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Teatro y Política, La mandrágora, de Maquiavelo

La Mandrágora es una obra que marca un hito en la historia del teatro. Surge en 1524, en un momento en el que se estaba reactivando la capacidad del teatro como medio de expresión. Se trata de una época en la que se está produciendo grandes cambios que posteriormente marcarán la historia de Europa y del mundo. La Edad Media se va diluyendo y con ella, la teología imperante que sitúa a Dios como centro del universo. El mundo se vuelve antropocéntrico: la invasión y colonización de América, el desarrollo de la tecnología, la apertura de importantes rutas comerciales hacen aparecer una nueva clase social a la cual la idea de progreso le es consustancial: la burguesía. Será una clase que apoyará el conocimiento, las artes y las ciencias, y no tanto la fe. Tanto es así que incluso la forma de hacer la guerra cambia: ya no se requieren Cid Campeadores en el campo de batalla, sino cañones que puedan matar desde lo lejos.

El emprendedor contemporáneo nace en esta sociedad. ¿Y qué es un emprendedor? Es alguien que no viene determinado por su clase social o lugar de nacimiento: su florecimiento en la sociedad será consecuencia de su saber hacer como individuo. Incluso la religión acabó por reformularse para adaptarse a este nuevo hombre. Lutero venía a decir que la prosperidad no era sino un regalo que Dios hacía a la buena gestión de bienes. Calvino sugería que no había mejor señal en la Tierra que ser rico como prueba del beneplácito divino. Aquellos que eran pobres lo eran porque Dios no los quería en su seno. A partir del nuevo hombre, la virtud y la praxis serán las facultades principales de su devenir.

En cuanto al argumento de La Mandrágora: Calímaco desea acostarse con Lucrecia, esposa del viejo ricachón Nicia. El deseo de Nicia es tener descendencia, a cualquier precio. Calímaco conspira con diversas personas: una alcahueta, un religioso, el charlatán Ligurio… Convencen a Nicia de suministrar mandrágora a su esposa, con el objeto de incrementar su fertilidad. La contrapartida es que el primero que mantenga relaciones sexuales con ella, morirá. Ligurio convence a Nicia de permitir que su esposa se acueste con el primer desgraciado que se encuentren por la calle: este desgraciado será Calímaco. Una vez consumado el acto, Lucrecia atribuirá toda la aventura a la divina providencia y no rehuirá a Calímaco como futuro amante.

En la obra se observan los rasgos de este nuevo hombre del que hablábamos: descrédito, incluso por parte del religioso, del mundo moral cristiano; el surgimiento del dinero como objeto mediador de las relaciones humanas, y el paso del «ser» al «tener».

Teatro y Política. El teatro en la Edad Media.

Tras el teatro griego y el teatro romano, el arte dramático desaparece casi por completo.  Las primeras comunidades cristianas no son muy favorables a la práctica del teatro por los fieles. Muchas compañías se desmantelan y se persigue a sus componentes. Las distintas iglesias cristianas son las que finalmente recuperarán el teatro como medio de propaganda religiosa. Querrán explicar la religión a una masa analfabeta y para ello comenzarán a representar obras en las cuales se representaban rituales y pasajes bíblicos, de la misma manera que en el drama griego podemos observar el funcionamiento de las instituciones atenienses. Una vez cae el Imperio Romano y el cristianismo se impone en Europa, se extiende un tipo de pensamiento binario: todo lo bueno es cristiano y todo lo demás es satánico. Aunque el imperio bizantino hizo compilaciones de obras romanas y griegas, hubo piras de textos de teatros y se consideró el arte de la actuación como una burla a Dios y por lo tanto un pecado.

La mayoría de las obras cristianas que surgieron en esta época ahondaban en los principios cristianos y en la condena. En Everyman (1510), Dios aparece como personaje y le pide a la Muerte que se lleve a Everyman (el hombre cotidiano, el hombre del día a día). El hombre clama piedad, pero solo se le concede llevarse a algún compañero al inevitable viaje. Pide ayuda a la Amistad, a la Persona Cercana, a los Compañeros, pero nadie quiere acudir con él a la llamada de la Muerte: es un viaje que debe hacer solo. Solo las Buenas Intenciones le acompañarán.

Este tipo de obras con contenidos morales se llamaban morality plays o moralidades en castellano. Su extensión tanto ideológica como de formato se ha ido perpetuando hasta nuestros días, sobre todo a través del cine. Por ejemplo en las películas de terror que tenían como protagonista a un asesino psicópata tras una máscara, las slasher films, que aparecen en un contexto muy preciso: finales de los años 70 y principios de los 80 en EE. UU. Las tasas de divorcio alcanzan picos nunca vistos, surgen ETS mortales como el SIDA; la aceptación del aborto, la homosexualidad y otros temas típicamente controvertidos para la moralidad cristiana son hechos cotidianos. En el formato más clásico del slasher, un grupo de adolescentes bebe, tiene sexo pre-marital, en definitiva, huye de los estrictos valores cristianos que en principio sostienen la sociedad norteamericana. A consecuencia de estos comportamientos erráticos, cometen un error fatal: alguien inocente muere y los adolescentes tratan de ocultar el crimen con un pacto de silencio. La víctima resurge como espectro o espíritu y los va pasando a cuchillo uno a uno, de las maneras más crueles posibles; si no a ellos, a sus hijos en venganza por los pecados de sus padres. Solo sobrevivirán aquellos personajes que hayan mostrado un comportamiento impecable a lo largo del film, los sobrios de cuerpo y espíritu, a saber, nada de sexo, nada de drogas, nada de comportamientos erráticos.

Teatro y política, clase en Pa'Tothom. La hamartia y Wall Street

La población de una ciudad, un país no es uniforme: existen desigualdades y diferencias. Por supuesto, en una sociedad transparente y no igualitaria ningún ciudadano aceptaría estar en desventaja. Por ello, para que exista la paz social debe haber una satisfacción uniforme en la sociedad o al menos una pasividad que permita que estas desventajas se perpetúen sin causar revueltas o protestas.

¿Cómo conseguir esto? A través de la política, una burocracia intensa, usos y costumbres o… La tragedia griega. La tragedia griega también tiene una dimensión represiva: su objeto es producir la catharsis (purificación, corrección) en el espectador. El sistema según el cual Aristóteles analiza la tragedia griega en su Poética (y señalemos que la interpretación de la tragedia griega es aristotélica, es decir, no emana per se de los propios textos) hace que sintamos simpatía por el protagonista en escena. Un personaje no es más que un conglomerado de virtudes con las que nos identificamos: valor, decencia, nobleza y que, con todo, está atacado por un defecto: la hamartia, o el error trágico/fatal. Puesto que los procesos y cualidades que se suceden en escena se asemejan a las que el espectador vive fuera del teatro, el teatro se pretende un espejo de nuestra propia vida: por ello el espectador, ante las vicisitudes del protagonista, experimenta la llamada empatía: la capacidad cognitiva de percibir lo que el otro puede sentir, esto es, apropiarse de las emociones del otro.

La hamartia o los errores trágicos del protagonista son el motor de la tragedia griega. El orgullo de Edipo destruirá su reinado, la indiferencia de Hipólito hacia Afrodita causará que ésta le castigue, la ceguera de Creonte acabará con la vida de su hijo y la de Antígona… El propósito de mostrar la hamartia de un personaje no tiene como objeto mostrar su maldad, sino presentar a un buen ciudadano que ha cometido un error. La purificación del espectador acontece cuando termina asumiendo las consecuencias del error del protagonista al final de la obra.

El drama trágico funciona siguiendo el esquema:

1ª etapa: Por medio de sus virtudes, el protagonista asciende a la felicidad. Pero algo sucede…

2ª etapa: El personaje reconoce su error (anagnorisis). Al mismo tiempo, el espectador reconocer su propia falla.

3ª etapa: El personaje sufre las consecuencias (catastrophe)

4ª etapa: El espectador, aterrado por la catastrophe es purificado.

Ya en las primeras clases identificábamos el teatro como un producto cultural de la clase dominante, pero que, del mismo modo, incurre en las contradicciones de ésta. No es necesario echar la vista atrás hasta el siglo V a. de C. para encontrar este mecanismo de purificación y, en cierta manera, adoctrinamiento en series, películas y obras de teatro contemporáneas.

Tomemos, como ejemplo, cualquier película que verse sobre Wall Street o los diversos tejemanejes en bolsa. Los ejemplos son numerosos: Wall Street, El Lobo de Wall Street, The Big Short…

Se nos presenta un mundo dinámico, atractivo, donde abunda el dinero y el lujo, las mujeres son guapas, los coches rápidos y las casas gigantescas. Nuestro protagonista suele ser un joven brillante que empieza en bolsa y quien, guiado por un superior, comienza a tener cierto éxito en sus inversiones. El drama nos ha transportado a lo largo de la primera etapa: la presentación de un mundo que, según los cánones morales actuales, se nos presenta como deseable: pocos, a día de hoy, rechazarán un trabajo dinámico que le permita el acceso a comodidades solo al alcance de una élite privilegiada. El protagonista, junto al espectador, asciende a una suerte de felicidad.

Durante la siguiente etapa de la película, el protagonista es tentado con ir un poco más allá: saltarse las reglas del mundo en el que trabaja, hacer uso del tráfico de influencias, engañar a unos inversores… El protagonista muestra su error trágico (la avaricia, la envidia, etc.) que, durante los primeros compases, le servirán para obtener nuevos beneficios pero que poco a poco irán dañando su posición frente a su familia, sus amigos o incluso ante sí mismo. El protagonista se dará cuenta de que no es el camino adecuado y ahora tendrá que sufrir las consecuencias.

En la tercera etapa de la película, el sistema castiga al protagonista que incumplió las reglas de la bolsa: pierde el dinero, es arrestado, su mujer lo abandona, se da a las drogas, es despedido.

¿Cuál es la ideología subyacente a la película? La propia de una sociedad postcapitalista en la que vivimos: el sistema funciona y es justo, siempre y cuando sus actores sean éticos y justo. Pero su definición de ética es cuanto menos perversa. Es ético que haya un mercado de valores donde se especule y se ganen cuantiosas cantidades de dinero con, por ejemplo, con el grano del que dependen muchas vidas en zonas de África, o que Inditex aumente el precios de sus valores mientras envía sus fábricas al otro lado del planeta para pagar salarios más bajos; pero no es ético que alguien trate de saltarse las reglas del mercado con objeto de beneficiarse individualmente. Es decir, en estos films no se cuestionan las formas de producción del sistema (puesto que producen injusticias y como decíamos más arriba, es necesario que esas injusticias se toleren por la sociedad, pues de otro modo se cuestionaría el sistema) sino las decisiones y éticas individuales. Es justo que se castigue al especulador avaricioso, pero también es justo que se premie al especulador generoso; lo que nunca se cuestiona es la necesidad de tener especuladores.

 

Teatro y Política, clase en Pa'Tothom, 26-10-2016

Las diferencias entre el actor como sujeto y objeto.

Según Hegel, el drama proviene de la colisión de voluntades subjetivas. Por tanto, para Hegel, el motor del drama son las acciones de los personajes y nada más. De esta manera, el personaje es el sujeto absoluto de sus acciones y solo puede ser interrumpido por las acciones del otro. Esto solo puede ocurrir en un entorno en el que el personaje sea libre (físicamente), no este sujeto a leyes, tradiciones, la policía… Esta libertad es asimismo muy particular: nunca se ejerce contra menudencias, sino hacia lo universal: la familia, la patria, el Estado, la moral.

Puesto que los intereses de los personajes son universales, las fuerzas que les mueven son éticamente justificables. El caso de Antígona y Creonte: la primera sirve a la moral, el segundo a la paz social. La tragedia (siempre según Hegel) se da cuando dos voluntades son irreconciliables, como es el caso de Antígona y Creonte. Si existe una conciliación, nos encontramos frente a un drama.

Siglos más tarde, la poética brechtiana dará la vuelta a esta forma de entender el drama y la construcción de la obras. Para Brecht, el sujeto no lo es enteramente, la oración «Bush invade Iraq» no tiene sentido puesto que el sujeto es intercambiable, efímero. En términos políticos, la supresión del sujeto «Bush«, no cambia el resultado. Brecht contemplará la posibilidad de que el actor y el personaje sean también objeto. «Las fuerzas económicas obliga a Bush a invadir Iraq» sería una frase más acertada. De esta manera, el personaje está inserto en una realidad que lo determina e influye.

El personaje como dueño de su destino, el personaje como sujeto de su acción, tiene su versión coach en nuestros días: crea tu propia marca, sé tu propio empresario, gestiona tus emociones… Son discursos que invisibilizan las estructuras de control y poder en las que estamos insertos y disgregan posibles alianzas contra una injusticia colectiva.

Teatro y Política, clase en Pa'Tothom del 28-9-2016

(Esta clase se impartió en el Forn de Teatre Pa’Tothom, Barcelona, el día 28 de septiembre de 2016)

Muchas gracias a todos por venir, es un honor compartir estos momentos con vosotros. Vivimos en una época en la que lo político (entendiendo político como aquello que detenta y ejerce el poder) se ha ido desplazando, poco a poco, del ciudadano común a los técnicos del poder: políticos profesionales, economistas, sociólogos. Puede decirse, sin equivocación, que nuestra intervención y poder de decisión en asuntos que nos conciernen directamente como ciudadanos que viven en un estado democrático se ha reducido al mínimo o bien ha sido delegada a estos técnicos.

Esta separación o este desplazamiento del poder del ciudadano hacia los mencionados técnicos es, en sí misma, política. No es fruto de la casualidad. Los movimientos sociales más recientes, como el 15M, las revoluciones árabes o latinoamericanas confrontaron esta idea y hoy está más en cuestión que en las últimas décadas.

En el teatro ocurre algo similar. Existe, por ejemplo, una división entre teatro profesional y amateur; teatro social y teatro clásico; teatro comercial e independiente. En realidad, estas divisiones son también dirigidas y son ideológicas: no emergen del oficio del teatro por sí solas. Tanto en política como en teatro, las formas de ser dichos, producidos y llevados a la acción, vienen determinadas por la ideología de la clase dominante. En nuestra época, la clase dominante es la burguesía y por lo tanto todo el teatro creado en esta época es teatro que se mueve dentro de los parámetros de la clase burguesa. Pensad en el barrio en el que estamos: el Raval. Es un barrio multicultural, diverso y combativo que ha sido retratado en múltiples ocasiones como conflictivo y peligroso y en el que, además, se instalan videocámaras en el espacio público. Esto tiene un doble significado. Al visitante se le advierte que es un sitio seguro, porque está vigilado, pero que también es un lugar potencialmente inseguro, porque ha de ser vigilado. Al local se le está diciendo: ojo con lo que haces que te estamos viendo, es decir, se le culpa preventivamente de un crimen que no ha cometido, se le coloca en un grupo social que debe ser vigilado. Lo paradójico del asunto es que si se debiera instalar videocámaras para evitar crímenes, lo más lógico sería instalarlas en barrios ricos, como Sant Gervasi o Sarrià, que es donde un criminal pensaría en actuar, pero no en el Raval, que es un barrio empobrecido. Volviendo al teatro. Uno de los teatro más importantes del Raval es el Teatre Romea, donde se representan obras maravillosas, muy lúcidas, con los mejores artistas de Cataluña y España. Sin embargo, pocas o ninguna de esas obras tienen nada que ver con el Raval ni la diversidad de su gente. Casi sin excepción, las obras que se representan en el Romea son de autores de clase media-alta, casi todos hombres blancos, con actores y actrices de clase alta, blancos, que tratan problemas de gente blanca de clase media-alta; los precios de los tickets rondan los 22 euros, innacesibles a la gran mayoría de los residentes en el barrio; en definitiva, es un teatro completamente desconectado de la realidad del Raval, de sus problemáticas y su gente; es un teatro que está en el Raval pero no es del Raval. Es un teatro para la clase de gente que puede permitirse 22 euros por una entrada y que viene a ser la misma que produce, escribe, dirige, actúa y promociona este tipo de teatro.

Todo el teatro que se escribe bajo la Grecia del siglo V a. C. sigue y refleja el pensamiento, modos y costumbres de aquella época (democracia de élites, ciudades-estado); en Shakespeare, los temas, formas y contextos pertenecen a los de las monarquías imperantes y a su organización socioeconómica. Así y todo, cualquier ideología porta una contradicción dentro de sí; por así decirlo, un punto de vista que nos enajena de su cauce original y nos permite observarla y estudiarla. No existe una ideología perfecta, pues esta sería invisible y sus mecanismos de control y represión no serían observables ni combatibles. La tiranía, por ejemplo, se contrapone a los derechos sociales, a partir de los cuales surgirán los levantamientos contra la misma; las democracias han de resolver la problemática del derecho individual a la del bien común; las sociedades burguesas imponen el derecho a la ganancia individual pero existe la imposibilidad material de una ganancia infinita. El teatro de cada época, aunque se construya bajo los parámetros de la sociedad en la que surge, representa también sus contradicciones. Si seguimos las obras de los griegos antiguos, podemos leer cómo el peso del mito y de los dioses se va diluyendo desde Esquilo hasta Eurípides. Medea, por ejemplo, es una de las primeras obras donde la acción humana no viene determinada por el arbitrio de los dioses. Shakespeare escribió obras donde los protagonistas, aunque villanos, se oponían a unas formas de poder que venían otorgadas por lo divino y reclamaban un reparto del poder conforme a los méritos adquiridos y no al lineaje.

Escribir hoy una obra como Shakespeare o como los griegos es un acto exótico, de virtuosismo de estilo, pero no un teatro contemporáneo, puesto que ni los monarcas son los mismos, ni la estructura social se asemeja a la de la época de estos autores. Una idea nefasta para entender, escribir o producir teatro es pensar que hay algo así como una universalidad de temas a tratar. Que aquello que Shakespeare escribió hablaba a los hombres del futuro o que la hybris griega puede encontrarse hoy en alguna obra de Arthur Miller de la manera en que se encontraba en Sófocles o Esquilo. Esta es una interpretación etnocéntrica, en muchos casos colonialista y siempre reaccionaria. Supone que la historia de la pasiones permanece inalterable aun cuando la historia de las naciones cambie, es decir, la política no es más que un juego fatuo e innecesario porque los seres humanos somos incorregibles. Un ejemplo fantástico de este tipo de pensamiento se encuentra en un texto de Laura Bohannan sobre Hamlet. El texto original se titula Shakespeare in the bush, que puede traducirse como Shakespeare en la selva, aunque en el original «in the bush» suena mucho más despectivo que en castellano. En el texto, la antropóloga relata cómo acude a territorio Tiv con la idea de transmitir la presunta universalidad de Hamlet a los habitantes del lugar y acaba desesperada y frustrada puesto que los habitantes del lugar consideran a Hamlet un necio y no un héroe, como Bohannan creía y quería hacer creer a la gente de la selva. (Refiero también a otros aspectos del texto de Bohannan bastante curiosos, como por ejemplo que retrate a los Tiv como a una tribu perdida en la selva, cuando solo el grupo etnolingüístico supera en población a Grecia o a Bélgica y cuya extensión geográfica es del tamaño de la península Ibérica).

Quiero que nos hagamos cargo de cuál es nuestra posición en el mundo y en la sociedad, con todas sus ventajas y, sobre todo, privilegios. Somos, en nuestra mayoría, occidentales, blancos, de clase media. No debemos caer en el error de que creer que nuestra voluntad se sobrepone a las condiciones que el poder nos ha introyectado. Está muy bien que vengamos a una clase de teatro político con la buena voluntad de no ser racistas, machistas u homófobos, pero la realidad es que hemos aprendido todo de un sistema educativo, político y mediático que es racista, machista y homófobo, y por lo tanto, no estamos «salvados» de estos comportamientos. Está muy bien que los chicos compartamos las tareas del hogar con nuestras compañeras, pero nuestras compañeras seguirán cobrando menos en el trabajo: es una discriminación estructural que no puede resolverse a través de buenas intenciones y pequeñas acciones en el hogar.  La semana que viene comentaremos La Bella y la Bestia y estudiaremos cómo el cine, el teatro y la literatura pueden ser vehículos de dominación y propagación de la ideología imperante y cómo esto afecta a nuestra vida cotidiana.