Diario de Londres IV

En Confesiones de una geisha (en la película, al menos) se detalla cómo la preparación de una geisha incluye deleitar con la palabra a su acompañante, por lo tanto el arte de la conversación constituía un pilar de su educación. En Un amour de Swann, de Proust, también se dedican pasajes a esta disciplina perdida. El retrato de Dorian Gray es un manual de retórica oculto bajo una novela corta.
¿Cuándo se perdió el arte de conversar o al menos la pudicia? En muchas ocasiones he sentido una gran vergüenza mientras contaba una anécdota que yo consideraba graciosa, pero que al resto dejaba indiferentes. Así, según voy haciéndome consciente de que el chiste no es para tanto, el rubor me quiebra la voz y termino bajando la mirada, como si interiormente me amonestara por decir algo que no he pensado antes.
El vicio se convierte en virtud y la impudicia es valorada como la cualidad. Ayer mientras lamentábamos las faltas de asistencia de los parlamentarios al Congreso de los Diputados llegamos a la conclusión de que resultaban mucho más humillantes los momentos en los que todos los parlamentarios acudían a ejercer su condición de ídem al hemiciclo, pues convierten las sesiones en una batalla entre dos aficiones rivales; mientras que el panorama solitario, rácano, que presenta normalmente, le da un aire más funcionarial, más diplomático, más tranquilo.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.