La acción

No es improbable que si ha venido a parar a este blog posea excelsas cualidades para la narración. De usted se ha dicho que escribe bellamente, que sus atardeceres ficticios no tienen parangón y sus escenas de sexo o muerte no caen en ridículos tópicos. Usted se lo cree y le hace feliz. Todo esto está muy bien y le da una gran ventaja respecto a muchos alumnos de los talleres literarios que hay por el mundo. Pero tener buena pluma no le servirá para escribir un relato decente, si no entiende qué es la acción.

La acción: no es lo que usted piensa

Comprender qué es la acción y por qué es tan fundamental en la escritura de un relato es un conocimiento que el escritor novel ha de adquirir lo antes posible. La acción está ligada a los verbos y, más en particular, a cierta clase de verbos, pero no nos detendremos en el aspecto sintáctico por el momento.

Una definición prosaica de lo que es que la acción es que esta es lo que pasa en la historia. No digo que el aserto sea erróneo, pero es incompleto. Esa carantoña que uno de sus personajes le da a otro es, sin duda, una acción per se, como también lo es observar el anochecer, hacerse unos huevos fritos con patatas o echarse la siesta. Usted puede rellenar cuartillas con acciones así, fotocopiarlas y enviarlas a un concurso de cuentos provincial y ganarlo, y a pesar de todo, no haber escrito un cuento, porque no ha entendido en qué consiste la acción. No se trata de que los personajes hagan cosas al tuntún.

La acción es lo que un personaje quiere y lo que hace para conseguirlo

Fíjese que la acción tiene dos partes: una, el deseo del protagonista; dos, su estrategia para conseguirlo. Es por ello que la acción no puede ser resumida en un verbo: cazar, comprar, espiar, escuchar, traicionar, vender, mentir, pegar… Por sí solos indican un gesto; su acumulación señala un deseo, un objetivo.

Veamos un ejemplo, extraído del cuento de Edgar Allan Poe, El corazón delator.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

El corazón delator, Edgar Allan Poe

En la narración, el protagonista, a la sazón narrador, hace una declaración de intenciones muy precisa: quiero matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre. Durante los siguientes pasajes leeremos cómo el protagonista espera a que caiga la noche, se interna en la habitación del viejo, contiene la respiración y finalmente lo ahoga con el colchón. Esta es una forma muy sencilla, aunque algo pasada de moda, de presentar la acción: el propio narrador lo dice y luego lo hace.
La historia obviamente no acaba ahí. El protagonista tiene que deshacerse de cadáver, así que surgen nuevas acciones en la narración: lo hace trocitos, lo esconde y se siente muy satisfecho por ser tan sagaz. Después viene la policía y trata de ocultar su nerviosismo, pero se va volviendo loco y finalmente canta el crimen. Las buenas narraciones funcionan así: una acción sigue a otra, y entre todas se llega al ansiado deseo.

La acción es un deseo y un plan para conseguirlo.

Presentar la historia de la manera que lo hace Edgar Allan Poe tiene una gran contrapartida (hola, voy a contarle esta historia tan fantástica). Si en el siglo XIX generaba emoción, en el siglo XXI resulta torpe y barato. Los comienzos de cuento en los que el autor se disculpa y advierte que lo que van a leer es una historia que ocurrió de verdad, o que le ocurrió a un amigo, está tan anticuado como llevar monóculo o pololos. Evite imitar a Edgar Allan Poe en este aspecto, no así en otros. Hablaremos del comienzo de los cuentos más adelante.

Lo que está ahora de moda es que los personajes no expresen claramente lo que quieren; y esto tiene sentido porque permite al lector respirar e interpretar a su gusto qué quieren los personajes y observar cómo fracasan en su intento. Los deseos y anhelos de los personajes están ocultos a la vista del lector pero sus acciones los delatan. Si un personaje odia a su padre y quiere machacarle la cabeza, no dirá: voy a machacarle la cabeza a mi padre, para acto seguido hacerlo. Esto sería demasiado fácil: le estaríamos diciendo al lector claramente cuáles son los deseos del personaje y no dejaríamos espacio a la imaginación. Y si el lector no utiliza su imaginación sentirá que está leyendo el manual de instrucciones de la lavadora y no un relato.

Lo interesante es que le demos pistas: que el hijo apriete los puños, rechine los dientes o se marche de la casa dando un portazo NO dice claramente que odie a su padre, pero hay GRANDES signos que nos indican que no se lleva muy bien con su progenitor.

Los personajes en relatos contemporáneos no expresan lo que quieren porque:

  1. No saben lo que quieren.
  2. No quieren saber lo que quieren.
  3. No quieren lo que creen querer.
  4. No pueden expresar lo que quieren.

Etcétera.

Se corre el riesgo, claro, de embarullar la historia y que aquello se convierta en un popurrí de idioteces de agárrate y no te menees. Apelaremos entonces al sentido común del escritor que lea esto. Jugar con las expectativas del lector (hacerle creer una cosa y que pase otra completamente desconectada) no es una buena estrategia narrativa.

Colinas como elefantes blancos, de Hemingway

Bien. En Colinas como elefantes blancos, los deseos de uno y otro personaje se vislumbran a través de una conversación muy poco explícita:

-La cerveza está buena y fresca -dijo el hombre.

-Es preciosa -dijo la muchacha.

-En realidad se trata de una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En realidad no es una operación.

La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa.

-Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el aire.

La muchacha no dijo nada.

-Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural.

-¿Y qué haremos después?

-Estaremos bien después. Igual que como estábamos.

-¿Qué te hace pensarlo?

-Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices.

Colinas como elefantes blancos, Ernest Hemingway

En ningún momento del relato se menciona la palabra aborto ni embarazo pero en todo momento el narrador nos da pistas para saber que entre los dos personajes ha habido una historia de amor, ha habido un embarazo no deseado y ahora el hombre quiere que la chica interrumpa su embarazo.

¿Qué acciones lleva a cabo para conseguir su propósito? La lleva a tomar una cerveza, le compra un billete de tren, la seduce, la habla con palabras suaves… Nuevamente, la acción persigue un objetivo. En las siguientes entregas explicaré cómo la acción nos lleva al conflicto, que es el corazón de cualquier narración.

Comentarios

[…] La primera idea que ha de abandonar acerca de los obstáculos es que se trata de una discusión entre dos personas. Las discusiones, aunque puedan surgir de un conflicto, no son en sí un conflicto. Que Juan no baje la basura y María no limpie los cacharros no contienen los elementos suficientes para considerarlo como tal. En cualquier momento Juan puede bajar la basura y María limpiar los cacharros: el problema no está ahí. El conflicto, en todo caso, estará en porqué esta pareja no deja de fastidiarse a través de estas acciones. […]

[…] pasaje, cada acción, cada momento en la novela ha de estar orientado a los sentidos perdemos el sentido de la acción, que es lo que hace avanzar la historia y por lo tanto perdemos al […]

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