un poco:
de mí; de ti; de Abelardo.
Un cabello en mi manga,
de todo quedó un poco;
viento en mis orejas,
simple eructo, gemido
de víscera disconforme,
minúsculos artefactos,
campanilla, alvéolo, cápsula
de revólver… de aspirina.
De todo quedó un poco.

Y de todo queda un poco.
Oh abre los vidrios de la loción
y aspira
el insoportable mal olor de la memoria.

Pero, de todo, terrible, queda un poco,
y bajo las olas ritmadas
y bajo las nubes y los vientos
y bajo los puentes y los túneles
y bajo las llamaradas y bajo el sarcasmo
y bajo la saliva y bajo el vómito
y bajo el sollozo, la cárcel, lo olvidado

y bajo los espectáculos y bajo la muerte escarlata
y bajo las bibliotecas, los asilos, las iglesias triunfantes
y bajo tú mismo y bajo tus pies duros
y bajo los goznes de la familia y de la clase,
queda siempre un poco de todo.
A veces un botón. A veces una rata.

Todo el mundo habla de La Soledad

Hablemos claro: a poca gente le gustará esta película. En primer lugar porque emplea un lenguaje narrativo al que el espectador español no está acostumbrado y en segundo lugar porque la puesta en escena de ese lenguaje en pantalla es un ejercicio hiperrealista tras el cual que apenas quedan trazas o distancia entre lo que sucede a un lado y a otro de la pantalla. Lo que ocurre allí, ocurre aquí, verbatim.

Por eso, y porque las historias son vulgares de puro común (peleas por un piso, cáncer, separaciones) Rosales se detiene en lo banal desde una mirada petrificante y avasalladora: el espectador no debe enfrentarse sólo a la tensión dramática una escena, sino también a lo que ocurre en los bastidores. La mirada del voyeur, no trata de seducir al personaje ni al espectador, quiere hacerlos uno y que compartan la miseria.

En La Soledad se ve al Rohmer de los Cuentos, al Haneke de las primeras películas e incluso al Guerín de En construcción: planos largos sin movimiento, historias abiertas, ausencia de música ambiental, conversaciones fútiles pero que dicen más de lo que callan (en la película de Rosales, el dinero es un elemento «sospechoso» de separación). Y sin embargo, vale.

Uno es el poeta, Jaime Sabines

De verso llano, directo y algún mesticismo; y de una elegía (Algo sobre la muerte del Mayor Sabines) con tintes más modernos (es el cáncer el que le atrapa) que en Miguel Hernández, Lorca o Jorge Manrique está lleno uno de los dos únicos libros editados de Jaime Sabines en España, Uno es el poeta, editado por Visor hace un par de años.

No debe confundir al lector o al crítico la tonalidad ligera, casi de celebración romántica de muchos poemas Jaime Sabines. Porque al igual que el Neruda de los poemas de amor, o Benedetti – antólogo frecuente del mexicano -, bajo la apariencia de poesía para enamorados se esconde una reflexión constante sobre la condición humana en todas sus virtudes y defectos: la metafísica, la política, la irónica.

Os dejo con la que yo creo es la parte más emotiva del poema dedicado a su padre, incluído también en la antología Las Ínsulas Extrañas. Este soneto en concreto y no otro porque cuando lo leía iba de camino al curro en el último asiento de un autobús, en un atasco en medio de la carretera de Vicálvaro a San Blas. Y ahí en medio, pensé en mi padre, pensé en el padre de Jaime Sabines y me dió, ¡cosas de la vida!, por echarme a llorar.

Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.

Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Amputado de ti, a medias hecho
hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,

Ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis hijos y mis días, y me aflijo.