Diario de Londres VI – Amados monstruos inmobiliarios

Uno querría hablar de las torres preñadas de Old Street, de los baños públicos en el underground, de los murales de Shoreditch, de la comunidad bengali en Bricklane, la niebla que nos recibe y trufarlo todo con epítetos y versos de John Keats, pero nuestra misión es mucho más mundana: encontrar una habitación.

Nada menos que cinco personas me ofrecen, a precio de ganga – y precio de ganga es 500 libras/mes – habitaciones en el mismísimo Bloomsbury, Camden, Kensington. La única pega es que las habitaciones, a pesar de estar a varios kilómetros de distancia entre sí, están decoradas de igual manera, con idénticos parqués y chimeneas tapiadas, motivos de decoración en las paredes. Y los propietarios, todos ellos son importantes consultores de negocios, contratistas, etcétera y casualmente se encuentran fuera del país, con lo cual ver el magnífico piso es imposible, además de un incordio, pues mucha gente quiere ver el piso y pocos lo aceptan, para irritación y sulfuro del propietario. Así que si transfiriéramos 700 libras a través de MoneyGram … Sería nuestro. Tal como el disgusto por dar de comer a estafadores.

Hay negocios que, sin embargo, despiertan sospechas. Como los alquileres sin contrato. Alguien, apelando a los orígenes, a la lengua -me fío más de los españoles-, alquila su piso entero a precio de habitación (digamos 200 libras a la semana). El tipo, como los importantes consultores de arriba, estará fuera del país durante un tiempo y necesita que alguien se encargue de la casa. Por supuesto, nos intercambiaremos nuestras referencias y todo lo demás pero nunca sabremos si a los dos días de vivir allí, el auténtico dueño habría aparecido y habría preguntado: ¿qué hacéis aquí, cómo habéis entrado, quién os ha abierto la puerta?

Al lado de nuestra casa temporal nos ofrecían un habitación: aquí no había timo. Había necesidad. Los inquilinos (dos hermanos y la madre) necesitaban alquilar la planta baja, bien decorada, sombría, húmeda, para afrontar los gastos. De la necesidad a la caridad hay una peligrosa corta distancia y el sentido de negocio (dos partes conformes) se pierde con la caridad.

En Holloway nos atendió un propietario que era actor. Era un actor que hacía de italiano trajeado, arrogante, muy satisfecho de sí mismo: un chiste de italiano, un cliché, una broma. Nada perturbó su magnanimidad: ni la expresión de asco que nos invadió a los cinco que competíamos por una habitación doble mugrienta en una casa sin salón donde ya vivían otros cuatro inquilinos (fantasmas), el desorbitado precio para tratarse de una zona empobrecida. Si en algo cree esta gente es en la perseverancia: al final llegará alguien desesperado y pagará la fianza y el alquiler de una cama en un piso encima de un kebab.

Habrá más.

Comentarios

Maite dice:

Espero que no, espero que lo próximo sea que hemos encontrado el sitio ideal 😀

yaiza dice:

…y una cama apoyada en libros de Cioran, Lautreamot y algún otro.

Recuerda se pesimista es la mejor manera de alegrarse del éxito

Besos

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