Feliz post número 82

Hoy estoy de celebración porque escribo el post número 82, un número tan simple como cualquier otro (ni siquiera es primo – vicios de la profesión), menospreciado salvo por los muy futboleros, auténtica raíz de nuestra patria, junto a los toros, el sol y la siesta y por tanto raíz igualmente de nuestra poesía.

La crisis inmobiliaria nos ha traído, además de un torrente de noticias hecatómbicas y desgracias personales globalizadas, una nueva orografía que haría pensar de nuevo al Antonio Machado de Campos de Castilla: donde antes pastaban las ovejitas y cabras, se levantan hoy cadáveres de hormigón que rompen como olas de ladrillo contra un horizonte que no quiere entender de recalificaciones. Y me pregunto, ¿podría traen estos cementerios de la especulación una nueva forma de poesía? Porque a fin de cuentas, poesía verdadera es poesía que habla de lo que le rodea, y lo que nos rodea a los pobres diablos que crecimos entre asfalto y adoquines, y no entre bucólicos paisajes, es la transformación sistemática de los pocos paisajes agrestes que rodeaban las ciudades por mor y gracia de las grandes constructoras. Lejos de hacer un alegato panfletario a favor o en contra, lo cierto es que la modificación del paisaje tiene visos de ser eterna, o al menos, irrecuperable. Sea para bien o para mal, quién nos dice que en una década no se pone de moda hacer parques y todos los chalés pasan a ser el pasto de cagadas de perro. Antes se trataba de descampados con neumáticos, revistas de pornografía y coches quemados, hoy esos descampados se llaman Seseña, Valdemoro, etcétera.

En fin, todo esto porque hoy me reencontré con un poema que se titulaba Colonial o El arte de la seducción y que en principio me aterrorizaba por su frialdad, hoy le he cogido más cariño.

Colonial o el arte de la seducción

Permanecí tres meses
sentado junto a la ventana
que da a mi calle.

Se detenían coches, aparcaban
recogían a sus niños, pitaban
a los abuelos, gatos arrollados
bajo el caucho de sus espuelas.

Ninguna de estas cosas poseía color,
ni me eran agradables,
pero allí me quedé, sentado,
observando al portero que cortaba
los setos mientras la mujer dormía,
y él no andaba borrachos
del triste vino, triste, de las tascas
del barrio.

El afilador con su harmónica
titiritera y la piedra
de afilar a horcajadas de la Vespa.

Los SIMCAS con megáfonos
irradiando canciones de colores
desleídos y hablando de González
o de otro concejal del CDS.

El esperpento de la cabra
subiendo la escalera a ningún sitio
y que bajaba de nuevo al asfalto
a recoger limosna con las patas
ennegrecidas por el alquitrán,
picadas las pezuñas por la grava.

Quizá sea ahora cuando debiera
decirte que el poema que lees
es un itinerario inconsciente
por mi infancia y años solitarios
de mi adolescencia.

Me enamoré de ti
y pasé varios meses anhelando
que cruzaras mi calle,
y yo habría quedado muerto
de pánicos tras las cortinas
sin siquiera bajar para ayudarte
a volver a tu casa:
la metáfora.

Hoy escuché tu nombre y tu historia
clínica. Algún tipo te envenena
el corazón y vives, otro
lo encuentra y lo muerde,
el último lo tira en una caja
al Río Henares.
Tomas Tranxilium,
y no puedes dormir. Insectos
te devoran la piel. González no ganó.
Yo quiero terminar con el poema
y con todo este juego.
No puedo.

 

Comentarios

Hola,
Me ha gustado mucho tu poema Colonial o El arte de la seducción. Creo que transmite mucho desencanto y quizás amargura pero es muy real. No sé si me explico.
Muchos besos

Raoul dice:

¡Muchas gracias, María! Que sepas que sigo tus Sexy Haikus con gran devoción 😀

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