Autor: Raúl Quirós Molina

  • La acción

    No es improbable que si ha venido a parar a este blog posea excelsas cualidades para la narración. De usted se ha dicho que escribe bellamente, que sus atardeceres ficticios no tienen parangón y sus escenas de sexo o muerte no caen en ridículos tópicos. Usted se lo cree y le hace feliz. Todo esto está muy bien y le da una gran ventaja respecto a muchos alumnos de los talleres literarios que hay por el mundo. Pero tener buena pluma no le servirá para escribir un relato decente, si no entiende qué es la acción.

    La acción: no es lo que usted piensa

    Comprender qué es la acción y por qué es tan fundamental en la escritura de un relato es un conocimiento que el escritor novel ha de adquirir lo antes posible. La acción está ligada a los verbos y, más en particular, a cierta clase de verbos, pero no nos detendremos en el aspecto sintáctico por el momento.

    Una definición prosaica de lo que es que la acción es que esta es lo que pasa en la historia. No digo que el aserto sea erróneo, pero es incompleto. Esa carantoña que uno de sus personajes le da a otro es, sin duda, una acción per se, como también lo es observar el anochecer, hacerse unos huevos fritos con patatas o echarse la siesta. Usted puede rellenar cuartillas con acciones así, fotocopiarlas y enviarlas a un concurso de cuentos provincial y ganarlo, y a pesar de todo, no haber escrito un cuento, porque no ha entendido en qué consiste la acción. No se trata de que los personajes hagan cosas al tuntún.

    La acción es lo que un personaje quiere y lo que hace para conseguirlo

    Fíjese que la acción tiene dos partes: una, el deseo del protagonista; dos, su estrategia para conseguirlo. Es por ello que la acción no puede ser resumida en un verbo: cazar, comprar, espiar, escuchar, traicionar, vender, mentir, pegar… Por sí solos indican un gesto; su acumulación señala un deseo, un objetivo.

    Veamos un ejemplo, extraído del cuento de Edgar Allan Poe, El corazón delator.

    Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

    El corazón delator, Edgar Allan Poe

    En la narración, el protagonista, a la sazón narrador, hace una declaración de intenciones muy precisa: quiero matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre. Durante los siguientes pasajes leeremos cómo el protagonista espera a que caiga la noche, se interna en la habitación del viejo, contiene la respiración y finalmente lo ahoga con el colchón. Esta es una forma muy sencilla, aunque algo pasada de moda, de presentar la acción: el propio narrador lo dice y luego lo hace.
    La historia obviamente no acaba ahí. El protagonista tiene que deshacerse de cadáver, así que surgen nuevas acciones en la narración: lo hace trocitos, lo esconde y se siente muy satisfecho por ser tan sagaz. Después viene la policía y trata de ocultar su nerviosismo, pero se va volviendo loco y finalmente canta el crimen. Las buenas narraciones funcionan así: una acción sigue a otra, y entre todas se llega al ansiado deseo.

    La acción es un deseo y un plan para conseguirlo.

    Presentar la historia de la manera que lo hace Edgar Allan Poe tiene una gran contrapartida (hola, voy a contarle esta historia tan fantástica). Si en el siglo XIX generaba emoción, en el siglo XXI resulta torpe y barato. Los comienzos de cuento en los que el autor se disculpa y advierte que lo que van a leer es una historia que ocurrió de verdad, o que le ocurrió a un amigo, está tan anticuado como llevar monóculo o pololos. Evite imitar a Edgar Allan Poe en este aspecto, no así en otros. Hablaremos del comienzo de los cuentos más adelante.

    Lo que está ahora de moda es que los personajes no expresen claramente lo que quieren; y esto tiene sentido porque permite al lector respirar e interpretar a su gusto qué quieren los personajes y observar cómo fracasan en su intento. Los deseos y anhelos de los personajes están ocultos a la vista del lector pero sus acciones los delatan. Si un personaje odia a su padre y quiere machacarle la cabeza, no dirá: voy a machacarle la cabeza a mi padre, para acto seguido hacerlo. Esto sería demasiado fácil: le estaríamos diciendo al lector claramente cuáles son los deseos del personaje y no dejaríamos espacio a la imaginación. Y si el lector no utiliza su imaginación sentirá que está leyendo el manual de instrucciones de la lavadora y no un relato.

    Lo interesante es que le demos pistas: que el hijo apriete los puños, rechine los dientes o se marche de la casa dando un portazo NO dice claramente que odie a su padre, pero hay GRANDES signos que nos indican que no se lleva muy bien con su progenitor.

    Los personajes en relatos contemporáneos no expresan lo que quieren porque:

    1. No saben lo que quieren.
    2. No quieren saber lo que quieren.
    3. No quieren lo que creen querer.
    4. No pueden expresar lo que quieren.

    Etcétera.

    Se corre el riesgo, claro, de embarullar la historia y que aquello se convierta en un popurrí de idioteces de agárrate y no te menees. Apelaremos entonces al sentido común del escritor que lea esto. Jugar con las expectativas del lector (hacerle creer una cosa y que pase otra completamente desconectada) no es una buena estrategia narrativa.

    Colinas como elefantes blancos, de Hemingway

    Bien. En Colinas como elefantes blancos, los deseos de uno y otro personaje se vislumbran a través de una conversación muy poco explícita:

    -La cerveza está buena y fresca -dijo el hombre.

    -Es preciosa -dijo la muchacha.

    -En realidad se trata de una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En realidad no es una operación.

    La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa.

    -Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el aire.

    La muchacha no dijo nada.

    -Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural.

    -¿Y qué haremos después?

    -Estaremos bien después. Igual que como estábamos.

    -¿Qué te hace pensarlo?

    -Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices.

    Colinas como elefantes blancos, Ernest Hemingway

    En ningún momento del relato se menciona la palabra aborto ni embarazo pero en todo momento el narrador nos da pistas para saber que entre los dos personajes ha habido una historia de amor, ha habido un embarazo no deseado y ahora el hombre quiere que la chica interrumpa su embarazo.

    ¿Qué acciones lleva a cabo para conseguir su propósito? La lleva a tomar una cerveza, le compra un billete de tren, la seduce, la habla con palabras suaves… Nuevamente, la acción persigue un objetivo. En las siguientes entregas explicaré cómo la acción nos lleva al conflicto, que es el corazón de cualquier narración.

  • La idea

    Solo hay dos comprobaciones para saber si una idea para escribir un relato es buena o mala. La primera es que esa idea pueda ser expresada brevemente en quince o veinte palabras. La segunda es que esa idea contenga en sí todos los elementos que componen una historia: acción, personajes, conflicto, resolución… Así que iremos por partes.

    De dónde surgen las ideas

    Incluso si su imaginación es terrible, y no pertenece a esa raza de seres ocurrentes y fantásticos que tienen ideas constantemente, usted puede escribir relatos fundados en su propia imaginación. Para ello, usted puede llevar a cabo una serie de ejercicios diarios que le proporcionarán una cantidad ingente de ocurrencias que después podrá desechar o elaborar. No permita que la realidad gris en la que usted vive le impida disfrutar del proceso de escritura de un relato decente: para una existencia aburrida, ya tiene las redes sociales.

    Para encontrar nuevas ideas usted debe comenzar a mirar más allá de sus propias narices y comenzar a indagar la realidad que le rodea. Como decía en el primer artículo, no deje que su ego se interponga entre su voluntad de escribir un relato y el relato en sí. Solo cuando empezamos a preguntarnos los qués, por qués, quiénes y cómos de la vida, la muerto o el amor surge la verdadera literatura.

    Un ejercicio fantástico para pensar en nuevos relatos es tomar un evento sencillo y preguntarse ¿qué pasaría sí…? y alterara uno de los pilares. Le daré unos cuantos ejemplos.

    ¿Qué pasaría si un día se levantara convertido en un insecto y tuviera que ir de todas formas a trabajar? (La metamorfosis, Kafka).
    ¿Qué pasaría si un ciego llegara a su casa y tuviera que explicarle cómo es una catedral? (Catedral, Raymond Carver).
    ¿Qué pasaría si Hitler resucitara en el día de hoy? (Ha vuelto, Timur Vernes).
    ¿Qué pasaría si se introdujese un cabello en el lavabo y tratásemos de recuperarlo? (Pérdida y recuperación del pelo, Julio Cortázar).
    ¿Qué pasaría si las máquinas nos hubieran introducido en un sistema de realidad virtual del cual no podemos salir más que por la intervención de un panoli llamado El Elegido? (Matrix, Hermanas Wachowski)

    Otras ideas para ejercicios

    Si usted no es fan de las distopías o mundos improbables, tome a sus compañeros de trabajo, hijos o cuñados más mezquinos y póngalos en situaciones anómalas: por ejemplo, tratando de resolver un crimen en el que se han visto envueltos. Piense en qué trauma personal le lleva a la vecina de enfrente a levantar las persianas como si fuera un jinete del Apocalipsis o cómo se debe sentir el trabajador del martillo neumático cuando le increpan por el escándalo que monta cada mañana.

    Un hombre se levanta con un pelo en la boca y no se logra quitar la sensación en todo el día (El pelo, Raymond Carver)
    Una mujer de pueblo se casa con un rico y termina engañándole con otro (Madame Bovary, Flaubert)
    Un hombre asesina a otro en una playa y no siente absolutamente nada. (El Extranjero, Albert Camus)

    Ideas y arco narrativo

    Supongamos que usted ya ha encontrado una idea y quiere certificar que puede convertirse en historia. Una relato no puede surgir, sin más, de una ocurrencia: necesita un arco narrativo. ¿Qué es un arco narrativo? Es una estructura que hace preguntarse al receptor de nuestra idea: y luego ¿qué?
    Grábese esa frase a fuego. Si un lector de su obra no se pregunta y luego ¿qué? y, en cambio, se pregunta, y a mí ¿qué? algo está haciendo mal.

    El arco narrativo básico consta de tres partes, que ya habrá escuchado en algún momento de su vida: planteamiento, nudo y desenlace. No se deje confundir por la terminología: usted ya conoce, aunque sea por intuición, esta estructura.

    Pasa un taxista a 140 km/h camino del aeropuerto y le dice un policía a otro (planteamiento):
    – ¿Ese tipo no es al que le quitamos el carné la semana pasada?
    – Ese es, vamos a por él. (nudo)
    Paran al taxista y le preguntan:
    – ¿Y el carné?
    A lo que el taxista les responde
    – ¡No me digan que me lo han perdido! (desenlace)

    Para que su idea no sea una anécdota (un tipo va con un taxi a 140km/h por la carretera), es necesario que ese mundo quede trastocado por la intervención de elementos externos, internos o una combinación de ambos (lo para la policía) y que el final sea consecuencia de los otros dos.

    Estructura de un relato en un párrafo

    La parte sencilla de las ideas es tenerlas. Explicarlas de manera que contengan una historia es lo que facilitará que se materialicen en un relato.

    Plantéese el siguiente ejercicio: una vez que crea tener una idea para un relato, trate de expresar el contenido esencial de esa historia en un párrafo, que deberá explicar:

    – El personaje protagonista.
    – El conflicto al que se le somete.
    – Qué le ocurre al final.

    Un hombre se despierta convertido en insecto. Debido a las presiones de su jefe y familia trata de acudir al trabajo pero su condición se lo impide y se queda en casa durante semanas. Finalmente muere por una herida que le provoca su padre en el costado.
    (La metamorfosis, Kafka)

    Como pueden comprobar, no se trata de ponerse estupendos con el resumen: solo queremos encontrar el protagonista (un hombre), un conflicto o evento (aparece convertido en cucaracha), un objetivo (ir al trabajo, recuperar la normalidad) y un final (su muerte).

    Contar una idea en un párrafo se puede resumir en lo siguiente. Si usted es capaz de explicar su idea a alguien en veinte o treinta segundos y su interlocutor no le pregunta: ¿y qué pasa después? o ¡A mí qué me importa! es que a por buen camino.

    En los siguientes post trabajaremos sobre los elementos de un buen relato y cómo estos derivan de esta estructura inicial.

  • El talento del escritor

    En cada curso que doy, en cada corrección que hago, en cada charla que imparto sobre escritura creativa siempre hay algún estudiante que pregunta: ¿cómo sé si tengo talento para escribir? Parece una pregunta baladí, pero se hace necesario construir una reflexión acerca de qué significa el talento, qué usos tiene y porqué obsesiona tanto a los escritores primerizos. He encontrado este artículo en el blog de Sinjania, donde distingue entre vocación y talento. Es un buen punto de partida para el debate.

    Todo el mundo sabe qué es el talento pero nadie sabe cómo funciona

    Todo el mundo cree saber qué es el talento. Las definiciones varían desde la habilidad natural del escritor para juntar palabras y provocar emociones en el lector sin apenas esfuerzo, hasta una suerte de poder mágico para escribir páginas inolvidables. Estas descripciones no están exentas de belleza, y se podría elaborar todo un ensayo sobre los usos del concepto pero ninguna explica cómo se adquiere el talento, cómo se perpetúa, ni cómo funciona. Se habla de una cualidad natural, pero el lenguaje no deja de ser un artificio así que cualquier cualidad aplicada al mismo debería ser artificial.

    Sabemos que el talento existe, algunos lo tienen y otros no, y poco más. El talento se parece mucho a una superstición.

    Pensar en el talento no es más que el miedo a no poder comunicarnos

    Uno de los grandes miedos de los seres humanos es la incapacidad de comunicar fielmente cómo nos sentimos. Si usted es torpe a la hora de expresar cómo ama a los demás, qué le ilusiona y qué le inquieta, será difícil que conecte con otros. Los escritores trabajamos sobre el lenguaje, que es uno de los pocos medios de los que disponemos los humanos para acercarnos a los demás. Tratar de comunicarse es un oficio muy arriesgado: el miedo a fracasar en el sencillo acto de comunicarnos con los demás es poderoso. Y los escritores están expuestos constantemente a este peligro. El talento es una proyección social a través de la cual dispondríamos de una habilidad única, pseudo-mágica, que alejaría la posibilidad de ser incomprendidos. Con el talento, no podemos ser malinterpretados y, por tanto, comprendidos y amados.

     Escribir, como vivir, es exponerse al fracaso

    Por desgracia, el mundo es un lugar injusto donde nada nos garantiza una vida plena de comprensión y de amor. Estamos constantemente amenazados por el fracaso a conectar con los demás. Escribir es exponerse a este fracaso. Cuanto antes se asuma esta idea, más liberado se sentirá el escritor novel para escribir lo que verdaderamente cree que merece la pena escribir. Escribir, como vivir, es arriesgarse a que los demás no entiendan nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestras alegrías. Escribir también es exponerse a no ser publicado y a no ser leído, a que a nadie le interese un carajo lo que pensamos sobre según qué temas. Este es un riesgo muy grande que puede paralizar al escritor y no debe ser ignorado: debe ser confrontado. Asumir que uno no es buen escritor porque no tiene talento es rehuir ese miedo durante un tiempo, pero el riesgo continuará ahí.

    Eliminar el pensamiento mágico y ponerse a trabajar

    Hay recursos para el escritor, que si bien no eliminarán ese miedo, le ayudarán a confrontarlo sin necesidad de acudir a pensamientos mágicos. Para escribir una novela decente y para convertirse en escritor no se necesita talento: se necesita trabajo y paciencia. Hay muchas tareas que el escritor puede llevar a cabo sin necesidad de tener una sola gota de talento y para las que no tiene excusa. Por ejemplo:

    Esforzarse en mejorar la expresión escrita. Esto no es tarea de su futuro editor, es SU tarea. Usted es el escritor, usted es el que debería saber cómo utilizar el lenguaje.

    Leer constantemente, cuantos más libros, mejor, incluidos clásicos. Jamás justifique su pereza para leer libros aduciendo que no quiere contaminar sus ideas. Parecerá un ignorante. Sus ideas nunca son suyas: seguramente sean fragmentos combinados con más o menos acierto de ideas y experiencias que ha ido teniendo o recabando a lo largo de su vida. Leer nunca contamina: enriquece su vocabulario, le ayuda a entender cómo se estructura una buena historia y le enseña a desempeñarse en su oficio como escritor.

    Dedicarle tiempo y paciencia a la construcción sólida de nuestra novela. «No tengo tiempo» tampoco es una excusa válida para no escribir. Anote en un día todas las actividades que lleva a cabo y elimine las más innecesarias: televisión, series, videojuegos, redes sociales. Seguro que puede encontrar más de 30 minutos para dedicarle a lo que, por otra parte, usted aduce que es su pasión.

    Apuntar ideas, conversaciones, anécdotas que nos encontramos en el día a día. En el móvil, en una libreta, en el portátil, en la tableta…

    En resumen: poco o nada importa tener o no talento para escribir. Dice Stephen King:

    El talento es más barato que la sal de mesa. Lo que separa el individuo talentoso del éxito es un montón de trabajo duro.

     

  • El solo enemigo del escritor de ficción

    Una presentación de rigor

    Comienzo este diario de anotaciones para escritores con el humilde propósito de compartir mi experiencia como escritor y formador de escritores, y tratar de hacerlo de una manera didáctica, amena y sobre todo sensata.

    A lo largo de mi carrera profesional he trabajado como lector para diversas empresas del mundo editorial y educativo, he redactado informes de lectura detallando qué transforma una buena idea en una mala novela, he rechazado mala ficción y recomendado manuscritos que han terminado transformándose en obras de teatro o libros de gran recibimiento. He publicado, he escrito sobre creación, he estrenado obras de teatro en español e inglés. Es una suerte inmensa y estoy muy agradecido a todos los que me han dado la oportunidad de aprender más sobre cómo se construye una novela.

    Además he tenido la infinita suerte de cruzarme con estudiantes y escritores de todo pelaje: escritores con una imaginación rabiosa pero a los que les era imposible escribir una tilde a derechas, y estudiantes con cinco idiomas y máster en literatura incapaces de escribir una línea que despierte el interés del lector. También he escuchado y tenido a muchos profesores que han proporcionado consejos terribles a estudiantes novatos, y a maestros sencillos que eran capaces de inspirar a toda una clase con solo una frase.

    Intentaré aunar en este blog algunos de los materiales que he ido recopilando a lo largo de estos años y que, en todo caso, no quiere ser más que una aportación a lo que ya muchos otros ha dicho.

    No busque aquí la fórmula para el triunfo novelístico

    No estoy seguro de qué puede hacer para que su novela triunfe (utilizaré la palabra novela a lo largo de este libro de notas como equivalente a libro de ficción). Me faltan conocimientos de mercadotecnia o posicionamiento web, y tampoco puedo hablarle de los procesos emocionales o intelectuales que llevan a un editor a publicar un manuscrito y rechazar otro ampliamente recomendado por sus lectores profesionales. Sí tengo, en cambio, una certeza adquirida a lo largo de los años acerca del arte de escribir ficción: nunca encontrará peor enemigo para la escritura de su novela que usted mismo.

    Como escritor, usted solo debe tener un objetivo: que el lector se entretenga. Y ha de poner todo su empeño en que así sea. Ese es su oficio. Si esto no ocurre, si defrauda al lector y este se aburre, habrá fracasado en su tarea como escritor. Este concepto, que de tan obvio parece estúpido, es el primero que suelen olvidar escritores. El oficio del escritor es trazar ficciones que mantengan el interés de los lectores.

    Cuando un lector compra su libro, se lo descarga, o lo toma prestado de la biblioteca, le está dando a usted, el novelista, un voto de confianza. Es decir, él suspende su vida durante unas horas y decide que las pasará leyendo su libro. Si usted, como escritor, se interpone en ese proceso, el lector se sentirá vulnerado y defraudado y no querrá saber más de usted ni de sus novelas. Y esto es su fracaso como escritor.

    Alguien que lea estas palabras puede argüir que hay muchos factores que influyen en los gustos de los lectores. Está usted en lo correcto. Solo que yo aquí no hablo de gustos ni de preferencias de los lectores. El gusto es algo inasible, volátil y nunca una buena guía para escribir novelas. Nunca se escriben novelas al gusto de los lectores. En todo caso se escriben novelas al gusto del propio escritor: con personajes, tramas y conflictos que a él le interesan y  lo hace porque piensa que otros, los lectores, lo pueden encontrar relevante. El novelista es el responsable último de no aburrir al personal.

    ¿Cómo se interpone un escritor entre la novela que escribe y el lector?

    Cada vez que acudo a un restaurante en el que sirven gazpacho, pregunto si el gazpacho es natural o de bote. Si es de bote no me interesa. Algunos restaurantes practican cierta decencia y confirma que es de bote, lo cual agradezco y, en consecuencia, pido otro plato. Otros restaurantes piensan que su comensales son idiotas y gazpacho de bote y aseguran que es natural. Como es lógico, nunca vuelven a ese restaurante. Cuando usted se interpone entre la historia de su novela y el lector, está actuando como ese dueño de restaurante deshonesto. Y aunque no lo sepa, o no quiera saberlo, el lector se dará cuenta y no querrá saber nunca más de usted.

    Una ejemplo muy sencillo de boicot del acto mágico de la lectura es el siguiente: no corregir las faltas de ortografía de su manuscrito. Cuando usted rehúsa seguir el código de escritura normalizado llamada ortografía (distinción entre b y v, c y z, tildes, puntos, comas, diéresis) usted obliga al lector a hacer un esfuerzo extra para entender su código (usted pone las tildes donde le conviene, o no abre exclamaciones o interrogaciones) y después ha de seguir la historia de su novela. Lo único que el lector es sentarse y leer su novela.

    El escritor ha de ser un profesional de la ficción y del lenguaje

    Si usted tuviera una fuga de agua en su piso y el fontanero se presentara con tan solo un destornillador seguramente desconfiaría del fontanero. Usted espera ver llaves, herramientas para llevar a cabo empalmes, cinta aislante… El fontanero puede jurarle y jurarle que él ha arreglado muchas fugas con este destornillador pero a usted eso se la trae al pairo. Cuando un escritor trata de hacernos creer que su novela, a pesar de estar mal corregida, es merecedora de una lectura, se está interponiendo entre la novela y el lector. El escritor no tiene que defender su novela. La novela sabrá defenderse por sí sola si está escrita con honestidad, trabajo y corrección.

    Conclusión

    Durante la siguientes semanas escribiré las distintas trampas y artilugios en los que los escritores caemos cuando escribimos ficción. También subiré artículos sobre las herramientas del escritor, los procesos mentales y emocionales del acto de escribir y, por supuesto, teoría. Olvídese de gustos comerciales, campañas de márketing, agentes literarios y demás zarandajas. La verosimilitud, la corrección, la construcción de mundos maravillosos no tienen nada que ver con la industria, yo no sé de esas cosas y hay expertos que lo harán mejor que usted.

    Su primera tarea será grabarse a fuego esta sentencia: como escritor él único responsable de que su novela funcione como ficción es usted mismo.

  • Charla pronunciada en Salt sobre el Teatro del Oprimido

    Muchas gracias a todos por venir a esta charla. Mi nombre es Raúl Quirós Molina y soy profesor de teatro y política en Pa’Tothom. He de decir que estoy muy emocionado por estar aquí, en Salt, hablando de Teatro del Oprimido, de política, de pedagogía, de xenofobia y del trabajo que hacemos en Pa’Tothom.

    Me siento tentado de contaros la historia de Pa’Tothom, de Jordi y Montse, que son las personas que crearon esta asociación teatral y política, pero creo que no hay mejor presentación que contaros qué hacemos en Pa’Tothom, porque en el teatro, como en la política, lo que moviliza a los participantes no es la historia o la nostalgia, sino la acción en el presente.

    Digo que Pa’Tothom es una asociación política y más allá de ello que es una asociación política radical. Y si esto os asusta, lo que sigue os hará huir. Es radical porque parte de ideas radicales: que el estado actual de las cosas en este mundo, que la crisis, el racismo, la homofobia, las diferencias salariales entre hombres y mujeres no son circunstancias naturales, no son cosas que surjan así, como setas en el bosque y con las que tenemos que lidiar, y que la vida siempre ha sido así y nunca cambiará y que lo mínimo que tenemos que hacer entonces es escribir muchos tweets enfurecidos, y «ayudar» a nuestra mujer o novia en casa o acoger a un refugiado en casa. Que todo esto está muy bien y nos hace sentir mejor, pero no ataca a la raíz, no explica de dónde surge esa diferencia y porqué todos estos hechos, la diferencia salarial, el racismo, la homofobia responden al actual sistema político y económico y se sirven de ellos y de nosotros para perpetuarse y que si no se cambia desde esa raíz, se repetirá y perpetuará. Para estudiar y confrontar estas inercias, en Pa’Tothom nos servimos del teatro y más en concreto (aunque no exclusivamente) del Teatro del Oprimido.

    Muchos de vosotros ya conoceréis algo del Teatro del Oprimido, sabréis que se trata de un tipo de teatro donde uno puede salir a escena y tratar de deshacer algún lío que ha ocurrido en la obra. Son normalmente obras que tratan de alguna injusticia social, el maltrato, la prostitución, el bullying. La obra trata de un protagonista, un oprimido, que trata de luchar contra el origen de esta opresión, normalmente personificado en un opresor: el marido maltratador, un skinhead, el chulo, el jefe que no te quiere pagar. El oprimido está ahí dale que te pego durante quince o veinte minutos tratando de que no le opriman y finalmente fracasa. Y entonces se le pide al espectador que detenga la obra, que entre en la misma y que trate de hallar una solución a ese fracaso y que el inmigrante, la mujer maltratada o la prostituta estén menos oprimidos y toda la pesca. Esta es la versión sencilla del Teatro del Oprimido y la que más se ve en festivales y en asociaciones y es muy divertida, pero es justo decir que normalmente no tiene ni pies ni cabeza. Trataré de explicar porqué.

    En primer lugar, debemos plantearnos qué significa ‘estar oprimido’, y tal vez, podamos saber si se puede hacer algo así como un teatro de del oprimido que sirva para los propósitos de romper esa opresión y conseguir agrietar el statu quo, que como insinuaba más arriba, es la conjunción de estructuras y poderes (fácticos, económicos, políticos, históricos)  que perpetúan las desigualdades en la sociedad.

    Por ejemplo, ‘ir al cine y que los niños no me dejen escuchar la película con sus palomitas y sus gritos’ no es una opresión, porque ni los niños, ni las palomitas, son grupos o elementos de opresión, no hay algo así como un grupo de oprimidos por los niños que comen palomitas y las consecuencias en la vida y en la libertad individual y colectiva de que esos niños ruidosos existan es nimia. Es un ejemplo un poco tonto, pero ha salido en talleres y es más frecuente de lo que nos pensamos.

    Otro ejemplo: «a mí lo que me oprime son los mendigos», bien, fantástico, genial, que a una persona de bien le moleste acudir a sacar dinero y encontrarse con un mendigo allí tirado es algo legítimo, pero tratarlo como «opresión» es una idiotez como un piano, sobre todo porque los mendigos no detentan ningún tipo de poder económico, político, ideológico sobre el resto de la sociedad, y porque a fin de cuentas esta persona puede sencillamente ir a otro cajero, y el mendigo seguirá siendo el mendigo y seguirá durmiendo donde pueda y el otro tendrá el dinero bien calentito en La Caixa o en el BBVA.

    Un último ejemplo, muy recurrente y que nos va a meter en el ajo: típica obra de teatro donde solo se muestra una mujer maltratada que recibe palizas día sí y día también y en la que se pide al público que intervenga y haga de mujer maltratada y trate de solucionar esa opresión. Oiga, es como pedirle al condenado a muerte que luche contra la opresión a la que le somete el verdugo cuando lo va a ahorcar. Aquí no estamos haciendo «Teatro del oprimido» sino «Teatro de la víctima» y ahora explicaré qué diferencias hay entre ser un «oprimido» y ser una «víctima». El oprimido, al menos, empieza a vislumbrar la causa de su opresión, empieza a conocer que hay unas reglas, una estructura, un sistema que lo perpetúa, al menos no lo ignora, pero si el protagonista es una víctima, podemos caer en un error fatal: es darle la oportunidad al público para condenar a la mujer maltratada en su miseria. Tipos de respuesta que se obtendrán cuando la mujer es presentada como víctima:

    – Que la mujer le abandone.

    – Que la mujer denuncie.

    – Que la mujer se lo diga a sus familiares.

    Pues bien, el problema de este planteamiento es que la mujer maltratada, en este caso que he expuesto, ya es una víctima: cuando alguien te está dando palizas en el comedor de tu casa es porque un sistema entero te ha fallado, cuando no has tenido ni la más mínima oportunidad de saber que el pescado ya está vendido. Que no se trata de que el tío que está abusando de ti sea malo, bueno o regular, sino que la violencia contra las mujeres empieza con cosas tan sencillas como que cobren menos que los hombres, que tengan que estar guapas, llevar hijab o no, minifalda o no. Cuando te van a fusilar, cuando el skinhead le prende fuego a un refugio es porque se han agotado todas las posibilidades. Presentar a una víctima como responsable de su propia opresión (y ojo, dijo «víctima» y no «oprimido») es condenar a la víctima a su miseria y es repetir el mensaje neoliberal de que cada uno es responsable de su propio destino: perdone, pero yo nunca elegí que mi marido o mi pareja me maltratara. No creo que nadie lo haga cosas así.

    Trataré de hacer entonces una aproximación a lo que significa ser o estar oprimido: es pertenecer a un grupo que se relaciona con otros en inferioridad de condiciones.

    Repito: PERTENECER A UN GRUPO.

    Esto es fundamental para entender las opresiones: nunca son individuales, sino colectivas. Yo, por ejemplo, que me meto mucho en los debates sobre la prostitución y salgo escaldado, alucino cuando salen en la tele prostitutas blancas, jóvenes, catalanas, españolas hablando de lo fantástico que es disfrutar de tu propio cuerpo, del mucho empoderamiento que concede ser dueña de tu destino, y ser libre para hacer lo que te venga en gana en el sexo y que elegir ser prostituta es una nueva forma de activismo. Fantástico, lo aplaudo pero ¿cuándo nos ponemos a hablar de la industria del sexo, de los empresarios de prostíbulos, y de si la elección es verdadera elección o simplemente ser prácticos económicamente? Entre ganar 1000 euros en un McDonalds al mes y 1000 euros por pasar una noche con un cliente, y tengo que pagar un alquiler, comprarle los libros a mi hija, enviar dinero a mi madre, etc. Pues miren, a mí no me digan qué hacer con mi cuerpo. Pero jamás preguntan por qué las cosas son así o si se pueden cambiar: es el «sálvese quién pueda», yo, que soy blanca, joven y española o catalana, que me puedo permitir pagarme una página web y un agente de prensa, que puedo ir a la televisión a hablar de cómo el sexo es maravilloso y liberador no me pregunto, ni siquiera planteo qué mundo es este en el que existe que tal cosa como pagar por sexo, que los que pagan por sexo en su inmensa mayoría son hombres y que esa sea una opción de empoderamiento femenino aceptable, si no existe alternativa posible u otros empoderamientos donde la integridad física, sexual, moral, psicológica de tu grupo social esté en riesgo. Repito, ser oprimido es pertenecer a un grupo oprimido, a un grupo que está en una desigualdad, ser musulmán en una sociedad católica, ser mujer en una sociedad patriarcal, ser lesbiana en un mundo regido por lo hetero, percibir un salario en el mundo de la plusvalía empresarial. Lo que esta prostituta joven, blanca y empoderada no ve, no quiere o no puede ver es que las opresiones son transversales y no oprimen por igual a todos los miembros de una comunidad.

    Para entender esto me voy a valer de una metáfora: imaginad que unos alienígenas vienen a la Tierra y se detienen en un cruce de carreteras con semáforos: ellos podrán entender, después de muchas observaciones, que los coches se detienen con la luz en rojo y continúan con la luz en verde, que la combinación de luces permite que los peatones crucen por el paso de cebra, etcétera. Todo esto lo podrán entender los alienígenas sin mayor dificultad, pero lo que no podrá entenderse a simple vista es por qué, quién y cómo ha impuesto esas reglas ahí, no entenderán que hay un código de circulación en vigor, que hay unos policías que te multan si te lo saltas y unos jueces que te meten en la cárcel si pillas a un peatón, y no entenderán que todos los participantes hayan internalizado estas reglas, este sistema coercitivo por el que todo el mundo se rige y que hace que la circulación no sea el caos más absoluto. Pues bien, el teatro del oprimido y Pa’Tothom va de presentar esta situación tal cual, sí, con mujeres, con inmigrantes, con chavales, con presos, pero entendiendo el sistema de circulación, el sistema judicial y policial que hace que las injusticias que padecen se perpetúen y que nos atañen a todos.

    El oprimido es, además, alguien que puede elegir y puesto que puede elegir puede luchar contra la estructura opresiva y es alguien que tiene contradicciones: un hombre negro sufrirá opresión por ser negro, pero al mismo tiempo pertenecerá a una clase opresora: ser hombre. Bien, el teatro del oprimido es una herramienta que sirve para activar a los oprimidos, a hallar no solo las causas y el funcionamiento de su opresión sino también a buscar posibles aliados para deshacer o confrontar esa opresión. Es por eso que es un proceso artístico, político y radical en el cual los oprimidos tratan de hallar las estructuras opresivas que los someten y qué posibilidades tienen de encontrar ventanas donde terminar con esa opresión. Por ello se hace necesario que el Teatro del Oprimido lo hagan los oprimidos y, sobre todo, que los oprimidos tengan conciencia de serlo: no es una herramienta de adoctrinamiento ni de buenrollismo.

    Yo, que soy blanco, de Madrid y de raíces cristianas no puedo tener la cara dura de pretender saber qué hacer con las penurias que puede pasar un musulmán en Salt, o un refugiado en Siria, o una prostituta, puedo acompañarle, puedo investigar en mi propia clase qué privilegios tengo y cómo esos privilegios le oprimen, pero no puedo hablar por él. Esta es quizás la parte fundamental del teatro del oprimido: son los propios oprimidos los que toman las riendas del proyecto artístico y político. El creador del teatro del oprimido, Augusto Boal, decía: el teatro del oprimido es un ensayo para la revolución. Cuando internalizamos el proceso de deconstrucción de una opresión, cuando analizamos las causas y los agentes, y sobre todo, cuando observamos cómo nosotros también pertenecemos a este proceso podemos empezar a cambiarlo y con ello cambiar el mundo que nos rodea.

    Bien, pues este tipo de cosas hacemos en Pa’Tothom, que es la asociación radical y política de la que venía hablar. Estamos instalados en el Raval, que es un barrio precioso en Barcelona, y que está sufriendo uno de los ataques más brutales por la especulación inmobiliaria y turística que yo haya visto. Tiene una población inmigrante bastante elevada y además empobrecida (porque nadie se mete con los inmigrantes con dinero de, por ejemplo, el Passeig de Gràcia) y, como en estos casos, los discursos dominantes son los mismos que en cualquier parte del mundo occidental, que si hay muchos pakis y son terroristas, que hay redes de pederastia, que si se vende droga, en fin, todas estas mierdas que no son más que intoxicaciones para derruir el tejido social y asociativo del barrio.

    Os quiero contar una cosa sobre el Raval que a mí me impresionó cuando llegué: la cantidad de cámaras de vídeo que hay. Pensad en el Raval como una ciudad dividida en tres partes: la parte de los guiris-hipsters, todos aquellos que se quedan cerca del museo de arte contemporáneo con sus monopatines y sus Ipods, donde están todos los hostales y tiendas de bicis antiguas. Después está la parte más vecinal, que es donde está Pa’Tothom, y la parte más inmigrante, por así decirlo, que es donde están los negocios de los pakis, tiendas de teléfonos móviles, electrodomésticos de segunda mano y cosas así. Pues bien, las cámaras de vídeo están instaladas en estos dos últimos lugares, se dice que por seguridad, pero a mí me hace mucha gracia. Porque ¿quién coño querría robar en la zona pobre del Raval? ¿Es más, quién robaría en el Raval? Para eso me iría a Pedralbes, donde viven los directivos del Barça y donde tendrán sus casas llenas de joyas y trastos tecnológicos de primeras marcas. En el Raval a lo mejor puedes robar una secadora de veinte años de antigüedad o las bragas de una vecina. Pero no: la cámara tiene un sentido semiótico, es que incluso podría estar desenchufada y cumpliría su función. A la gente del barrio le está diciendo: ojo, te vigila, y cuando alguien te vigila es porque eres capaz de acciones dignas de ser vigiladas, a nadie se le vigila por ser buena persona. Al turista o al guiri le dice: ojo, que vas a entrar en una zona chunga pero tranquilo, que lo vemos todo desde aquí.

    En Pa’tothom se habla de todo esto que os he contado pero con más gracia y salero, se enseña a los alumnos a organizar talleres de teatro del oprimido y a trabajar opresiones, es decir, se educa en Teatro del Oprimido, se educa políticamente y de manera radical. También se hacen cursos como el que yo llevo, que es Teatro y Política y en el que utilizamos la historia del teatro (los griegos, Shakespeare, Brecht) para entender el mundo en el que vivimos, y donde tratamos de pensar colectivamente, de activarnos políticamente. También hay clases de interpretación, dramaturgia, movimiento actoral, es decir, es una pequeña escuela de teatro pero que no quiere competir con las grandes escuelas de teatro clásico como el Institut o el Col·legi de Actors, nuestros alumnos son gente de todo tipo: tenemos al grupo de joves, que acuden a Grenoble cada año con una obra nueva a un festival de teatro, las madres del Bon Pastor, que es un grupo de madres de diversos orígenes que tratan temas relacionados con la maternidad (y que llevan 7 años dale que te pego), también trabajamos con presos, con chavales que se «han caído» del sistema educativo, con gente bienpensante, con activistas, con gente que no tiene ni puta idea de nada pero quiere tenerla. Hay una máxima de Boal que dice: «El teatro del oprimido lo puede hacer cualquier, incluso los actores», pues bien, imaginad que magnífico caos tenemos ahí metido.

    Diréis, todo eso está muy bien pero más o menos vivimos en un mundo en el que los problemas se van limando, ahora tenemos la Ley contra la violencia de género, los gays se pueden casar, la peña sale a protestar e impide que el autobús de HazteOír haga el cafre por ahí, no estamos tan mal, ¿no? Con educar a los críos y a la gente en no pegar al negro ni a las mujeres vamos bien. No, no vamos bien, hay que ir más allá. Porque corremos el riesgo de ir poniendo tiritas, de ir «tolerando» es decir, «dejar participar» a las minorías, pero no enfrentarnos al poder que las oprime y que nos oprime. Les voy a dar un ejemplo. Yo viví en Londres durante cinco años y me vine a vivir a Barcelona en 2015, justo antes del Brexit. El Reino Unido es ahora mismo la quinta o sexta potencia mundial y tiene un sistema de defensa, que en realidad es un sistema de ataque nuclear, llamado Trident que les cuesta 250 mil millones de euros / libras. Estoy hablando de un sistema de defensa que les cuesta todo el dinero que genera Grecia o Israel en un año. Pues bien, en el barrio donde yo vivía, Tower Hamlets, que tiene también una inmigración importante de zonas como Pakistán o Bangladesh, donde también hay «células terroristas», «mezquitas peligrosas», «prácticas religiosas medievales » y mandangas del estilo (¿os dais cuenta de que el cuento es el mismo aquí, allí, en Bruselas, París…?) la pobreza infantil era del 50%. Es decir, uno de cada dos niños sufría de pobreza. ¿Es por que son moros? ¿Es porque es su cultura? ¿Es que son felices siendo pobres? Hablamos de la quinta potencia mundial, una de las democracias más antiguas, blablablá que permite que haya zonas del país donde los niños no coman lo suficiente, pero sí, por ejemplo, que se renueve un escudo antimisiles que cuesta 200 mil millones de libras. Uno podría pensar: ¿qué demonios tiene que ver una cosa con la otra? Pues mucho: ese escudo antimisiles, como la cámara de vídeo, son signos, unidades semióticas: hay pocos países, acaso ningún país beligerante al Reino Unido con capacidad nuclear lo suficientemente potente como para requerir una respuesta de esa magnitud pero sirve como advertencia, es como plantar un gigantesco pene al lado del Big Ben y decir: aquí estamos nosotros, somos Gran Bretaña. Y con todo, el riesgo de que niños malnutridos, abandonados en sus barrios, se acerquen a posiciones radicales y terminen por cometer atentados contra su propio país es algo más peligroso y probable que los sirios o los coreanos bombardeen Londres o Devon. Si yo paso hambre y veo que mi gobierno se gasta 200 mil millones de euros en defensa cuando no puedo comprarle leche a mi hijo, os puedo asegurar que yo mismo me apunto a la yihad, aunque no tenga ni idea de lo que es. Que los niños de Tower Hamlets, musulmanes o no, radicales o moderados, se mueran de hambre, no es algo casual: es algo político. Porque no es una cosa de «integrar» a los musulmanes, a los gays, a las lesbianas, a los negros, ¡si integrados ya están! Si no estuvieran integrados Salt, Barcelona, París, Lonndres hubieran ardido hace mucho tiempo, es que todo el aparato político, ideológico y del estado están puestos al servicio de que acepten la opresión y la injusticia como algo natural y cuando alguien se rebela, cuando a alguien le da por protestar se le indica cortésmente su lugar. ¿Cuántas mujeres de las que hay aquí aún andan con miedo por la calle, cuántas naturalizan que de vez en cuando hay que «aguantar» los piropos del jefe, los cuidados de los niños, y cuántas, a raíz de estas opresiones no pueden vivir sus vidas en plena justicia, como proponen los estados modernos?

    Sigo con el Reino Unido. Si ustedes siguen la política británica, sabrán que existe un partido, llamado UKIP, que es el equivalente al Frente Nacional, a Plataforma por Catalunya o a Donald Trump, son partidos que cada vez ganan más adeptos (el UKIP, aunque no tenga representación parlamentaria, fue el impulsor del Brexit y se llevó nada menos que 5 millones de votos en las últimas elecciones), pues bien, el problema está que los Tories, para no perder votos, tuvieron que hacer suyos ciertos postulados, es decir, tuvieron que metamorfosearse en una suerte de UKIP pero que no fuera tan descarado, lo mismo le pasa al Partido Socialista Francés, al Partido Demócrata norteamericano, lo hace el PSOE, etcétera, es decir, se ha utilizado la crisis para propagar una serie de ideas racistas, homófobas, misóginas y presentarlas como baluartes de la incorrección política, es decir, se justifican palabras y luego actos de opresión como actos de liberación (liberarse de la corrección política, del buenrollismo, que el pobre hombre blanco heterosexual, que ha perdido sus privilegios, de un golpe en la mesa). Esto es fascismo puro y duro, y estamos en el siglo XXI.

    Os puedo asegurar que a pesar de la seriedad de mi discurso, en Pa’Tothom reflexionamos y actuamos desde el juego teatral, desde la imagen pero también desde la cabeza y desde el corazón. Lo malo que tiene el teatro del oprimido y el teatro político es que tienen una fecha de caducidad muy cercana porque el poder, el capitalismo, el heteropatriarcado encuentran siempre estrategias novedosas y originales para colarnos sus preceptos, para introyectarlos en nuestra forma de pensar y de comportarnos frente al mundo, es por eso que es una batalla que se ha de hacer permanentemente y en la que tratamos de integrar todos los saberes, todas las inseguridades y toda nuestra energía para combatirlo.

    Muchas gracias.

Raúl Quirós Molina
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