Categoría: escritura

  • Las Troyanas, de Eurípides

    Mujeres troyanas
    Mujeres troyanas

    Si leyésemos los clásicos griegos sin tomar la distancia impuesta por los dos mil años que nos separan, podríamos decir que nos encontramos ante un catálogo de crímenes contra la Humanidad como el que hoy podría hacer Aministía Internacional u otra organización defensora de los derechos humanos. Esta semana he ido a caer en la más dura y cruel de cuantas obras he leído, Las Troyanas. Una pieza terrible, crudísima, sobre los horrores de la postguerra troyana. El argumento nos trae a los militares y héroes griegos quienes, jubilosos por su victoria, se reparten a las mujeres troyanas como botín de guerra. Sin embargo, pocos de los horrores se pueden contemplar en escena y es aquí donde la pieza gana su fuerza.

    El horror en el teatro griego siempre ocurre tras el escenario, el horror siempre es la amenaza en forma de relato. Nunca veremos a Casandra violada por Agamnenón ni a Hécuba ultrajada sobre las tablas. Tampoco veremos cómo Astianacte es arrojado por Neoptólemo desde las murallas de Troya (Neoptólemo, aquel hijo de héroe incapaz de mentir a Filoctetes, no tiene pulso tembloroso cuando perpetra el infanticidio). La expectativa del terror acongoja porque uno puede evitarla, puede guardar la esperanza de recurrir al chantaje, a la piedad, a la súplica como estrategia para no enfrentarse al mismo. El que recibe un puñetazo, no podrá evitar el dolor, no puede revertir el acto; sin embargo, el amenazado debe elaborar una estrategia para salvarse.

    Las suplicantes, de Esquilo, mujeres amenazadas con el matrimonio forzoso y la violación; One for the road, de Harold Pinter, donde los signos de tortura son pistas sobre lo que ha sucedido; Las troyanas, de Eurípides; todas conceden la posibilidad del indulto a la pesadilla con lo que el arco de la historia se articula sobre este eje, el ocultamiento del horror. Esto permite que funcione dramatúrgicamente.

    Quizá debido a este mecanismo, el teatro de Sarah Kane es tan inteligente. En un mundo donde la sobreexposición a la imagen, a las troyanas y suplicantes diarias, donde la televisión ha creado un manto de anhedonia, Kane nos trae a todas las heroínas clásicas al frente de la escena. Su Fedra, sin ir más lejos, se desarrolla con todos los acontecimientos de relevancia, por duros que sean, en escena. Lo mismo sucede con Blasted y 4,48 Psicosis – obras de corte clásico que rompen con el ocultamiento del horror situándolo en el centro de la escena.

     

    Estoy siguiendo esta traducción.

  • Medea, de Eurípides

    Medea, en un carro tirado por dragones.
    Medea, en un carro tirado por dragones.

    Medea no es una mujer, sino una leona. Hacia el final de la obra, estas palabras espumean en la boca de Jasón, horrorizado ante la muerte de su amante y el padre de ésta. No es una mujer, sino un animal que se lleva consigo los cadáveres de sus propios hijos a los que ha llorado desde el momento en el que confesó su venganza al Coro. Pero aunque la protagonista sea Medea, al menos en el sentido clásico, la persona que interpela al Coro; el núcleo de la obra, o el protagonista, en un sentido moderno, es Jasón ya que es él quien sufre de la hybris. Medea recibe la noticia de su expulsión, de su engaño de manos de un mensajero. Después, vilipendiada por el padre de la amante de su marido, extranjera en tierra griega decide arrasar con la felicidad de los demás y llevarse a sus cachorros allí donde nadie pueda encontrarlos. Medea es una leona, pero Jasón y Creonte son hienas que se confabulan para alimentarse de la carroña que ellos mismos arrojan sobre Grecia.

    O my country and my home,
    I pray I never lack a city,
    never face a hopeless life,
    one filled with misery and pain.
    Before that comes, let death,
    my death, deliver me,
    a fatal end to all my days.
    For there’s no affliction worse
    than losing one’s own land.

     

    Estoy siguiendo esta traducción.

  • Alcestes, de Eurípides (y unas notas sobre traducción)

     

    Alcestis, traída de los infiernos
    Alcestis, traída de los infiernos

    Existen dos acontecimientos en el proceso de lectura que desplazan nuestra atención del texto a su traductor. La primera, y más ignominiosa, ocurre cuando la traducción es perezosa,  que linda con la transcripción palabra por palabra del texto original a la lengua destino, sin una reflexión acerca del sentido de lo que se está diciendo. Estas traducciones se ven, sobre todo, en aquellas que provienen del inglés, por tratarse de la lengua extranjera más conocida y traducida en nuestro país. Expresión como «mirar arriba» (por look up), «mirar abajo» (por look down), «ponerse en los zapatos de uno» (to be in someone’s shoes) y otras tantas son sintomáticas de una traducción descuidada. No me es tan molesta la imprecisión de una traducción como que el traductor atraiga la atención sobre sí mismo. A fin de cuentas, que una traducción sea adecuada o no, es material de debate estético en el que nos faltarían los conocimientos de la lengua de origen para poder discutir de la traducción su propiedad o impropiedad.

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  • Filoctetes, de Sófocles

    Filoctetes
    Filoctetes

    Cuando leí el Filoctetes por primera vez, hacia 2009, pensaba que se trataba de una obra menor del repertorio sofocleano. Se dice que una obra es menor cuando el gusto de productores, directores, historiadores y adaptadores no tienen a bien llevarla a escena. Por aquel entonces, pensaba que era una obra fáctica, que trataba del honor y de la mentira y el abandono de aquellos que ya no nos sirven y a los que solo atendemos cuando nos urge su ayuda.

    Durante el máster, volví a retomar la obra, esta vez para adaptarla, y convertí a Filoctetes en un excéntrico matemático que guardaba el secreto de una fórmula magnífica para hacer ganar millones en la Bolsa. No fue muy bien recibida por los profesores, seguramente porque no entendí bien la obra.

    Ahora tengo 35 años. Y sé que Filoctetes no busca compadecerse de su herida o su honor manchado. Solo, maltrecho y dolorido, Filoctetes solo quiere un amigo. Ulises y Troya le han vencido y por eso en Neoptólemo siente esa llama que prenden aquellos que nos aman desinteresadamente. Tal es la confianza que le da que le cede su bien más apreciado: el fabuloso arco que derrotaría a Troya. Desenfadado, como si careciera de todo valor, le cede por unos instantes el objeto único que lo ha mantenido con vida todos estos años.

    ¿Será eso la amistad? ¿Entregar lo mejor de uno mismo a pesar de que esto mismo sea lo que le mantiene a uno atado a su cordura en un mundo irracional, lleno de ojos y bocas que muerden?

    La amistad es la perpetua coincidencia de dos deseos. Pero la envidia y los celos también lo son.

    René Girard

    Estoy siguiendo esta versión de las obras completas de Sófocles.

  • Electra, de Sófocles

    Electra y Sófocles
    Electra y Sófocles

    Mientras leo la obra, tengo la impresión de que está hecha de retazos de otras piezas. Las discusiones entre Electra y Crisóstemis me recuerdan a los debates iniciales de Antígona e Ismene; el deseo y cuidado enajenado de los hombres de la familia se asemeja a la obsesión de la heroína por Polinices y Eteocles; ese desencanto por la condición de saberse mujer.

    Electra, Antígona, Ismene, Denayira. Todas lamentan ser mujeres en un mundo donde prima la guerra y la testosterona, la astucia masculina, la infidelidad. La obra trata sobre el complot que elaboran Electra y Orestes para aniquilar a una madre infiel y asesina, Clitemnestra; nuevamente el topos de la mujer serpiente que arrebata la inocencia o la vida de los hombres. La muerte del infanticida, héroe de guerra y también infiel Agamnenón conmueve a todo el mundo a pesar de las barbaridades genocidas que llevó a cabo. Pero a diferencia de AntígonaElectra nunca muestra un asomo de piedad por su progenitora. Antígona lamenta la muerte de sus dos hermanos por igual, no menciona la guerra, ese baile cíclico que perpetran las civilizaciones. Sabe que la maldición que recae sobre su linaje y lo poco que puede hacer por eludirla; así que entona el canto pacifista que requiere que amigo y enemigo sean iguales y compartan sepulcro el día de su muerte.

    Electra solo lamenta que sea ella la que deba llevar a cabo la ejecución de su madre. Luego de descubrir que Orestes contempla el mismo plan, la alegría es doble para la hija ya que cargará a su hermano con la muerte y se lavará las manos mientras se cumple su venganza.

    Estoy siguiendo esta versión de las obras completas de Sófocles.

Raúl Quirós Molina
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