Mes: abril 2013

Todas las Ismenas del mundo

En un artículo anterior hablaba de que uno de los núcleos de Antígona era el conflicto entre la ley divina (o de la costumbre) que Antígona se niega a violar, y la ley de los hombres, sancionada por Creón, para la supervivencia de lo político.

Sin embargo, lo que hace Antígona una obra imperecedera no es el enfrentamiento de dos obstinaciones opuestas pero enraizadas en la misma hybris. Es el reflejo de lo público en la obra lo que la hace perenne, y esto sucede a través de los personajes secundarios que circulan por la misma.

Nosotros, los mortales, admiramos a Antígona o a Creón porque son héroe y antihéroe. Su condición heroica es lo que los convierte en admirables y también en ideas en movimiento. Poseen aquello que hace vibrar el alma humana, ya sea la canción de la dicha o el lamento de la muerte. Como espectadores vemos voluntades, ideas en colisión, no personajes. Y si bien tanto Antígona como Creón muestran debilidades a lo largo de la obra, son éstas dispositivos dramáticos para el transcurso de las acciones, no para la construcción de los personajes. Creón, por ejemplo, solo atiende a razones cuando el mensajero de los dioses, Tiresias, le advierte que está jugando a un juego que nunca ganará. Ni el hecho de que su hijo le reniegue, ni que vaya a mandar a la muerte a un familiar parece que conmuevan a Tiresias: nada humano le empuja a sus acciones, solo aquello que está ajeno a su poder absoluto, lo divino, le hace cambiar de parecer. De igual manera, Antígona está presa de su propio proyecto: ni su hermana Ismena, ni su futuro marido Hemón, ni tan siquiera la certeza de su muerte la desvían un tanto de su propósito. Como digo, en la tragedia estos personajes-voluntades en los extremos de la acción permiten su desarrollo y que se produzca el debate dramático que una buena obra debe contener.

Son los personajes humanos, los que están infectados con la duda y el cambio de pareceres, lo que hace de la obra un pieza digerible, y no un toma y daca de opiniones. Y por cierto que en Antígona solo hay un personaje secundario que se ajuste a este criterio: Ismena. Hemón es una herramienta para Creón, una pieza de engranaje que eleva la infamia del dirigente a un grado superlativo. Tiresias solo aparece para dar voz a la conciencia manchada de Creón y Eurídice resalta el resultado de la tragedia.

Ismena es el único personaje con el que el público no insigne puede establecer una relación personal: cargada de buenas intenciones pero incapaz de actuar, y cuando lo hace es demasiado tarde o ya no es necesitada. Su periplo en la obra es el más complejo de todos puesto que nunca sabe dónde estar: por supuesto ama a su hermana y respeta a los dioses, pero teme a la vida tanto como teme a su destino. Es ella la que trata de rebajar el conflicto al plano de la cordura.

Debemos ser sensatas. Recuerda que somos mujeres,
no hemos nacido para combatir con los hombres. p.73

Cuando  Ismene se refiere a los «hombres» y a las «mujeres» no se aleja del universo del texto. Todos los hombres que aparecen en la obra se mueven por pulsiones mortíferas, por el instinto de guerra, sangre, patria y muerte. Creón como gobernador injusto, Eteocles y Polinices como guerreros fratricidas. Ismene no dice que las mujeres no estén preparadas como los hombres para combatir, sino que el objeto de su nacimiento, el porqué han sido puestas en este mundo por los dioses no es el mismo que el de los hombres: ellas no nacen para morir, sino para vivir. Antígona decide cambiar su destino como mujer para enfrentarse a una injusticia, ajustándose al de los hombres se entrega a la muerte.

Antígona: Tú elegiste vivir. Yo elegí morir. p.626
Antígona: ¡Valor! Vive tu vida. Me entregué a la muerte hace tiempo, así que serviré a los muertos. P.630

Parece que Ismene es un reflejo del ciudadano moderno: atrapado entre la lucha contra la injusticia y la muerte; y la sumisión, y la prolongación de una vida fundada en la injusticia. Por qué Ismene elige primero la obediencia y después la rebelión, aunque a destiempo, aun nos intriga como espectadores y como ciudadanos.

Antígona, de Sófocles

No recordaba la Antígona de Sófocles tan cruda, tan letal, tan terrorífica. Tal vez porque me he reencontrado con la traducción inglesa de Penguin (de Robert Fagles), que es fácil de leer y precisa, y porque no hacía mucho que había terminado la versión de Jean Anouilh. Que aún tratándose de un epítome bastante potable del texto griego sufre del vicio estilista de Anouilh. Para descargo del dramaturgo francés, he de decir que leí el texto en una traducción al inglés, así que es más que posible que algunos giros se hayan perdido.

Lo que sí es claro es que, a pesar de Anouilh, la Antígona de Sófocles no es una heroína ni una revolucionaria. No se rebela contra la ley de Creón porque la considere injusta o ilegítima: es la ley de Creón la que apisona la ley divina según la que se guía la vida de Antígona. La ley de Creón es la ley de los hombres: aquella que no se pretende eterna, que puede ajustarse, cambiarse, convenir, en algún momento, a la voluntad de los ciudadanos. La ley de Antígona es la ley de los dioses, la inmutable, la garante de la costumbre y el orden social ajeno a los ciudadanos, y que no tiene contestación posible. Desobedecer la ley divina es desobedecer a los dioses, y Antígona, como hija de Edipo, ya sabe lo que es no contar con el beneplácito del Olimpo. Así, el centro de la obra no son las acciones de Antígona, pues ella cumple con el ritual que ordenan los dioses, segura de que su destino ya está forjado pero con una pulsión de vida muy legítima, muy humana: quizá si obedece a los dioses pueda expurgar el destino fatal que le ha sido asignado. Es entonces el desafío de Creón el centro de la obra, justo cuando promulga una ley que va en contra de la ley divina: aquella que concede al traidor, al loco que pretendía derribar los cimientos de Tebas, los mismos honores que al héroe que salvó la polis.

Lo fácil, lo sencillo es transportar el material de Antígona bajo la lectura previa a cualesquiera situaciones contemporáneas: Antígona puede ser un miembro de la Resistencia Francesa si así nos conmueve o puede ser una integrista dispuesta a la inmolación por llevar a caso su programa político-religioso. Si los dioses están por encima de los mortales, si están más allá del bien y del mal, ¿por qué habríamos de consentir que los hombres pusieran límite, con sus torpes mañas, a leyes que han servido para la convivencia de generaciones?

Antígona, por Frederic Leighton

Como en tantos debates contemporáneos, el origen de esta tragedia es que Antígona y Creón hablan de cosas distintas. Mi amiga Sarah Provencal ponía el ejemplo de las batallas entre pro-abortistas y anti-abortistas. Decía que no se trata de que las pro-abortistas aboguen por el aborto en sí, sino por el derecho al mismo: por una cuestión sanitaria en primer lugar (que el estado garantice un aborto convenientemente atendido llegado al caso), y de derecho (que las mujeres puedan considerar el aborto en un entorno de libertad individual) en el segundo. Los antiabortistas, sin embargo, parten primero de un criterio moral (matar es erróneo) y luego clínico (las consecuencias para la salud mental del entorno han de ser tenidas en cuenta). Los primeros no incitan al aborto, y los segundos no se oponen a un estado con soporte sanitario. Así que el debate está viciado desde el comienzo y eso impide la racionalización de los argumentos.
En el caso de Antígona, ésta nunca niega que Polynices sea un traidor; y Creón no se enfrenta, de manera consciente, a los dioses. De hecho, los dioses no aparecen en esta obra (como si ocurre, por ejemplo, en Filoctetes): ellos solo se ocupan de los muertos y tanto Antígona como Creón son mortales y viven. El ritual marca este paso: los mortales dejan de pertenecer a la tierra para pertenecer a los dioses. Invertir u omitir el ritual es atentar contra la ley divina que se erige como la semilla de la sociedad, y Antígona conoce muy bien que la violación de estas leyes conduce a las más terribles desdichas. El incesto y el parricidio de su padre-hermano Edipo provocó la peste, la guerra y el fratricidio y casi la aniquilación de Tebas.
Solo la aparición de Tiresias, el ciego-visionario, el hombre-mujer hace ver a Creón que la ley que promulgó insulta a los dioses.

You, you have no business with the dead,
nor do the gods above – this is violence
you have forced upon the heavens.

Creón es ahora consciente de la gravedad de su ofensa, pero ya es demasiado tarde y, como en el caso de Edipo, el orgullo arrasa con todo lo que le hace mortal: su hijo, su esposa, su reputación como gobernante. Solo la ciudad parece sobrevivir a la tragedia de su gobernante, como antaño hizo con Edipo.