Las Traquinias, de Sófocles

Deyanira

La historia de Las Traquinias es la historia de un amor que nunca existió. Porque si el amor no es recíproco entre los amantes, lo que se da es deriva, locura, el enamoramiento en el sentido fatal de la palabra.

Deyanira no soporta conocer que la mujer que Heracles ha enviado a palacio antes de su llegada, es su amante. Como un presagio cruel, lo que era dicha para Deyanira y su hijo Hilo se transforma en una burla ostentosa de Heracles, quien hace valer el dicho «en la guerra y en el amor, todo vale». Yuxtaponiendo amor y guerra en el mismo orden sintáctico. El impulso sexual de Heracles surge del mismo lugar oscuro que su impulso homicida.

LICAS […] A Heracles le entraron un día enormes deseos de poseer a esta mujer, y por lograrla su lanza destruyó su ciudad paterna, Ecalia, arrasada hasta los cimientos.

Arrasar Ecalia, arrasar a Yole, su amante, reducirla a los escombros que su mezquindad dicta, bajo la excusa de una pasión que se apodera del macho y le hace perder los estribos por unas caderas. Yole debe ser conquistada y por tanto destruída.

Lo que Deyanira desea no es a Heracles, sino su amor. El amor. Apela a su ternura, a su cariño, ignorante de que no existe y acaso no existió jamás. Como Yole, ella también fue esclava de los deseos de otro hombre, de un río; Heracles la salvó de un apellido para someterla bajo otro, prometiendo una crueldad menor. Ella ya sabe de las infidelidades de su marido y de sus pulsiones, pero aún guarda esperanzas de un brote de bondad. La muerte agónica de Heracles nunca estuvo en la cabeza de Deyanira. Cuando se sabe responsable, se da fin rápido y cubierta de vergüenza. El martirio de Heracles le sirve para encontrarse con su propia historia de terror y morir enterrado en su furia, sin llegar a reconocerse nunca, sin llegar a saberse vulnerable, tanto como sus semejantes.

Estoy siguiendo esta versión de las obras completas de Sófocles.

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