Dejar marchar

Hace quince días que no leo ningún tipo de diario. No se trata de una toma de postura intencionalmente política, ni de una promesa de Año Nuevo. Lo que ocurrió fue lo siguiente: yo estaba leyendo la enésima encíclica papal oculta bajo el formato de artículo periodístico en un diario de tirada internacional, y me pregunté que qué pasaría si nunca más acudiera a los periódicos, a la televisión o a Internet para enterarme de lo que pasa en el mundo. Lo que en el fondo quería preguntar es qué pedazo de mundo me quedaba una vez eliminada la prensa de mi circuito epistemológico. El Papa me daba igual.

No pretendo hacer un homenaje a las pequeñas cosas. Me disgusta -y no debería ser así- el cotidianismo, el afán desmedido por encontrar la belleza en las palomas cagonas, en los viejecitos achacosos, en los gamberros imberbes. Palomas son palomas, viejos son viejos y gamberros, gamberros. El mero propósito ya es venenoso y traicionero: encontrar la belleza como quien sale a buscar trufas al bosque. Qué pasaría entonces si uno no buscara la belleza y se rindiera ante su inútil propósito. Qué pasaría si uno saliese al bosque porque salir al bosque es de por sí suficiente motivo para salir al bosque. ¿Qué encontraría?

Ya lo sospechaba cuando mantuve las distancias con el televisor hace algunos años y con la maraña de blogs que perseguía a resuello por la Internet: a veces hay que dejar marchar. No es fácil dejar marchar la televisión, por ejemplo, si se la enciende durante tres horas al día. Uno crea un vínculo con ella, se vuelve parte de la familia e incluso preside la mesa, eso sí, sin probar bocado. Dícese de instrumento de paladar demasiado exquisito.

Los blogs son más adictivos: yo sufría una parafilia con aquellos que hablaban -mal- de literatura. Alguien tomaba un libro y no solo se molestaba en navegar por su prosa desagradable, sino que hacía acopio de fuerzas tras la horrible experiencia -porque se le queda a uno como una película blancuzca en la mente tras leer un mal libro-, y pergeñaba cuatro o cinco párrafos en los que, si el libro así lo justificaba, se daba cera al autor, al editor, al corrector, al traductor y a la suegra de todos y cada uno de ellos. ¡Si el libro lo justificaba! Que era la mayor parte de las veces. Luego estaban los blogs que chamuscaban a los primeros: los críticos de los críticos. Yo gozaba de mi Schadenfreude, esto es, el gusto por el latigazo en el lomo ajeno, pero me ocurrió lo que viene siendo ya un tic de oficio. Cuantos más años pasan, cuanto más uno va pensando en personajes, en mundo, en contar, más se mete uno en la piel de otros. Y pasó que empecé a meterme en la piel de los escritores sañosos. Y claro.

Así que dejé marchar a los blogs, también. No del todo, porque al final siempre lees uno o dos; siempre hay algún amigo que menciona alguna noticia. Digamos que dejé la puerta abierta. Y sienta bien. No solo por los blogs. La puerta abierta para la salida es también la de entrada.

Este verano viajé a Mallorca. Fue uno de esos viajes raros, sin motivos reales para hacerlo. Uno de esos viajes que se hacen a desgana y casi por obligación, casi un tránsito de negocio, una formalidad, una despedida cuando hacía meses que no quedaba nada de lo que despedirse. A mí estos viajes me agotan, y bien lo sabe mi hermano, que tuvo la gentileza de acompañarme durante los días que empleamos allí. Solo él sabe que el trayecto por Mallorca fue mucho más impactante para mí de lo que inicialmente había previsto, solo él sabe de las conversaciones que tuvimos y mantuvimos durante horas, y me sorprende ahora que la mayoría de ellas no tenían que ver siquiera con lo que allí me había llevado. Fue él el que me dio la pista de la puerta abierta: en ocasiones, hay que dejar marchar. Aunque la casa se quede hecha una pocilga. Siempre será más cómodo no tener a los incómodos huéspedes dejando huellas allí donde acabábamos de frotar con lejía. Y como siempre, la ayuda es más pronta si la casa está abierta. Creo que fue algo así. Solo recuerdo estar solo, y con mi hermano. He sido feliz desde entonces.

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