Categoría: teatro

Teatro y Política, clase en Pa'Tothom, 26-10-2016

Las diferencias entre el actor como sujeto y objeto.

Según Hegel, el drama proviene de la colisión de voluntades subjetivas. Por tanto, para Hegel, el motor del drama son las acciones de los personajes y nada más. De esta manera, el personaje es el sujeto absoluto de sus acciones y solo puede ser interrumpido por las acciones del otro. Esto solo puede ocurrir en un entorno en el que el personaje sea libre (físicamente), no este sujeto a leyes, tradiciones, la policía… Esta libertad es asimismo muy particular: nunca se ejerce contra menudencias, sino hacia lo universal: la familia, la patria, el Estado, la moral.

Puesto que los intereses de los personajes son universales, las fuerzas que les mueven son éticamente justificables. El caso de Antígona y Creonte: la primera sirve a la moral, el segundo a la paz social. La tragedia (siempre según Hegel) se da cuando dos voluntades son irreconciliables, como es el caso de Antígona y Creonte. Si existe una conciliación, nos encontramos frente a un drama.

Siglos más tarde, la poética brechtiana dará la vuelta a esta forma de entender el drama y la construcción de la obras. Para Brecht, el sujeto no lo es enteramente, la oración «Bush invade Iraq» no tiene sentido puesto que el sujeto es intercambiable, efímero. En términos políticos, la supresión del sujeto «Bush«, no cambia el resultado. Brecht contemplará la posibilidad de que el actor y el personaje sean también objeto. «Las fuerzas económicas obliga a Bush a invadir Iraq» sería una frase más acertada. De esta manera, el personaje está inserto en una realidad que lo determina e influye.

El personaje como dueño de su destino, el personaje como sujeto de su acción, tiene su versión coach en nuestros días: crea tu propia marca, sé tu propio empresario, gestiona tus emociones… Son discursos que invisibilizan las estructuras de control y poder en las que estamos insertos y disgregan posibles alianzas contra una injusticia colectiva.

Andrómaca, de Eurípides

El miércoles pasado comenzamos un taller en el Forn de Teatre Pa’Tothom, uno de esos pequeños lugares que existen en cada ciudad donde decir política y teatro no crea ceños fruncidos. Y nos preguntábamos sobre qué tipo de teatro entiende cada época y de dónde surge. Y la realidad es que el teatro es siempre producto de los que mandan: no cabe pensar algo así como un teatro no ateniense en una sociedad ateniense; ni un teatro monárquico en una República, salvo que se trate de piezas de museo. Hablábamos de que no existe un teatro fuera del capitalismo en las sociedades capitalistas, que el arte está cruzado de igual manera que la vida real por las mismas contradicciones que cargamos en el día día, y que la contemplación del arte como algo ajeno a la vida es falaz y tramposo, porque lo opuesto a la vida es la muerte.

Leo Andrómaca, esposa de Héctor, derrotada, enviudada, raptada, esclavizada y después violada, con una sombra de muerte acechando sobre los hombros y me pregunto cómo hubiéramos pensado de la mujer y su posición en el mundo si no existieran, en estas sociedades, la contradicción. Porque Grecia, en su máximo apogeo, era un patriarcado en el que las mujeres estaba a la cola de la ciudadanía – la carta que le permitía a uno participar de pleno derecho en la polis – y, con todo, son mujeres las que protagonizan las tragedias más compungidas de Eurípides. ¿Cómo se habría transmitido la contradicción, las grietas del poder y se podrían haber propagado a lo largo de los siglos de no haber existido quienes situaban a personajes subyugados como participantes de su propia historia? ¿Cómo la podrían haber leído las generaciones futuras, como repensarlas, releerlas si no existieron en primer lugar?

Estoy siguiendo esta versión de las obras completas.

El problema de cierto teatro reivindicativo

Detengo por un momento la serie de lecturas y reflexiones sobre los griegos para poner palabras a un fenómeno que observo, cada vez con más frecuencia, en obras que pretenden tener un carácter reivindicativo.

El viernes acudí a ver una obra de teatro/cabaret acerca de la presión social sobre la imagen de las mujeres. La compañía estaba compuesta de cinco chicas y un chico, y el director de la obra era asimismo un hombre. A través de diversos sketches los espectadores asistíamos a las injusticias a los que el cuerpo de las mujeres está sometido diariamente: desde la imposición de tener hijos, a la directriz de permanecer bellas a cualquier precio. Un problema de primera importancia y necesario, sobre todo cuando el repunte de actitudes machistas está encontrando nuevos picos en las nuevas generaciones.

Sin embargo, el gran peligro de construir teatro acerca de un tema (y entiendo por tema un discurso que está problematizado) es dejarse llevar por las inercias ideológicas, y contaminar el proceso teatral con cháchara más propia del mal periodismo que del teatro. Cuando una obra, reivindicativa o no, repite la estela de los cartógrafos de la opinión en columnas y revistas, ésta se convierte, en el mejor de los casos, en una caja de resonancia del pensamiento perezoso al que acostumbran el periodismo y las redes sociales. Es justamente esto lo que ocurrió con esta obra.

A lo largo de diez o quince escenas, los espectadores asistimos a las siguientes imágenes.

  • Un hombre orinando sobre el rostro de una mujer.
  • Una mujer utilizando el flujo de su menstruación para cubrirse el acné.
  • Una mujer bebiendo un bote de Fairy porque, supuestamente, quema grasas.
  • Dos mujeres acribillando a insultos a una tercera por tener sobrepeso.
  • Una mujer sumergiendo su cara en un bol repleto de caracoles.
  • Una mujer (sudamericana) maquillándose alegremente los moretones, mientras justifica el maltrato de su compañero y graba un vídeo que sube a Internet. Una connotación racista sumergida recorría toda la obra, puesto que a través de las instrucciones de esta mujer se perpetraban las mayores barbaridades.
  • Dos mujeres batiéndose en duelo por la capa de un hombre.

He visto cientos de obras, nuevas y antiguas, donde se han utilizado todos los recursos imaginables para concienciar al espectador de que lo que se está visualizando es importante y es digno de ser pensado. El gran problema surge cuando a lo que se está asistiendo es a un festín de la victimización y no a la reflexión de las injusticias que sufre un colectivo.

Si nos detenemos en el conjunto de las escenas que menciono arriba, podemos extraer un mensaje que opera en dirección opuesta a la que se pretendía originalmente. Si quisiéramos entender las opresiones de las mujeres siguiendo la obra, nos lleva a inferir que son ignorantes, superficiales, malévolas, sumisas y dependientes de la mirada del hombre en todo momento. Cuando se representa a un grupo oprimido como único causante o colaborador necesario de su propia opresión, se le arrebata el poder de romper con ella y se da la razón al opresor. No hubo momento alguno en el que las mujeres, en tanto que mujeres, reflexionaran acerca de su opresión y se unieran para combatirla. No hubo ninguna escena de búsqueda de aliados o aliadas, un respiro, un enfrentamiento, un contraste, nada, cero, salvo por un momento en el que las actrices, completamente fuera del papel, se dirigieron al público para explicarnos cómo debía practicarse un cunnilingus, habilidad muy práctica de cualquier manera, pero que nos lanza a un debate enajenado, casi surrealista: ¿la liberación de la mujer pasa porque se les practiquen mejores cunnilingus?  ¿Y qué ocurre con todo lo demás? ¿Qué mensaje feminista, o qué contradicción muestra un hombre que orina en la cara de una mujer? El desagradable festín al que se somete al espectador no tiene un verdadero final reivindicativo, sino profundamente conservador: el problema de la presión social de la imagen de las mujeres es terrible, pero es que las mujeres son así y no hay mucho que se pueda hacer. ¿Qué preguntas se hacen?

El creador de teatro debe hacerse cargo de quién está hablando y cómo lo está presentando y conocer cómo opera la injusticia. Cuando opresor y oprimido se encuentran en el mismo plano moral (como estas obras en las que el soldado nacional y el republicano son igualmente inocentes, porque «la guerra no entiende de bandos y todos somos seres humanos«) se está naturalizando la injusticia y, por tanto, se está perpetuando.

Dicho esto, sería conveniente trazar algunas guías para todos aquellos que trabajamos en el teatro con material sensible, sean opresiones que nos tocan directamente u otras que no lo hacen, pero que reconocemos como tales y queremos ayudar a desterrar.

1 – Lee, investiga y habla, pero sobre todo escucha. Hablar de las injusticias que no nos atraviesan directamente no es algo prohibido (lo hizo, por ejemplo, John Stuart Mill) pero dejarse llevar por el concepto que uno tiene de justicia e injusticia suele estar intoxicado por sus propios prejuicios de clase, género, raza…

2 – Pertenecer a un grupo oprimido no le otorga a uno directamente conciencia de oprimido.

3 – No relativizar las opresiones ni convertirlas en bidireccionales, pues es la mejor manera de desactivar cualquier crítica y camuflar la injusticia real. Ni los hombres son maltratados de manera estructural en ninguna sociedad patriarcal, ni los cristianos son marginados frente a otras religiones en comunidades mayoritariamente cristianas, ni bobadas por el estilo. Estudia quién detenta el poder en cada situación, cómo se propaga y se ejerce sobre las minorías y atente a eso. Lo contrario (obras sobre el maltrato que sufren los padres, lo marginados que están los blancos en la universidad y demás) son argumentaciones reaccionarias, no solo no invitan al debate sino que lo anulan y benefician al grupo opresor.

 

Hipólito, de Eurípides

Hipólito y Fedra.

Hipólito y Fedra.

La diosa Afrodita no está celosa de Hipólito, hijo de Teseo, pero aún así lo castiga por no querer compartir lecho con otra mujer y mantenerse casto. Afrodita dice no sentir envidia de Artemisa, diosa de la caza y la castidad, por ello embrujará a Fedra para que sienta un deseo prohibido por su ahijado. Afrodita es un personaje altamente dramático: sus acciones contradicen su palabra. Unido a su poder, se transforma en el desencadenante de una de las mejores tragedias de Eurípides.

Girard ha dedicado un ensayo entero al poder de la envidia en las obras de Shakespeare, donde detalla como el motor dramático de muchos personajes shakespeareanos surgen de ese sentimiento de poseer más que el otro. En consonancia con una época de transición al individualismo, de forja del self-made man, MacBeth, Ricardo III, Iago, Casio ponen en entredicho que la sangre o la divinidad otorguen el prestigio a los mortales, y no el deseo individual y la voluntad de poder.

Larga se le quedaba la época en la que vivió Eurípides para conocer estas truculencias previas al nacimiento de la burguesía, pero el motor ya está presente aquí, en los griegos. Afrodita es un personaje en contradicción. Es divinidad, y no mujer, de una materia fugaz y humana como es el amor. Solo los mortales pueden amarse, porque se saben finitos, porque su corporalidad es limitada y está atada al tiempo; solo por ese saberse extinguibles buscan los mortales la eternidad fugaz del encuentro amoroso. Afrodita es circular, no conoce su fin, nunca se mirará las canas en el espejo ni contemplará cómo la carne se escurre de su esqueleto. Ninguna arruga lacerará su cara ni su mirada perderá el fulgor de la juventud; Afrodita no es una mujer, es una obra de arte imperecedera e inmaculada. De ahí su envidia a los mortales, a este Hipólito que rechaza deseo y lecho y a Fedra, que agoniza por la ausencia de Teseo y tras el arrebato, del hijo de éste. Una envidia que amenaza con arrasarlo todo, hasta que la tierra sea un páramo de emociones, similar al que los dioses construyeron para sí mismos en el Olimpo.

Estoy siguiendo esta versión de las obras completas.

El Cíclope, de Eurípides

Polifemo

Polifemo

El Cíclope pierde el ojo, pero su mutilación era innecesaria para la supervivencia de Ulises. Odiseo y los suyos podrían haber huido cuando Polifemo se abotargaba con el vino griego; o podrían haberlo matado con la misma estaca con el que lo ciegan. Nunca los hubiera perseguido. Es un ser entregado a los placeres que le proporciona su terruño y arrojarse al mar a perseguir a unos extranjeros le apartaría de su naturaleza hedonista

¿Por qué no matarlo? El crímen antropofágico reviste la gravedad de las almas que apuntan al infierno, y la borrachera que le atiere le incapacitaría para cualquier defensa ante el astuto Ulises.

Pero no. El Cíclope no reconoce a Zeus como ser supremo, no reconoce orden por encima de él  y de su placer en un largo canto a lo dionisíaco. Y por eso ha de ser desvelado de esa luz que no reconoce, esa luz que no procede de él mismo.

CÍCLOPE

Hombrecillo, para los sabios el provecho es dios.
Lo demás, vanidades y adornos de palabras.
Los promontorios del mar fundados por mi padre
deseo lo pasen bien. ¿Por qué los voy a tomar en cuenta?
Yo, extranjero, no temo el rayo de Zeus,
ni sé por qué Zeus es un dios mejor que yo.
Lo demás no me importa, y escucha por qué no me importa:
cuando cae la lluvia de lo alto
en esta roca tengo refugios cubiertos,
y un ternero cocido o cualquier animal
como, remojo bien la panza hasta el fondo
bebiéndome un ánfora de leche, y mi trompa
hago resonar tronando, en competencia con los truenos de Zeus.
Y cuando el viento de las montañas de Tracia vierte nieve,
envuelvo mi cuerpo en pieles de animales,
enciendo fuego, y de la nieve nada se me da.
La tierra, por fuerza, si quiere como si no quiere,
da a luz la yerba que engorda a mis ovejas.
Y yo no las sacrifico sino para mí, que no a ningún dios,
y para este vientre, que es el mayor de los dioses.
Comer y beber todos los días,
ése es el dios supremo de los hombres sabios,
y no darse pena ninguna. Los que las leyes
han hecho que compliquen la vida humana,
que lloren. Yo no dejaré
de hacer bien a mi alma y devorarte a ti.
Dones de hospitalidad tendrás, para que yo esté sin remordimiento:
este fuego de mi padre y la caldera que hervida
contendrá bien tu carne.
Mas pasad adentro, junto al dios del corral,
para que estéis alrededor del altar y me sirváis para pasarlo bien.

Estoy siguiendo esta versión de las obras completas.