Teatro y Política, clase en Pa'Tothom del 28-9-2016

(Esta clase se impartió en el Forn de Teatre Pa’Tothom, Barcelona, el día 28 de septiembre de 2016)

Muchas gracias a todos por venir, es un honor compartir estos momentos con vosotros. Vivimos en una época en la que lo político (entendiendo político como aquello que detenta y ejerce el poder) se ha ido desplazando, poco a poco, del ciudadano común a los técnicos del poder: políticos profesionales, economistas, sociólogos. Puede decirse, sin equivocación, que nuestra intervención y poder de decisión en asuntos que nos conciernen directamente como ciudadanos que viven en un estado democrático se ha reducido al mínimo o bien ha sido delegada a estos técnicos.

Esta separación o este desplazamiento del poder del ciudadano hacia los mencionados técnicos es, en sí misma, política. No es fruto de la casualidad. Los movimientos sociales más recientes, como el 15M, las revoluciones árabes o latinoamericanas confrontaron esta idea y hoy está más en cuestión que en las últimas décadas.

En el teatro ocurre algo similar. Existe, por ejemplo, una división entre teatro profesional y amateur; teatro social y teatro clásico; teatro comercial e independiente. En realidad, estas divisiones son también dirigidas y son ideológicas: no emergen del oficio del teatro por sí solas. Tanto en política como en teatro, las formas de ser dichos, producidos y llevados a la acción, vienen determinadas por la ideología de la clase dominante. En nuestra época, la clase dominante es la burguesía y por lo tanto todo el teatro creado en esta época es teatro que se mueve dentro de los parámetros de la clase burguesa. Pensad en el barrio en el que estamos: el Raval. Es un barrio multicultural, diverso y combativo que ha sido retratado en múltiples ocasiones como conflictivo y peligroso y en el que, además, se instalan videocámaras en el espacio público. Esto tiene un doble significado. Al visitante se le advierte que es un sitio seguro, porque está vigilado, pero que también es un lugar potencialmente inseguro, porque ha de ser vigilado. Al local se le está diciendo: ojo con lo que haces que te estamos viendo, es decir, se le culpa preventivamente de un crimen que no ha cometido, se le coloca en un grupo social que debe ser vigilado. Lo paradójico del asunto es que si se debiera instalar videocámaras para evitar crímenes, lo más lógico sería instalarlas en barrios ricos, como Sant Gervasi o Sarrià, que es donde un criminal pensaría en actuar, pero no en el Raval, que es un barrio empobrecido. Volviendo al teatro. Uno de los teatro más importantes del Raval es el Teatre Romea, donde se representan obras maravillosas, muy lúcidas, con los mejores artistas de Cataluña y España. Sin embargo, pocas o ninguna de esas obras tienen nada que ver con el Raval ni la diversidad de su gente. Casi sin excepción, las obras que se representan en el Romea son de autores de clase media-alta, casi todos hombres blancos, con actores y actrices de clase alta, blancos, que tratan problemas de gente blanca de clase media-alta; los precios de los tickets rondan los 22 euros, innacesibles a la gran mayoría de los residentes en el barrio; en definitiva, es un teatro completamente desconectado de la realidad del Raval, de sus problemáticas y su gente; es un teatro que está en el Raval pero no es del Raval. Es un teatro para la clase de gente que puede permitirse 22 euros por una entrada y que viene a ser la misma que produce, escribe, dirige, actúa y promociona este tipo de teatro.

Todo el teatro que se escribe bajo la Grecia del siglo V a. C. sigue y refleja el pensamiento, modos y costumbres de aquella época (democracia de élites, ciudades-estado); en Shakespeare, los temas, formas y contextos pertenecen a los de las monarquías imperantes y a su organización socioeconómica. Así y todo, cualquier ideología porta una contradicción dentro de sí; por así decirlo, un punto de vista que nos enajena de su cauce original y nos permite observarla y estudiarla. No existe una ideología perfecta, pues esta sería invisible y sus mecanismos de control y represión no serían observables ni combatibles. La tiranía, por ejemplo, se contrapone a los derechos sociales, a partir de los cuales surgirán los levantamientos contra la misma; las democracias han de resolver la problemática del derecho individual a la del bien común; las sociedades burguesas imponen el derecho a la ganancia individual pero existe la imposibilidad material de una ganancia infinita. El teatro de cada época, aunque se construya bajo los parámetros de la sociedad en la que surge, representa también sus contradicciones. Si seguimos las obras de los griegos antiguos, podemos leer cómo el peso del mito y de los dioses se va diluyendo desde Esquilo hasta Eurípides. Medea, por ejemplo, es una de las primeras obras donde la acción humana no viene determinada por el arbitrio de los dioses. Shakespeare escribió obras donde los protagonistas, aunque villanos, se oponían a unas formas de poder que venían otorgadas por lo divino y reclamaban un reparto del poder conforme a los méritos adquiridos y no al lineaje.

Escribir hoy una obra como Shakespeare o como los griegos es un acto exótico, de virtuosismo de estilo, pero no un teatro contemporáneo, puesto que ni los monarcas son los mismos, ni la estructura social se asemeja a la de la época de estos autores. Una idea nefasta para entender, escribir o producir teatro es pensar que hay algo así como una universalidad de temas a tratar. Que aquello que Shakespeare escribió hablaba a los hombres del futuro o que la hybris griega puede encontrarse hoy en alguna obra de Arthur Miller de la manera en que se encontraba en Sófocles o Esquilo. Esta es una interpretación etnocéntrica, en muchos casos colonialista y siempre reaccionaria. Supone que la historia de la pasiones permanece inalterable aun cuando la historia de las naciones cambie, es decir, la política no es más que un juego fatuo e innecesario porque los seres humanos somos incorregibles. Un ejemplo fantástico de este tipo de pensamiento se encuentra en un texto de Laura Bohannan sobre Hamlet. El texto original se titula Shakespeare in the bush, que puede traducirse como Shakespeare en la selva, aunque en el original «in the bush» suena mucho más despectivo que en castellano. En el texto, la antropóloga relata cómo acude a territorio Tiv con la idea de transmitir la presunta universalidad de Hamlet a los habitantes del lugar y acaba desesperada y frustrada puesto que los habitantes del lugar consideran a Hamlet un necio y no un héroe, como Bohannan creía y quería hacer creer a la gente de la selva. (Refiero también a otros aspectos del texto de Bohannan bastante curiosos, como por ejemplo que retrate a los Tiv como a una tribu perdida en la selva, cuando solo el grupo etnolingüístico supera en población a Grecia o a Bélgica y cuya extensión geográfica es del tamaño de la península Ibérica).

Quiero que nos hagamos cargo de cuál es nuestra posición en el mundo y en la sociedad, con todas sus ventajas y, sobre todo, privilegios. Somos, en nuestra mayoría, occidentales, blancos, de clase media. No debemos caer en el error de que creer que nuestra voluntad se sobrepone a las condiciones que el poder nos ha introyectado. Está muy bien que vengamos a una clase de teatro político con la buena voluntad de no ser racistas, machistas u homófobos, pero la realidad es que hemos aprendido todo de un sistema educativo, político y mediático que es racista, machista y homófobo, y por lo tanto, no estamos «salvados» de estos comportamientos. Está muy bien que los chicos compartamos las tareas del hogar con nuestras compañeras, pero nuestras compañeras seguirán cobrando menos en el trabajo: es una discriminación estructural que no puede resolverse a través de buenas intenciones y pequeñas acciones en el hogar.  La semana que viene comentaremos La Bella y la Bestia y estudiaremos cómo el cine, el teatro y la literatura pueden ser vehículos de dominación y propagación de la ideología imperante y cómo esto afecta a nuestra vida cotidiana.

Comentarios

Montse dice:

Magnífico!!

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