Ayer me quedé dormido en el coche. Me despertó el ruido de la tormenta contra el parabrisas, lluvia que no paró hasta llegar a casa. Y para celebrar tan emotivo acontecimiento (soy un romántico indefinible), escribí el tercer poema de las constructoras, a la regular estela del último éxito desta web.
Ferrovial o La fábula del lechero
Nunca te dirá no conduzcas hoy nunca te dirá tenemos que visitar a mi madre nunca te dirá el niño es tuyo nunca te dirá ella te ha vuelto a llamar nunca te dirá sin ti no soy nadie o por favor no te enfades no me golpees en la cara estás enfadado jamás volverás a verme o me enciendes como una tea cambia de canal estás engordando estás borracho.
Nunca te dirá ven a mi casa esta noche. Nunca te dirá ¿estás solo? ¿Solo? ¿Solo? Solo. Solo.
Hoy estoy de celebración porque escribo el post número 82, un número tan simple como cualquier otro (ni siquiera es primo – vicios de la profesión), menospreciado salvo por los muy futboleros, auténtica raíz de nuestra patria, junto a los toros, el sol y la siesta y por tanto raíz igualmente de nuestra poesía.
La crisis inmobiliaria nos ha traído, además de un torrente de noticias hecatómbicas y desgracias personales globalizadas, una nueva orografía que haría pensar de nuevo al Antonio Machado de Campos de Castilla: donde antes pastaban las ovejitas y cabras, se levantan hoy cadáveres de hormigón que rompen como olas de ladrillo contra un horizonte que no quiere entender de recalificaciones. Y me pregunto, ¿podría traen estos cementerios de la especulación una nueva forma de poesía? Porque a fin de cuentas, poesía verdadera es poesía que habla de lo que le rodea, y lo que nos rodea a los pobres diablos que crecimos entre asfalto y adoquines, y no entre bucólicos paisajes, es la transformación sistemática de los pocos paisajes agrestes que rodeaban las ciudades por mor y gracia de las grandes constructoras. Lejos de hacer un alegato panfletario a favor o en contra, lo cierto es que la modificación del paisaje tiene visos de ser eterna, o al menos, irrecuperable. Sea para bien o para mal, quién nos dice que en una década no se pone de moda hacer parques y todos los chalés pasan a ser el pasto de cagadas de perro. Antes se trataba de descampados con neumáticos, revistas de pornografía y coches quemados, hoy esos descampados se llaman Seseña, Valdemoro, etcétera.
En fin, todo esto porque hoy me reencontré con un poema que se titulaba Colonial o El arte de la seducción y que en principio me aterrorizaba por su frialdad, hoy le he cogido más cariño.
Colonial o el arte de la seducción
Permanecí tres meses sentado junto a la ventana que da a mi calle.
Se detenían coches, aparcaban recogían a sus niños, pitaban a los abuelos, gatos arrollados bajo el caucho de sus espuelas.
Ninguna de estas cosas poseía color, ni me eran agradables, pero allí me quedé, sentado, observando al portero que cortaba los setos mientras la mujer dormía, y él no andaba borrachos del triste vino, triste, de las tascas del barrio.
El afilador con su harmónica titiritera y la piedra de afilar a horcajadas de la Vespa.
Los SIMCAS con megáfonos irradiando canciones de colores desleídos y hablando de González o de otro concejal del CDS.
El esperpento de la cabra subiendo la escalera a ningún sitio y que bajaba de nuevo al asfalto a recoger limosna con las patas ennegrecidas por el alquitrán, picadas las pezuñas por la grava.
Quizá sea ahora cuando debiera decirte que el poema que lees es un itinerario inconsciente por mi infancia y años solitarios de mi adolescencia.
Me enamoré de ti y pasé varios meses anhelando que cruzaras mi calle, y yo habría quedado muerto de pánicos tras las cortinas sin siquiera bajar para ayudarte a volver a tu casa: la metáfora.
Hoy escuché tu nombre y tu historia clínica. Algún tipo te envenena el corazón y vives, otro lo encuentra y lo muerde, el último lo tira en una caja al Río Henares. Tomas Tranxilium, y no puedes dormir. Insectos te devoran la piel. González no ganó. Yo quiero terminar con el poema y con todo este juego. No puedo.
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