Autor: Raúl Quirós Molina

  • El teatro debe responsabilizarse de la memoria histórica

    Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacer la, más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos. Ella, desde el aire, nos respira.
    Es contradictoria, como nosotros. Nunca está quieta. Con nosotros, cambia. A medida que van pasando los años, y los años nos van cambiando, va cambiando también nuestro recuerdo de lo vivido, lo visto y lo escuchado. Y a menudo ocurre que ponemos en la memoria lo que en ella queremos encontrar, como suele hacer la policía con los allanamientos. La nostalgia, por ejemplo, que tan gustosa es, y que tan generosamente nos brinda el calorcito de su refugio, es también tramposa: ¿Cuantas veces preferimos el pasado que inventamos al presente que nos desafía y al futuro que nos da miedo?
    La memoria viva no nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta. Quiere ser puerto de partida, no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia, pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie. Creyeron los griegos que la memoria es hermana del tiempo y de la mar, y no se equivocaron.
    Eduardo Galeano

    Cada día, en España, a cientos de miles de españoles les son negados sus derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación. Familiares de desaparecidos durante la Guerra Civil y la posguerra, familiares bebés robados de brazos de sus madres, prisioneros empleados como esclavos en la construcción de monumentos y grandes empresas, homosexuales, mujeres, estudiantes torturados por oponerse al franquismo, investigadores que tratan de estudiar los archivos donde se ocultan las historias que merecen ser expuestas han visto como los sucesivos gobiernos democráticos en España han perpetuado la cultura del silencio impuesta desde la dictadura y de sus herederos.

    Con todo, desde el comienzo del siglo XXI una nueva generación de activistas ha comenzado a exigir responsabilidades a los gobiernos nacionales e internacionales para que derechos tan básicos como el de la reparación, la justicia y la verdad, derechos que tejen las estructuras de las sociedades democráticas sean garantizados de manera irrevocable. Se trata de asociaciones que trabajan de manera voluntaria y gratuita, que han visto cómo el gobierno elegido por todos los españoles ha revocado cualquier partida económica para su sustento, que han sido insultadas, menospreciadas y ridiculizadas por políticos, periodistas y opinólogos.

    La infamia perpetuada desde el restablecimiento de la democracia ha resonado más allá de nuestras fronteras. Organizaciones como Amnistía Internacional, el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la ONU, así como el Relator Especial de la ONU para la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición han reiterado una y otra la urgencia que requiere tratar este abuso que es la negación del derecho en un país democrático como España.

    Los gobiernos de España, entre tanto, se han lavado las manos cuando incumplieron tratados internacionales de extradición de individuos que participaron en abusos contra los derechos humanos, cuando señalaron con el dedo a las asociaciones que pretendían restablecer un mínimo de cordura en el país y cuando se atrevieron a sentar en el banquillo a jueces que intentaron arrojar algo de luz sobre la historia reciente de España. España, que fue una de las pioneras en la persecución internacional de dictadores y criminales de guerra en Argentina, Chile, Tíbet, Guatemala, ignoró e insultó a sus propios ciudadanos.

    El teatro debe contar estas historias. Como autor y como artista, uno puede intentar pensar que puede alejarse del suelo que pisa y escribir desde la nostalgia, los cielos, las musas. Pero hemos aprendido que la tierra siempre le traerá de vuelta al suelo, obcecadamente, dónde tendrá que enfrentarse, una y otra vez, al barro del que verdaderamente venimos. Uno querría engañarse creyendo que las habilidades que el cielo le ha entregado han de ser devueltas al cielo. No es cierto. Si se nos concedió la gracia de poder y querer escribir estando aquí en la tierra, es para que contemos lo que aquí sucede. En éste, nuestro barro.

    En 2013 varias personas ideamos el Teatro por la Memoria. No se trata de una asociación cultural, ni de un movimiento: no tenemos un manifiesto, ni un programa, ni siquiera tenemos socios. No somos nada: palabras. Somos una idea compartida: la de que el teatro debe clamar, desde las tablas, desde los cuerpos y las voces de los actores, desde el texto dramático, la urgente necesidad de que los derechos de nuestros ciudadanos sean restablecidos. 

    Hoy, esta idea es una realidad material. Después de años de trabajo, de contactos con activistas, jueces, periodistas, víctimas y personas de la cultura, el texto «El Pan y la Sal», una obra que habla de la lucha de las asociaciones por reestablecer la memoria de este país, se estrena en los teatros más importantes de España. Anteriormente lo hicimos con Flores de España, que aún está de gira con la compañía Los Sueños de Fausto.

    No creo, como escritor, que haya una responsabilidad mayor y para la que se necesita más humildad que la de haber podido trabajar con todas estas maravillosas personas por evitar que la mayor injusticia que sufre nuestro país se siga perpetuando.

    Raúl Quirós Molina, autor de El Pan y La Sal y Flores de España.

     

    www.lossuenosdefausto.com

  • Escribir a ciegas, buscar justicia a ciegas

    Siempre que he escrito teatro, lo he hecho a ciegas. Quiero decir que, sentado frente al ordenador, no sabía quién habría al otro lado de la obra: si alcanzaría a un productor, a un director, a un público. A otro dramaturgo. A un actor.

    Siempre a ciegas: sin saber si aquellas palabras se pondrían en otra boca que no fuera la mía, en otra habitación que no fuera la que habitaba en Bromley-by-Bow o en Dalston o en Vallcarca. Escribir a ciegas me ha supuesto un gran desasosiego, porque escribir a ciegas significa escribir sin dinero, sin contactos en la industria, en un completo silencio artístico y administrativo. Nunca ha llegado a mi buzón una subvención, una beca, un encargo; nunca un premio, una ayuda, un reconocimiento pecunario. El único dinero que recibí por adelantado para una obra fue una ayuda que mi propio hermano me dio cuando me despidieron del trabajo el verano pasado. En aquel momento me preguntaba cómo sería escribir con doce, veinte mil euros en la cuenta corriente de un premio de dramaturgia. Escribir con doce mil euros en la cuenta bancaria, con la garantía personal de algún gestor cultural que se aseguraría de que tu obra fuese a México, a un festival en Francia, al Instituto Cervantes de Varsovia y con ello los derechos de autor a final de año debe ser una experiencia fabulosa, debe proporcionar una calma de espíritu que siempre he envidiado. Es escribir en la claridad. Es escribir con la certeza de que la luz se va a pagar, de que no faltará el pan en la mesa, de que te puedes permitir tomarte una caña un miércoles. Es escribir pensando: «sí, soy escritor de teatro».

    Escribir a ciegas ha supuesto escribir con el teléfono móvil en el regazo, porque esperas que suene con una oferta de trabajo remunerada. Escribir a ciegas supone transcribir los testimonios de las víctimas de la Guerra Civil con el correo abierto, por si te citan para una entrevista para un empleo que se hace cada semana más indispensable. Escribir a ciegas es escribir los fines de semana, porque el lunes entras en la nueva oficina y no tendrás tiempo de acudir a la biblioteca antes de que cierre para documentarte. Es escribir sospechando que no vales para esta mierda, y que ya no merece la pena, y que, al menos, esta obra se debe terminar. Así se escribieron, por ejemplo, El Pan y La Sal y Flores de España.

    Estos días releo el texto de El Pan y la Sal y la acusación que más se formula contra las asociaciones que allí se personan como defensa es cuánto dinero reciben del Estado. El abogado de la acusación insiste una y otra vez: cuánto dinero recibieron por buscar justicia, por dar un entierro digno a sus muertos, cuánto dinero recibieron por tratar de recuperar a sus hermanos perdidos. Como si el dinero deslegitimara la causa; como si querer buscar la verdad, la justicia, la memoria de sus seres queridos, de sus pueblos, de sus barrios, hubiera de hacerse gratuitamente, a ciegas, sin saber a ciencia cierta si al otro lado de la historia habría un político, un juez, un senador dispuestos a escuchar. Y la respuesta es más que elocuente: poco, tan poco que es como decir ninguno.

    Y pienso. Cómo debe ser buscar a un ser querido en medio del silencio administrativo, sin una ayuda, sin un reconocimiento, sin una garantía personal. Cómo debe ser querer buscar la justicia y la memoria de tu abuelo, de tu hermano, de tu marido mientras tus hijos crecen, te despiden del trabajo, te separas y te divorcias, te deshaucian, te reclama dinero Hacienda. Cómo debe ser sentarse en el banquillo como acusado por querer traer a la luz aquello por lo que has caminado a ciegas durante tanto tiempo y que te miren desde un atril y te pregunten por el dinero que no has recibido. Cómo debe ser escuchar a políticos y escritores que nada de eso merece la pena, y que es indigno. Como ha debido ser la vida de Pino, de Josefina, de Ángel, de María, de Emilio durante tantos años.

    Releo mi texto y siento una mezcla de desolación y culpa y ligereza.

  • Aquellas niñas que reconocimos en fotos

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    Después de dos años cuidando de su madre enferma, Adela ha de enfrentarse a la tarea de rehacer su vida. Para ello se abre un perfil en una página de citas en la que conoce a Honduras, el único hombre que la trata con respeto y cortesía. Al mismo tiempo, conoce a David, novio de Teresa, dueño de varios gimnasios y maltratador, con quien comienza una relación tóxica. Conforme avanza la relación, Adela trata de librarse de David mientras le confiesa todo a Honduras a través de Internet. Pero la persistencia de David va en aumento… Años más tarde, la cantante latina más importante del momento, que superó a las grandes estrellas de principios del siglo XXI como Rihanna o Lady Gaga cuenta su vida antes de morir de cáncer. A lo largo de una historia en primera persona, narra un infierno de maltratos, prostitución y pederastia en su ciudad natal, pero también de complicidad con las mujeres que le rodeaban, compañerismo y el amor, el suave y el terrible. Y cómo llegó a conocer a Adela, la persona que le pudo cambiar la vida… Aquellas niñas que reconocimos en fotos es la primera novela de Raúl Quirós Molina, escritor y director de teatro conocido por sus obras Flores de España y El pan y la sal. Ha trabajado en varios proyectos por los derechos reproductivos, la erradicación de la violencia contra las mujeres y maternidades diversas. Esta novela fue finalista del Premio Nadal 2018.

     

  • Haciendo la cena (El Sopar en el Teatro del Barrio) parte 3

    Ensayar de nuevo una obra supone crear un mundo nuevo para ese texto. El Sopar, que se escribió originalmente en inglés y después se tradujo al catalán, llega ahora a un teatro en la que viene a ser mi lengua materna. Trabajamos con un texto que ha sufrido dos traducciones hasta llegar a aquellas palabras y estructuras con las que yo crecí y aprendí a pensar y a escribir.

    Es además, un nuevo mundo, una nueva dirección, unos nuevos actores: la obra de teatro se ha convertido ahora, en una pieza de arqueología que empieza en el año 2012 y a lo largo de seis años ha ido enterrando sus huesos, su artificios y artefactos en lo más profundo de la tierra para ser excavado y expuesto nuevamente hoy. Al contrario que los jarrones y los colmillos de mamut, una obra no se expone indefinidamente tras un cristal, no se suspende en el tiempo de las paredes del teatro: en cualquier caso, esas urnas estarán en el relato común que los espectadores se hagan de ellas.

     

     

  • Haciendo la cena (El Sopar, en el Teatro del Barrio) parte 2

     

    Circula por internet una carta que Peter Brook le manda a un tal Howe sobre qué debe hacer uno para convertirse en director de escena. Y le responde cosas como:

    Uno se convierte en director de teatro llamándose a sí mismo director y después persuadiendo a los demás de que eso es cierto. Por lo tanto, en cierta forma, encontrar trabajo es un problema que hay que resolver con la misma habilidad y los mismo medios que los que uno necesita en un ensayo.
    Yo no conozco otra manera si no es la de convencer a la gente de trabajar con uno y de ponerse a ello -incluso sin estar pagado- y presentar ese trabajo ante cualquier público, en un sótano, en la parte de atrás de un café, en el pabellón de un hospital, en una prisión.

    Las citas de Peter Brook para la gente de teatro (o las de cualquier otro prócer del teatro, tanto me da) son como las citas de Paulo Coelho para la gente de a pie: si quieres ser feliz, haz como yo. Peter Brook, que ha viajado por el mundo a gastos pagados, que ha tenido los favores de una industria cultural tan poderosa como la británica, te sugiere, a ti, que vas a los Goya con un vestido que vale más de que lo que ganas en un año, que trabajes incluso sin estar pagado. Cuando un brasileño que tiene 500 millones en Suiza te dice que el dinero no es lo más importante, te invita a caer en la trampa del hombre que se hace a sí mismo: eres lo que haces por ti mismo, y si no lo consigues, es que no has hecho lo suficiente. Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades. Y Brook es de los de izquierdas, imaginad lo que diría Mamet.

    La condición que convierte algo en un trabajo  es el salario, luego el 90% de la gente que pululamos por teatros y cafés y pabellones de hospitales somos parias que hacemos lo que hacemos por pura masonería. ¿Por qué la gente se une a una obra, a un director, a otros actores que no llegan a final de mes? Hay, al menos en el teatro, la sensación de llegada del fin del mundo, de hartazgo de lo cotidiano: mejor caminar y reventar que detenerse y extinguirse. Nos unimos siempre a pesar de que hay mejores cosas que hacer, injusticias más fáciles de solventar, trabajos mejor pagados. Hacemos teatro por juego, por compromiso político, por desesperación, por ensueño.

     

Raúl Quirós Molina
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