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El horror de puertas hacia adentro. Sobre las representaciones de la violación

El otro día repusieron Death Wish, una película de Charles Bronson donde hace bronsonadas, a saber, disparar y matar a criminales por su propia cuenta. Es un clásico thriller norteamericano sin demasiada relevancia que apelotona los tópicos del cine de acción norteamericana con la poca gracia que le caracteriza

Al comienzo de la segunda entrega de la película (hay cinco), un grupo de delincuentes entra en un apartamento y viola a la mujer que allí se encuentran, la chacha de Bronson. El director detalla escrupulosamente la violación en grupo durante varios minutos en lo que viene a ser un hábito de mal gusto del cine contemporáneo. Los violadores son unos macarras, en su mayoría hispanos o negros, que además parecen muy conscientes de la maldad de sus actos y los perpetran con gusto y sadismo.

Si bien la película transcurre bajo las dinámicas narrativas que se asocian a un crimen tan tremendo como la violación, hay algo en lo que no había reparado y era en la exposición del horror mismo, en la delectación pornográfica de los detalles y que me da la impresión que es algo propiamente del siglo XX en adelante.

La violación como motor de la trama de ficción no es novedosa ni original: aparece, por ejemplo, en Las Suplicantes y en Las Troyanas de Eurípdes como amenaza que se cierne sobre las mujeres; y en La violación de Lucrecia como el acto en sí. En todas las obras clásicas que he citado la violación es algo que ocurre, pero ocurre fuera de la vista del espectador. Los actores salen del escenario y cuando retornan anuncia al público que la violación ya ha sucedido. Por ejemplo, en La violación de Lucrecia ni siquiera se menciona como tal:

This said, he sets his foot upon the light,

For light and lust are deadly enemies:

Shame folded up in blind concealing night,

When most unseen, then most doth tyrannize.

The wolf hath seized his prey, the poor lamb cries;

La violación de Lucrecia, Shakespeare

He encontrado pocas representaciones posteriores al siglo XIX donde la violación sea explícita; en casi todas las pinturas o esculturas se describe el momento previo al acto en sí, con la víctima desnuda y angustiada y el perpetrador con la mirada desquiciada y plena de maldad.

La violación de Lucrecia, Tiziano
El rapto de las Sabinas, Millet
El rapto de las Sabinas, Francisco Pradilla

En todas estas representaciones (todas llevadas a cabo por hombres) se cimientan los tópicos históricos sobre la violación: la deshonra que lleva al suicido, la absoluta vileza del perpetrador (aunque Tarquinio sufre un gran culpa) y la ausencia de detalles sexuales. En todas, las violación se percibe como una deshonra para la mujer. Se da a entender que una mujer no puede sobrevivir sin más al crimen, sino que el efecto del mismo debe ser la locura, la muerte o la venganza (Laurencia en Lope de Vega). Asimismo, el violador siempre es plenamente consciente de la catadura moral de sus actos y suele ser además alguien perverso y criminal, alejando así la posibilidad de perdón o redención, ni siquiera por la propia víctima.

La película de Bronson, como muchas otras, hace al espectador partícipe, como si se tratara de un peep-show, de la violación. Es una escena de estética softporn, por momentos irreal, en la que la mujer lucha con uñas y dientes contra sus violadores, a pesar de ser superada en número y fuerza, y en la que ninguno de los violadores tienen un asomo de duda ética sobre lo que están haciendo y llegan a darse empujones para completar su crimen.

Estuve pensando: ¿por qué hace al espectador participar de la escena? Intuyendo al esquizofrenia del cine norteamericano, creo saber por dónde van los tiros. La representación pornográfica de la violación tiene una función moralizante. La escena, que se cuenta exclusivamente desde el placer de los criminales, sirve para excitar al espectador: es una violación en grupo, donde la responsabilidad se reparte entre todos, en el anonimato de una casa asaltada por sorpresa y una víctima sin posibilidad de defenderse y que, además, es una sirvienta latina; elementos todos ellos que invitan a creer rápidamente en la impunidad de los criminales. El director no quiere que el espectador se identifique con los violadores (por eso los construye como caricaturas) pero pone a su disposición el morbo del acto cometido por otros.

El resto de la película sirve para castigar esa perversión a la que se ha invitado al espectador a participar, y se le castiga desde el personaje correcto: el hombre-hombre americano, blanco y lleno de furia. La catarsis de la película (aprendo que no se debe violar) hace aguas por los flancos por varios motivos: porque pinta a los violadores como criminales de baja estofa (cuando la mayoría de las violaciones las cometen conocidos de las víctimas); la víctima es irrecuperable (por ello acaban muertas o suicidas); los criminales no tienen posibilidad ni capacidad de aprendizaje o redención; y la justicia legal nunca llega, por lo cual un debe hacerse cargo de imponer su propio concepto de justicia.

El teatro debe responsabilizarse de la memoria histórica

Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacer la, más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos. Ella, desde el aire, nos respira.
Es contradictoria, como nosotros. Nunca está quieta. Con nosotros, cambia. A medida que van pasando los años, y los años nos van cambiando, va cambiando también nuestro recuerdo de lo vivido, lo visto y lo escuchado. Y a menudo ocurre que ponemos en la memoria lo que en ella queremos encontrar, como suele hacer la policía con los allanamientos. La nostalgia, por ejemplo, que tan gustosa es, y que tan generosamente nos brinda el calorcito de su refugio, es también tramposa: ¿Cuantas veces preferimos el pasado que inventamos al presente que nos desafía y al futuro que nos da miedo?
La memoria viva no nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta. Quiere ser puerto de partida, no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia, pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie. Creyeron los griegos que la memoria es hermana del tiempo y de la mar, y no se equivocaron.
Eduardo Galeano

Cada día, en España, a cientos de miles de españoles les son negados sus derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación. Familiares de desaparecidos durante la Guerra Civil y la posguerra, familiares bebés robados de brazos de sus madres, prisioneros empleados como esclavos en la construcción de monumentos y grandes empresas, homosexuales, mujeres, estudiantes torturados por oponerse al franquismo, investigadores que tratan de estudiar los archivos donde se ocultan las historias que merecen ser expuestas han visto como los sucesivos gobiernos democráticos en España han perpetuado la cultura del silencio impuesta desde la dictadura y de sus herederos.

Con todo, desde el comienzo del siglo XXI una nueva generación de activistas ha comenzado a exigir responsabilidades a los gobiernos nacionales e internacionales para que derechos tan básicos como el de la reparación, la justicia y la verdad, derechos que tejen las estructuras de las sociedades democráticas sean garantizados de manera irrevocable. Se trata de asociaciones que trabajan de manera voluntaria y gratuita, que han visto cómo el gobierno elegido por todos los españoles ha revocado cualquier partida económica para su sustento, que han sido insultadas, menospreciadas y ridiculizadas por políticos, periodistas y opinólogos.

La infamia perpetuada desde el restablecimiento de la democracia ha resonado más allá de nuestras fronteras. Organizaciones como Amnistía Internacional, el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la ONU, así como el Relator Especial de la ONU para la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición han reiterado una y otra la urgencia que requiere tratar este abuso que es la negación del derecho en un país democrático como España.

Los gobiernos de España, entre tanto, se han lavado las manos cuando incumplieron tratados internacionales de extradición de individuos que participaron en abusos contra los derechos humanos, cuando señalaron con el dedo a las asociaciones que pretendían restablecer un mínimo de cordura en el país y cuando se atrevieron a sentar en el banquillo a jueces que intentaron arrojar algo de luz sobre la historia reciente de España. España, que fue una de las pioneras en la persecución internacional de dictadores y criminales de guerra en Argentina, Chile, Tíbet, Guatemala, ignoró e insultó a sus propios ciudadanos.

El teatro debe contar estas historias. Como autor y como artista, uno puede intentar pensar que puede alejarse del suelo que pisa y escribir desde la nostalgia, los cielos, las musas. Pero hemos aprendido que la tierra siempre le traerá de vuelta al suelo, obcecadamente, dónde tendrá que enfrentarse, una y otra vez, al barro del que verdaderamente venimos. Uno querría engañarse creyendo que las habilidades que el cielo le ha entregado han de ser devueltas al cielo. No es cierto. Si se nos concedió la gracia de poder y querer escribir estando aquí en la tierra, es para que contemos lo que aquí sucede. En éste, nuestro barro.

En 2013 varias personas ideamos el Teatro por la Memoria. No se trata de una asociación cultural, ni de un movimiento: no tenemos un manifiesto, ni un programa, ni siquiera tenemos socios. No somos nada: palabras. Somos una idea compartida: la de que el teatro debe clamar, desde las tablas, desde los cuerpos y las voces de los actores, desde el texto dramático, la urgente necesidad de que los derechos de nuestros ciudadanos sean restablecidos. 

Hoy, esta idea es una realidad material. Después de años de trabajo, de contactos con activistas, jueces, periodistas, víctimas y personas de la cultura, el texto «El Pan y la Sal», una obra que habla de la lucha de las asociaciones por reestablecer la memoria de este país, se estrena en los teatros más importantes de España. Anteriormente lo hicimos con Flores de España, que aún está de gira con la compañía Los Sueños de Fausto.

No creo, como escritor, que haya una responsabilidad mayor y para la que se necesita más humildad que la de haber podido trabajar con todas estas maravillosas personas por evitar que la mayor injusticia que sufre nuestro país se siga perpetuando.

Raúl Quirós Molina, autor de El Pan y La Sal y Flores de España.

 

www.lossuenosdefausto.com

En España no tenemos Harvey Weinstein

En España no tenemos Harvey Weinstein porque aún no ha sido nombrado, y aquellos que no tienen un nombre son cualquiera, o lo que es lo mismo, nadie. En España no existen hombres poderosos en el mundo del teatro, el cine y la televisión que vayan a ser procesados judicialmente por acoso, intimidación o violación, que pierdan sus premios Goya o sus premios Max, que no vuelvan a conseguir un solo trabajo o, incluso, que acaben en la cárcel porque todavía se espera que sean las víctimas las que sacrifiquen  su carrera, su reputación, su trabajo y su patrimonio, es decir, su forma de vida para ponerle el adjetivo a esas caras famosas, y hacer justicia.

En España nos sorprenden los casos de Weinstein, Kevin Spacey, Dustin Hoffman, o Louis CK. No porque hubiera tantísima gente padeciendo los abusos sexuales, acosos y humillaciones por parte de gente poderosa de la industria. Ni tampoco por el número de personas que encubrieron a los violadores durante décadas. Lo impresionante es que las víctimas hayan podido alzar la voz porque el riesgo que corrían era mucho mayor que el de perder el trabajo y nunca conseguir otro: era el de ser extinguidas, el de ser tratados como idiotas, exageradas, aprovechadas por sus propios compañeros de profesión, por sus jefes, por otros directores, otros productores; podrían haber perdido su vida en este movimiento, ahogadas en un mar de juicios, demandas y contrademandas, podrían ser nada, nunca, nadie.

En España no tenemos Harvey Weinstein, en definitiva, porque ningún periodista que conozca estas prácticas ha puesto negro sobre blanco nombres y apellidos de violadores. Porque ningún compañero de rodaje ha acudido a la policía a denunciar por abuso a ese director tan condecorado que le podría llevar a Hollywood. Y porque es muy tranquilizador estar en manis contra del acoso, indignarse con el que ya ha sido descubierto, denunciado y condenado, apoyar a la compañera que levantó la voz. Porque en realidad no compromete a nadie, porque el acto heroico ya está hecho por otro, porque la persona que ha denunciado, ya ha quemado sus naves y nunca más volverá a trabajar ni en el más triste de los anuncios del teletienda.

Porque se sigue entendiendo el problema del acoso en las artes, en el trabajo, en la calle como un coincidencia individual y no una consecuencia sistémica. Sigue pensándose como una lotería que por desgracia le cae a una; de una lógica tan mágica como el éxito: estabas en el lugar adecuado, en el momento adecuado; estabas en el peor momento con la peor persona.  Todavía se perpetúa la creencia de que el azar o la mala estrella es un desencadenante válido para la peor de las condenas. Si te meten mano en un hotel, si te tocan el culo durante un rodaje, si te babean durante una fiesta es mala pata, como cuando se te gripa el motor o te revienta una rueda en la autopista o, peor, culpa tuya por estar ahí, por no comprender que el mundo del arte es así, que los hombres son hombres. Etcétera.

Mientras tanto, ese actor tan de izquierdas y tan querido por twitter que habla de derechos sociales y de feminismo seguirá metiendo hocico a sus asistentes en las fiestas de estreno; la joven promesa del cine español, que hace un cine tan vanguardista y europeo prometerá papeles a actrices novatas con el objetivo de dormir con ellas; la estrella fulgurante de la comedia le preguntará a su agente de prensa si se la chupa a su novio. Y actor, director, comediante harán sus vidas normalmente, se reunirán con sus agentes y productores, firmarán contratos, se reirán con otros compañeros. Despreocupados y ufanos porque sus nombres no han salido de la boca de nadie, no se han impreso en un papel, no han sido señalados en una manifestación, y si lo han hecho, da igual, porque no está en el sumario de un juicio y, a lo sumo, ha desencadenado una «tormenta en las redes sociales» que es la forma blandita de regañar al niño travieso. Mientras que la agente, la asistente, la actriz novata deben preguntarse si merece la pena jugarse la carrera por denunciar la injusticia o seguir soportando el acoso, la intimidación, la violación por estos Harvey Weinstein.

El resto esperamos a que lo haga.

Y esperamos, y esperamos.

Aunque, tal vez, solo por esta ocasión, no queramos esperar ni un minuto más a que las supervivientes encuentren el valor que el resto deberíamos tener y mostrarles.

Entonces sabremos quién es el primer Harvey Weinstein español, y el resto, caerá por el peso de la indignación.

Manifiesto de La Liga de Mujeres Profesionales del Teatro.

Charla pronunciada en Salt sobre el Teatro del Oprimido

Muchas gracias a todos por venir a esta charla. Mi nombre es Raúl Quirós Molina y soy profesor de teatro y política en Pa’Tothom. He de decir que estoy muy emocionado por estar aquí, en Salt, hablando de Teatro del Oprimido, de política, de pedagogía, de xenofobia y del trabajo que hacemos en Pa’Tothom.

Me siento tentado de contaros la historia de Pa’Tothom, de Jordi y Montse, que son las personas que crearon esta asociación teatral y política, pero creo que no hay mejor presentación que contaros qué hacemos en Pa’Tothom, porque en el teatro, como en la política, lo que moviliza a los participantes no es la historia o la nostalgia, sino la acción en el presente.

Digo que Pa’Tothom es una asociación política y más allá de ello que es una asociación política radical. Y si esto os asusta, lo que sigue os hará huir. Es radical porque parte de ideas radicales: que el estado actual de las cosas en este mundo, que la crisis, el racismo, la homofobia, las diferencias salariales entre hombres y mujeres no son circunstancias naturales, no son cosas que surjan así, como setas en el bosque y con las que tenemos que lidiar, y que la vida siempre ha sido así y nunca cambiará y que lo mínimo que tenemos que hacer entonces es escribir muchos tweets enfurecidos, y «ayudar» a nuestra mujer o novia en casa o acoger a un refugiado en casa. Que todo esto está muy bien y nos hace sentir mejor, pero no ataca a la raíz, no explica de dónde surge esa diferencia y porqué todos estos hechos, la diferencia salarial, el racismo, la homofobia responden al actual sistema político y económico y se sirven de ellos y de nosotros para perpetuarse y que si no se cambia desde esa raíz, se repetirá y perpetuará. Para estudiar y confrontar estas inercias, en Pa’Tothom nos servimos del teatro y más en concreto (aunque no exclusivamente) del Teatro del Oprimido.

Muchos de vosotros ya conoceréis algo del Teatro del Oprimido, sabréis que se trata de un tipo de teatro donde uno puede salir a escena y tratar de deshacer algún lío que ha ocurrido en la obra. Son normalmente obras que tratan de alguna injusticia social, el maltrato, la prostitución, el bullying. La obra trata de un protagonista, un oprimido, que trata de luchar contra el origen de esta opresión, normalmente personificado en un opresor: el marido maltratador, un skinhead, el chulo, el jefe que no te quiere pagar. El oprimido está ahí dale que te pego durante quince o veinte minutos tratando de que no le opriman y finalmente fracasa. Y entonces se le pide al espectador que detenga la obra, que entre en la misma y que trate de hallar una solución a ese fracaso y que el inmigrante, la mujer maltratada o la prostituta estén menos oprimidos y toda la pesca. Esta es la versión sencilla del Teatro del Oprimido y la que más se ve en festivales y en asociaciones y es muy divertida, pero es justo decir que normalmente no tiene ni pies ni cabeza. Trataré de explicar porqué.

En primer lugar, debemos plantearnos qué significa ‘estar oprimido’, y tal vez, podamos saber si se puede hacer algo así como un teatro de del oprimido que sirva para los propósitos de romper esa opresión y conseguir agrietar el statu quo, que como insinuaba más arriba, es la conjunción de estructuras y poderes (fácticos, económicos, políticos, históricos)  que perpetúan las desigualdades en la sociedad.

Por ejemplo, ‘ir al cine y que los niños no me dejen escuchar la película con sus palomitas y sus gritos’ no es una opresión, porque ni los niños, ni las palomitas, son grupos o elementos de opresión, no hay algo así como un grupo de oprimidos por los niños que comen palomitas y las consecuencias en la vida y en la libertad individual y colectiva de que esos niños ruidosos existan es nimia. Es un ejemplo un poco tonto, pero ha salido en talleres y es más frecuente de lo que nos pensamos.

Otro ejemplo: «a mí lo que me oprime son los mendigos», bien, fantástico, genial, que a una persona de bien le moleste acudir a sacar dinero y encontrarse con un mendigo allí tirado es algo legítimo, pero tratarlo como «opresión» es una idiotez como un piano, sobre todo porque los mendigos no detentan ningún tipo de poder económico, político, ideológico sobre el resto de la sociedad, y porque a fin de cuentas esta persona puede sencillamente ir a otro cajero, y el mendigo seguirá siendo el mendigo y seguirá durmiendo donde pueda y el otro tendrá el dinero bien calentito en La Caixa o en el BBVA.

Un último ejemplo, muy recurrente y que nos va a meter en el ajo: típica obra de teatro donde solo se muestra una mujer maltratada que recibe palizas día sí y día también y en la que se pide al público que intervenga y haga de mujer maltratada y trate de solucionar esa opresión. Oiga, es como pedirle al condenado a muerte que luche contra la opresión a la que le somete el verdugo cuando lo va a ahorcar. Aquí no estamos haciendo «Teatro del oprimido» sino «Teatro de la víctima» y ahora explicaré qué diferencias hay entre ser un «oprimido» y ser una «víctima». El oprimido, al menos, empieza a vislumbrar la causa de su opresión, empieza a conocer que hay unas reglas, una estructura, un sistema que lo perpetúa, al menos no lo ignora, pero si el protagonista es una víctima, podemos caer en un error fatal: es darle la oportunidad al público para condenar a la mujer maltratada en su miseria. Tipos de respuesta que se obtendrán cuando la mujer es presentada como víctima:

– Que la mujer le abandone.

– Que la mujer denuncie.

– Que la mujer se lo diga a sus familiares.

Pues bien, el problema de este planteamiento es que la mujer maltratada, en este caso que he expuesto, ya es una víctima: cuando alguien te está dando palizas en el comedor de tu casa es porque un sistema entero te ha fallado, cuando no has tenido ni la más mínima oportunidad de saber que el pescado ya está vendido. Que no se trata de que el tío que está abusando de ti sea malo, bueno o regular, sino que la violencia contra las mujeres empieza con cosas tan sencillas como que cobren menos que los hombres, que tengan que estar guapas, llevar hijab o no, minifalda o no. Cuando te van a fusilar, cuando el skinhead le prende fuego a un refugio es porque se han agotado todas las posibilidades. Presentar a una víctima como responsable de su propia opresión (y ojo, dijo «víctima» y no «oprimido») es condenar a la víctima a su miseria y es repetir el mensaje neoliberal de que cada uno es responsable de su propio destino: perdone, pero yo nunca elegí que mi marido o mi pareja me maltratara. No creo que nadie lo haga cosas así.

Trataré de hacer entonces una aproximación a lo que significa ser o estar oprimido: es pertenecer a un grupo que se relaciona con otros en inferioridad de condiciones.

Repito: PERTENECER A UN GRUPO.

Esto es fundamental para entender las opresiones: nunca son individuales, sino colectivas. Yo, por ejemplo, que me meto mucho en los debates sobre la prostitución y salgo escaldado, alucino cuando salen en la tele prostitutas blancas, jóvenes, catalanas, españolas hablando de lo fantástico que es disfrutar de tu propio cuerpo, del mucho empoderamiento que concede ser dueña de tu destino, y ser libre para hacer lo que te venga en gana en el sexo y que elegir ser prostituta es una nueva forma de activismo. Fantástico, lo aplaudo pero ¿cuándo nos ponemos a hablar de la industria del sexo, de los empresarios de prostíbulos, y de si la elección es verdadera elección o simplemente ser prácticos económicamente? Entre ganar 1000 euros en un McDonalds al mes y 1000 euros por pasar una noche con un cliente, y tengo que pagar un alquiler, comprarle los libros a mi hija, enviar dinero a mi madre, etc. Pues miren, a mí no me digan qué hacer con mi cuerpo. Pero jamás preguntan por qué las cosas son así o si se pueden cambiar: es el «sálvese quién pueda», yo, que soy blanca, joven y española o catalana, que me puedo permitir pagarme una página web y un agente de prensa, que puedo ir a la televisión a hablar de cómo el sexo es maravilloso y liberador no me pregunto, ni siquiera planteo qué mundo es este en el que existe que tal cosa como pagar por sexo, que los que pagan por sexo en su inmensa mayoría son hombres y que esa sea una opción de empoderamiento femenino aceptable, si no existe alternativa posible u otros empoderamientos donde la integridad física, sexual, moral, psicológica de tu grupo social esté en riesgo. Repito, ser oprimido es pertenecer a un grupo oprimido, a un grupo que está en una desigualdad, ser musulmán en una sociedad católica, ser mujer en una sociedad patriarcal, ser lesbiana en un mundo regido por lo hetero, percibir un salario en el mundo de la plusvalía empresarial. Lo que esta prostituta joven, blanca y empoderada no ve, no quiere o no puede ver es que las opresiones son transversales y no oprimen por igual a todos los miembros de una comunidad.

Para entender esto me voy a valer de una metáfora: imaginad que unos alienígenas vienen a la Tierra y se detienen en un cruce de carreteras con semáforos: ellos podrán entender, después de muchas observaciones, que los coches se detienen con la luz en rojo y continúan con la luz en verde, que la combinación de luces permite que los peatones crucen por el paso de cebra, etcétera. Todo esto lo podrán entender los alienígenas sin mayor dificultad, pero lo que no podrá entenderse a simple vista es por qué, quién y cómo ha impuesto esas reglas ahí, no entenderán que hay un código de circulación en vigor, que hay unos policías que te multan si te lo saltas y unos jueces que te meten en la cárcel si pillas a un peatón, y no entenderán que todos los participantes hayan internalizado estas reglas, este sistema coercitivo por el que todo el mundo se rige y que hace que la circulación no sea el caos más absoluto. Pues bien, el teatro del oprimido y Pa’Tothom va de presentar esta situación tal cual, sí, con mujeres, con inmigrantes, con chavales, con presos, pero entendiendo el sistema de circulación, el sistema judicial y policial que hace que las injusticias que padecen se perpetúen y que nos atañen a todos.

El oprimido es, además, alguien que puede elegir y puesto que puede elegir puede luchar contra la estructura opresiva y es alguien que tiene contradicciones: un hombre negro sufrirá opresión por ser negro, pero al mismo tiempo pertenecerá a una clase opresora: ser hombre. Bien, el teatro del oprimido es una herramienta que sirve para activar a los oprimidos, a hallar no solo las causas y el funcionamiento de su opresión sino también a buscar posibles aliados para deshacer o confrontar esa opresión. Es por eso que es un proceso artístico, político y radical en el cual los oprimidos tratan de hallar las estructuras opresivas que los someten y qué posibilidades tienen de encontrar ventanas donde terminar con esa opresión. Por ello se hace necesario que el Teatro del Oprimido lo hagan los oprimidos y, sobre todo, que los oprimidos tengan conciencia de serlo: no es una herramienta de adoctrinamiento ni de buenrollismo.

Yo, que soy blanco, de Madrid y de raíces cristianas no puedo tener la cara dura de pretender saber qué hacer con las penurias que puede pasar un musulmán en Salt, o un refugiado en Siria, o una prostituta, puedo acompañarle, puedo investigar en mi propia clase qué privilegios tengo y cómo esos privilegios le oprimen, pero no puedo hablar por él. Esta es quizás la parte fundamental del teatro del oprimido: son los propios oprimidos los que toman las riendas del proyecto artístico y político. El creador del teatro del oprimido, Augusto Boal, decía: el teatro del oprimido es un ensayo para la revolución. Cuando internalizamos el proceso de deconstrucción de una opresión, cuando analizamos las causas y los agentes, y sobre todo, cuando observamos cómo nosotros también pertenecemos a este proceso podemos empezar a cambiarlo y con ello cambiar el mundo que nos rodea.

Bien, pues este tipo de cosas hacemos en Pa’Tothom, que es la asociación radical y política de la que venía hablar. Estamos instalados en el Raval, que es un barrio precioso en Barcelona, y que está sufriendo uno de los ataques más brutales por la especulación inmobiliaria y turística que yo haya visto. Tiene una población inmigrante bastante elevada y además empobrecida (porque nadie se mete con los inmigrantes con dinero de, por ejemplo, el Passeig de Gràcia) y, como en estos casos, los discursos dominantes son los mismos que en cualquier parte del mundo occidental, que si hay muchos pakis y son terroristas, que hay redes de pederastia, que si se vende droga, en fin, todas estas mierdas que no son más que intoxicaciones para derruir el tejido social y asociativo del barrio.

Os quiero contar una cosa sobre el Raval que a mí me impresionó cuando llegué: la cantidad de cámaras de vídeo que hay. Pensad en el Raval como una ciudad dividida en tres partes: la parte de los guiris-hipsters, todos aquellos que se quedan cerca del museo de arte contemporáneo con sus monopatines y sus Ipods, donde están todos los hostales y tiendas de bicis antiguas. Después está la parte más vecinal, que es donde está Pa’Tothom, y la parte más inmigrante, por así decirlo, que es donde están los negocios de los pakis, tiendas de teléfonos móviles, electrodomésticos de segunda mano y cosas así. Pues bien, las cámaras de vídeo están instaladas en estos dos últimos lugares, se dice que por seguridad, pero a mí me hace mucha gracia. Porque ¿quién coño querría robar en la zona pobre del Raval? ¿Es más, quién robaría en el Raval? Para eso me iría a Pedralbes, donde viven los directivos del Barça y donde tendrán sus casas llenas de joyas y trastos tecnológicos de primeras marcas. En el Raval a lo mejor puedes robar una secadora de veinte años de antigüedad o las bragas de una vecina. Pero no: la cámara tiene un sentido semiótico, es que incluso podría estar desenchufada y cumpliría su función. A la gente del barrio le está diciendo: ojo, te vigila, y cuando alguien te vigila es porque eres capaz de acciones dignas de ser vigiladas, a nadie se le vigila por ser buena persona. Al turista o al guiri le dice: ojo, que vas a entrar en una zona chunga pero tranquilo, que lo vemos todo desde aquí.

En Pa’tothom se habla de todo esto que os he contado pero con más gracia y salero, se enseña a los alumnos a organizar talleres de teatro del oprimido y a trabajar opresiones, es decir, se educa en Teatro del Oprimido, se educa políticamente y de manera radical. También se hacen cursos como el que yo llevo, que es Teatro y Política y en el que utilizamos la historia del teatro (los griegos, Shakespeare, Brecht) para entender el mundo en el que vivimos, y donde tratamos de pensar colectivamente, de activarnos políticamente. También hay clases de interpretación, dramaturgia, movimiento actoral, es decir, es una pequeña escuela de teatro pero que no quiere competir con las grandes escuelas de teatro clásico como el Institut o el Col·legi de Actors, nuestros alumnos son gente de todo tipo: tenemos al grupo de joves, que acuden a Grenoble cada año con una obra nueva a un festival de teatro, las madres del Bon Pastor, que es un grupo de madres de diversos orígenes que tratan temas relacionados con la maternidad (y que llevan 7 años dale que te pego), también trabajamos con presos, con chavales que se «han caído» del sistema educativo, con gente bienpensante, con activistas, con gente que no tiene ni puta idea de nada pero quiere tenerla. Hay una máxima de Boal que dice: «El teatro del oprimido lo puede hacer cualquier, incluso los actores», pues bien, imaginad que magnífico caos tenemos ahí metido.

Diréis, todo eso está muy bien pero más o menos vivimos en un mundo en el que los problemas se van limando, ahora tenemos la Ley contra la violencia de género, los gays se pueden casar, la peña sale a protestar e impide que el autobús de HazteOír haga el cafre por ahí, no estamos tan mal, ¿no? Con educar a los críos y a la gente en no pegar al negro ni a las mujeres vamos bien. No, no vamos bien, hay que ir más allá. Porque corremos el riesgo de ir poniendo tiritas, de ir «tolerando» es decir, «dejar participar» a las minorías, pero no enfrentarnos al poder que las oprime y que nos oprime. Les voy a dar un ejemplo. Yo viví en Londres durante cinco años y me vine a vivir a Barcelona en 2015, justo antes del Brexit. El Reino Unido es ahora mismo la quinta o sexta potencia mundial y tiene un sistema de defensa, que en realidad es un sistema de ataque nuclear, llamado Trident que les cuesta 250 mil millones de euros / libras. Estoy hablando de un sistema de defensa que les cuesta todo el dinero que genera Grecia o Israel en un año. Pues bien, en el barrio donde yo vivía, Tower Hamlets, que tiene también una inmigración importante de zonas como Pakistán o Bangladesh, donde también hay «células terroristas», «mezquitas peligrosas», «prácticas religiosas medievales » y mandangas del estilo (¿os dais cuenta de que el cuento es el mismo aquí, allí, en Bruselas, París…?) la pobreza infantil era del 50%. Es decir, uno de cada dos niños sufría de pobreza. ¿Es por que son moros? ¿Es porque es su cultura? ¿Es que son felices siendo pobres? Hablamos de la quinta potencia mundial, una de las democracias más antiguas, blablablá que permite que haya zonas del país donde los niños no coman lo suficiente, pero sí, por ejemplo, que se renueve un escudo antimisiles que cuesta 200 mil millones de libras. Uno podría pensar: ¿qué demonios tiene que ver una cosa con la otra? Pues mucho: ese escudo antimisiles, como la cámara de vídeo, son signos, unidades semióticas: hay pocos países, acaso ningún país beligerante al Reino Unido con capacidad nuclear lo suficientemente potente como para requerir una respuesta de esa magnitud pero sirve como advertencia, es como plantar un gigantesco pene al lado del Big Ben y decir: aquí estamos nosotros, somos Gran Bretaña. Y con todo, el riesgo de que niños malnutridos, abandonados en sus barrios, se acerquen a posiciones radicales y terminen por cometer atentados contra su propio país es algo más peligroso y probable que los sirios o los coreanos bombardeen Londres o Devon. Si yo paso hambre y veo que mi gobierno se gasta 200 mil millones de euros en defensa cuando no puedo comprarle leche a mi hijo, os puedo asegurar que yo mismo me apunto a la yihad, aunque no tenga ni idea de lo que es. Que los niños de Tower Hamlets, musulmanes o no, radicales o moderados, se mueran de hambre, no es algo casual: es algo político. Porque no es una cosa de «integrar» a los musulmanes, a los gays, a las lesbianas, a los negros, ¡si integrados ya están! Si no estuvieran integrados Salt, Barcelona, París, Lonndres hubieran ardido hace mucho tiempo, es que todo el aparato político, ideológico y del estado están puestos al servicio de que acepten la opresión y la injusticia como algo natural y cuando alguien se rebela, cuando a alguien le da por protestar se le indica cortésmente su lugar. ¿Cuántas mujeres de las que hay aquí aún andan con miedo por la calle, cuántas naturalizan que de vez en cuando hay que «aguantar» los piropos del jefe, los cuidados de los niños, y cuántas, a raíz de estas opresiones no pueden vivir sus vidas en plena justicia, como proponen los estados modernos?

Sigo con el Reino Unido. Si ustedes siguen la política británica, sabrán que existe un partido, llamado UKIP, que es el equivalente al Frente Nacional, a Plataforma por Catalunya o a Donald Trump, son partidos que cada vez ganan más adeptos (el UKIP, aunque no tenga representación parlamentaria, fue el impulsor del Brexit y se llevó nada menos que 5 millones de votos en las últimas elecciones), pues bien, el problema está que los Tories, para no perder votos, tuvieron que hacer suyos ciertos postulados, es decir, tuvieron que metamorfosearse en una suerte de UKIP pero que no fuera tan descarado, lo mismo le pasa al Partido Socialista Francés, al Partido Demócrata norteamericano, lo hace el PSOE, etcétera, es decir, se ha utilizado la crisis para propagar una serie de ideas racistas, homófobas, misóginas y presentarlas como baluartes de la incorrección política, es decir, se justifican palabras y luego actos de opresión como actos de liberación (liberarse de la corrección política, del buenrollismo, que el pobre hombre blanco heterosexual, que ha perdido sus privilegios, de un golpe en la mesa). Esto es fascismo puro y duro, y estamos en el siglo XXI.

Os puedo asegurar que a pesar de la seriedad de mi discurso, en Pa’Tothom reflexionamos y actuamos desde el juego teatral, desde la imagen pero también desde la cabeza y desde el corazón. Lo malo que tiene el teatro del oprimido y el teatro político es que tienen una fecha de caducidad muy cercana porque el poder, el capitalismo, el heteropatriarcado encuentran siempre estrategias novedosas y originales para colarnos sus preceptos, para introyectarlos en nuestra forma de pensar y de comportarnos frente al mundo, es por eso que es una batalla que se ha de hacer permanentemente y en la que tratamos de integrar todos los saberes, todas las inseguridades y toda nuestra energía para combatirlo.

Muchas gracias.

Teatro y Política, Shakespeare, Timón de Atenas

La obra y figura de Shakespeare fueron muy conocidas en la época en la que compuso y produjo sus obras. Sin embargo, no fue hasta que Victor Hugo escribió el ensayo acerca de su figura cuando la bardolatría adquiriría las proporciones épicas de hoy día. Shakespeare no era consciente de estar escribiendo una obra histórica. Tenía su propia compañía, componía obras a medias con otros autores de la época y componía obras basadas en los libros de historia que adaptó al teatro.

En la época en la que Shakespeare escribe, las ciudades han comenzado a organizarse de otro modo: hay comercio, prestamistas, mercenarios, prostitución. Los roles sociales ya no vienen fijados por designio divino sino por el mérito del individuo en la sociedad. Si bien el poder de la burguesía apenas comenzaba a vislumbrarse, ya existe una confrontación entre la figura del individuo y su deseo de obtener el éxito terrenal como medida del mundo y el viejo régimen, para el cual el destino ya estaba escrito.

René Girard identifica una hamartia propia de la época, como refleja en su ensayo sobre Shakespeare: la envidia o, como Girard la denomina, el deseo mimético. Ser es querer ser, y querer ser es tener lo que tiene el otro. Bajo este prisma, el análisis de obras como Romeo y Julieta, MacBeth, Julio César encuentra raíces más políticas y sociales que las de la eternidad de los valores humanos, como típicamente se ha querido retratar la obra shakespeariana.

Una de las obras que refleja con mayor precisión el cambio de paradigma entre el mundo feudal y el mundo ilustrado es Timón de Atenas. Fue admirada por Marx y escribió un profuso artículo en los Manuscritos Económicos y Filosóficos. ¿Por qué nos parece tan relevante esta obra teatral?  Bajo la forma de una tragedia griega (hamartia, catarsis, anagnórisis aristotélicas), se oculta una pieza moderna en la que ni los dioses, ni las costumbres, ni la propaganda política son temas principales: por primera vez se problematiza el dinero en una obra de teatro como un sistema de relaciones entre individuos. Aristófanes trabajó la riqueza en Pluto, pero es una obra donde se trata más el reparto de la riqueza y no cuál es la relación entre los que poseen la riqueza y los que no.

El dinero, en cuanto posee la propiedad de comprarlo todo, es el objeto por excelencia: se convierte en omnipotente. La amistad, el amor, la fidelidad de la sociedad ateniense se sustenta en el poder económico de Timón: cuando Timón dilapida todo su capital, pierde su posición en el mundo y se ve compelido a vivir fuera de la ciudad, en la salvaje natura. Lo que yo puedo pagar, lo que el dinero puede comprar, ése soy yo. Al convertirse en el objeto de objetos, al adquirir el estatus ontológico (que todo en la sociedad puede cambiarse por dinero), la sociedad se va transformando del ser al tener.

En el primer capítulo de El Capital se explica: el dinero es la mercancía universal y permite un cambio sustancial en las relaciones entre personas, puesto que el hombre mismo y su fuerza de trabajo le convierte en mercancía como las demás. Las relaciones con otros serán también relaciones entre cosas, perdiendo así su condición humana.