Categoría: escritura

120 días y 120 noches en Sodoma

Los 120 días de Sodoma es una obra incompleta, escrita durante el encierro del Marqués en la Bastilla, en un rollo de hojas pegadas una sobre la otra, y cuyo destino era, desde el principio, la clandestinidad: ese riesgo, ese peligro de que lo plasmado con tinta a la luz de una vela ardiera tras el último punto y final, ese volar por debajo de la mirada de los carceleros hace la escritura vibrante y revolucionaria aunque doscientos años después nos parezca plomiza. No le restemos valor, nosotros lectores occidentales de autores que hablan de escribir a «la contra» mientras navegan entre premios a la carrera y becas ministeriales.

De lo que planeó escribir a lo que finalmente pudo escribir, solo ha quedado la parte, prácticas y diversiones de la coprofagia. La estructura de cada jornada es muy similar a la anterior, pero no tiene tanto de falta de imaginación como de reproducción de un mundo que se estaba configurando frente a sus ojos. Una vez acabada la parte de comer mierda, el resto de jornadas pondría en práctica el bestialismo, mutilación, pederastia, incesto y combinaciones de las anteriores y, en vista de la minuciosidad y extensión con la que Duclos, la narradora, describe la coprofilia durante todo el libro, la Humanidad puede agradecer que no finalizara la obra porque hubiera ensombrecido cualquier película gore del futuro.

El libro comienza con cuatro hombres aburridos y contrarios a la vida que deciden encerrarse en un castillo junto a un grupo de esclavos sexuales, durante 120 días, para poner en vivo cualquier práctica sexual que se les pase por la cabeza. Sin embargo ese «pasarle por la cabeza» no es, tan siquiera, producto de su imaginación, sino de la imaginación de los esclavos. Como veremos, no son 120 días de libertinaje y orgías, sino algo mucho más perverso y más mecánico: son 120 días de producción industrial. ¿De qué? De nada: no hay producto, no hay beneficio más que el placer único de poner a trabajar a sus esclavos.

Un aristócrata, un banquero, un juez y un obispo se casan con las hijas y esposas de los otros para evitar conflictos de intereses o celos. Hacen acopio minucioso de víveres y organizan el rapto y cásting de aquellos esclavos sexuales que les servirán durante cuatro meses. Se encierran en el castillo de uno de ellos, sin posibilidad de escapada (ni siquiera los cuatro perversos consideran su propia posibilidad de huida ante una rebelión de esclavos) y desde el primer minuto ponen en práctica su elaborado plan.

Los cuatro popes de la sociedad industrial no dejan lugar a la espontaneidad, el deseo o la lujuria: lejos de lo que podría ser una orgía, todo está perfectamente organizado: horas, amantes, días, práctica sexual. Más adelante, cuando Duclos comienza a narrar los vicios coprofágos de sus clientes, los cuatro popes organizan también la alimentación de los esclavos y comprueban sus deposiciones para que todo nada salga del plan que han ideado. De hecho, es esa organización extrema, el control de la alimentación, las horas de sueño, comida, bebida, la pérdida del virgo de sus esclavos la única práctica sexual que les satisface profundamente: una orgía de control y minuciosidad, similar a la del contable que repasa una y otra vez la hoja de cálculo y se extasía ante la congruencia de los números.

Los cuatro hombres, como decía arriba, son contrarios a la vida y no solo porque su propia biografía sea la de violadores, pedófilos y asesinos, sino porque son hombres carentes de imaginación. Incapaces de pensar nada, incapaces de articular un deseo, se ven en la confusa situación de haber conseguido organizar una orgía interminable, de haber ejercido todo su poder para violar, extorsionar, raptar y enclaustrar a varias decenas de jóvenes y, un día después, no saber qué hacer con todo aquello. Su placer era el ejercicio del poder, por lo que necesitan la imaginación de otros para no destruirse mútuamente. Por ello, deciden escuchar cada noche a una narradora para que les proporcione ideas sobre qué hacer, puesto que el tedio amenaza con acabar con ellos. En la obra, solo nos llega el testimonio de Duclos, aunque se suponía que en la obra final Duclos sería reemplazada por otras narradoras, antiguas prostitutas con mucha imaginación y labia para entretener a los señores.

Duclos es el personaje más misterioso, porque es el único que narra en toda la obra. Todo lo demás es un libro de cuentas espantoso, una ristra de personajes descritos con tanta precisión que los hace indistinguibles unos de los otros. No hablan, no fabulan, no piensan: han sido convertidos en meros objetos de decoración y usufructo por parte de los villanos. Duclos, sin embargo, tiene algo que ellos no tienen: la habilidad narradora. Las anécdotas que cuenta cada noche son el aliento de los cuatro gerifaltes y en una suerte de Mil y una noches invertida, sin las historias de Duclos, los cuatro señores se extinguirían, puesto que verían pasar los días sin otro propósito más que el tedio. Sin embargo, Duclos ha sido prostituta y todas las historias que comparten tienen un protagonista que es un espejo de los captores: son chambelanes, banqueros, políticos o altos funcionarios, siempre hombres, siempre de la misma edad que su audiencia. Nunca trasluce si ha odiado su profesión o a sus clientes, ni si colabora o sobrevive a sus captores. Pero ronda la sospecha de que todo puede ser una mentira prolongada, una broma perpetuada para humillarlos. Durante las primeras jornadas, Duclos cuenta anécdotas de raptos y corrupción de menores, pero los señores protestan y solicitan que se demore más en los detalles, puesto que de esa precisión surgirán las saberes que aplicarán concienzudamente a las siguientes jornadas. Duclos se sabe productora de conocimientos y los amos obedecerán ciegamente aquello que la narradora les presente: son títeres de repetición, incapaces de imaginar. Sabiendo que su propia supervivencia depende del preciosismo con el que narre su pasado y que los oyentes lo pondrán en práctica de manera acrítica, las historias rápidamente viran a la coprofilia. Duclos sabe que al día siguiente el aristócrata, el obispo, el banquero y el juez se comerán la mierda de sus esclavos, y estos, lejos de capturar la ironía o el sentido de la venganza, incitan a Duclos a proseguir con su fantasía.

Así, durante páginas y páginas, Sade abochorna al lector con decenas de variaciones del mismo tema: la mierda. No deja espacio a nada más, salvo a algunas reflexiones nihilistas de los señores: producen mierda, consumen mierda y perfeccionan el proceso de la elaboración de mierda para no acabar nunca: es una máquina frenética de deyecciones y sumerge al lector en ello hasta lograr espantarlo de la propia lectura..

Tu madre ha escrito un bestseller

¿Puede tu madre escribir un best-seller? ¿O tu abuelo? En principio nada les detiene de ponerse a aporrear un teclado, subirlo en Kindle, que algún editor se pase por ahí y, eventualmente, publicar un libro que venda cien mil ejemplares. Así que, ¿por qué no lo hacen? ¿Por qué todo el mundo pierde el tiempo aprendiendo a escribir cuando es tan fácil como juntar unas cuantas hojas y esperar a que te caigan los billetes? ¿No hicieron lo mismo Bill Gates, Jeff Bezos y el muermo de Apple? ¿No empezaron ellos en un sencillo garaje y ahora están forrados? ¿Están los escritores pidiendo demasiado? ¿La razón por la cual no nos hacemos ricos es porque la mayoría de los pisos en España no tienen garajes? ¿Es esta nuestra cruz?

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Subir tu novela a Kindle es el nuevo garaje de Apple de los escritores. Un escritor de novela policiaca, una escritora de chick-lit, una escritora de novela histórica: you name them. De alguna manera u otra, todos comenzaron autopublicándose en Amazon o en la plataforma tecnológica de su preferencia y consiguieron convertirse en escritores publicados y reconocidísimos. Todos parecen compartir una biografía de outsider (alguien que no hizo carrera universitaria, alguien que no aprobó la selectividad, alguien que trabajaba en un trabajo que no valoraba sus competencias) en la que alguien como tú, ¡sí, tú!, sin necesidad de contactos editoriales, capital social, agente literario o demasiado conocimiento de la ortografía castellana puede, de la noche a la mañana, convertirse en un superventas. ¿A qué esperas, ignorante?

Lo sospechoso de esta historia repetida es que probablemente ninguno de los escritores sean quienes la cuenten. Lo hacen por boca de la directora de márketing de su editorial o de Amazon o la plataforma de publicación en cuestión. Gente, a estas empresas les va el negocio en vender historias así. ¿Cómo vas a vender tu plataforma si la mayoría de los libros que se publican venden diez ejemplares?

No te van a contar que esos escritores han escrito cientos de hojas, han llamado a muchas puertas, se han comido correcciones infumables, tienen muchas habilidades de cabildeo o han convencido a un agente literario y, en casos como el de Sánchez Dragó, han decidido contratar a alguien para que les escriba los textos. Los directores de márketing y de las plataformas te cuentan que escribir y publicar es tan sencillo como pergeñar un Word, subirlo a una web y esperar que el director editorial se ponga en contacto con ellos. La mayoría de las editoriales no aceptan manuscritos no solicitados, pero los directores editoriales pasan las horas muertas en Wattpadd para encontrar a la nueva promesas del orbe literario. El mundo editorial está muy loco.

Llegados aquí, ¿qué tiene que tener un bestseller? ¿Son buenos los bestsellers, o son el cáncer de la cultura? ¿Es literatura basura? ¿Es mejor escritor el que le toca la fibra a un millón de lectores o el que hace llorar al secretario del club de ajedrez de Torrelodones? A mí, cuando me preguntan esto, siempre respondo que si tuviera la fórmula del best-seller, no estaría escribiendo un blog: estaría pagando impuestos en Andorra. En general, hallar la fórmula del best-seller tiene algo de alquimista o de apostador: es perder el tiempo improductivamente. Piensen en esto: el escritor de las Páginas Amarillas aún se pregunta cómo es posible que su libro haya sido hasta hace poco uno de los más leídos en el mundo y que, súbitamente, su popularidad haya quedado en nada.

¿Qué hacer?

Ya lo dije en otra entrada del blog: escribir siempre es un ejercicio de ética y uno siempre debería escribir conforme a lo que le dicta su conciencia, sus emociones y su inteligencia. En clase nos topamos con demasiada frecuencia con el autor que cree saber la fórmula, que cree conocer lo que le gusta al público porque ha leído las novelas más vendidas y ha detectado un patrón. Acude a las clases a confirmar ese patrón: como el ingenuo que se deja el dinero en criptomonedas o en quinielas porque ha señales en sus lecturas. Pero lo que suele ocurrir en todos estos casos es que uno solo ve aquello que sobrevive a la estantería y está ahí. No ve la ingente cantidad de novelas de crímenes, romance, aventuras o históricas, que siguen esquemas calcados y que, sin embargo, nunca llegaron a venderse. Tiene un nombre: el sesgo del superviviente. Por qué una novela se convierte en un superventas y otra similar no es otra aterradora señal del universo en el que vivimos: un universo enteramente dominado por el caos.
Uno debe escribir lo que le divierta, lo que le provoque pánico, lo que le enamore y abrazarse al caos como se lanza al estanque que hay bajo el cieno oscuro, de otra manera, resultaría imposible vivir.

(PD: Un gran escrito sobre un tema similar de un agente literario, Schavelzon: Maldito Mercado)

Finalista del Premio Setenil 2022

El ayuntamiento de Molina de Segura ha tenido el detalle de incluir Vertedero, de Editorial Dieci6, entre los finalistas del premio Setenil 2022 para libros de relatos publicados en 2021.

Para los que no lo conozcan, el Setenil es un milagro dentro de los premios que concede la literatura española. Da visibilidad a autores de relatos y a las editoriales que los publican y que muchas veces no resuenan más allá de los pequeños círculos de editores, lectores y los propios escritores.

Os dejo con los diez nominados, así como los enlaces a sus editoriales, y os animo a que los compréis y los leáis, porque es el mejor premio que se le puede dar a un autor.

Contaminarse

Uno de mis compañeros de estudios durante el máster en escritura creativa en Londres afirmaba no leer libros, ver películas o asistir a ninguna obra de teatro para no contaminar su escritura. De esta manera, decía, su escritura era más libre y más pura. No es infrecuente encontrarse con ascetas culturales en las clases de escritura creativa (especialmente en los cursos avanzados), y la experiencia me ha enseñado que poco o nada se puede hacer por quien considera que la creación requiere de un estado suspensión cultural (e incluso física), como un electrón pululante por el espacio sideral. Explicarles que el simple hecho de comunicar que no requieren de exposición alguna a libros, obras de teatro o museos ya es efecto de esa contaminación requeriría una paciencia pedagógica que, a partir de los cuarenta años, no se tiene.

Tampoco el ejercicio de lo contrario, la deglución incontrolada de toda la oferta del Time Out, me ha parecido nunca buen mecanismo para la adquisición de las herramientas necesarias para contar una buena historia, pero al menos a estos se les puede sugerir mesura y tranquilidad, y, con el tiempo, desarrollarán un filtro crítico que les permita leer, ver, escuchar y aprender sin necesidad de consumir compulsivamente.

Descubrí el otro día la mitología yazidí, que no tiene texto sagrado, como los cristianos o los musulmanes, pero cuyas creencias fueron recopilados por un santo yazidí y transmitidas a Frederick Forbes en dos libros, El libro de las revelaciones y El libro negro de los yazidíes. No se ha probado la autenticidad de ninguno de los dos, pero la premio Nobel Nadia Murad, en su libro Yo seré la última, confirma algunas de las creencias recogidos en El Libro Negro. Por ejemplo, que a Adán se le prohíbe comer del trigo sagrado de Dios, y que lo hace tentado por Malak Ta’us, que a veces se identifica con el diablo. Cae en desgracia y Dios crea a Eva para que deje de estar triste; una vez reunidos, deben decidir de quién surgirá la humanidad: si de Adán o de Eva. Así que encierran sus simientes juntas en dos tarros distintos y nueve meses después, la de Adán dio a luz a Seth, Noé y Enosh mientras que la de Eva dio lugar a gusanos y un olor pestilente. Los bebés de Adán se colgaron de sus pechos y esta es la razón por la cual los hombres tienen pezones y aquellos serían los padres de los yazidís. Posteriormente, Adán preñó a Eva y aquellos descendientes serían los padres originales de judíos, cristianos y musulmanes.

El Poema del Gilgamesh también tiene escenas que recuerdan a pasajes de la Biblia o de la mitología griega: Gilgamesh baja a los infiernos para descubrir al único inmortal, y después de pasar varias pruebas, es conducido por el barquero de los dioses hasta Utnapishtim, que le explica el Diluvio Universal y le dice que para ser inmortal debe vencer el sueño. Gilgamesh se queda dormido durante siete días y falla su cometido de encontrar la inmortalidad.

La contaminación, la memoria fallida, las lecturas erróneas no son instrumentos para la creación, son la creación misma y aún sorprende toparse con discursos como el de mi antiguo compañero. ¿Pureza, para qué? ¿Esencia, de cuál? Se intuye (o intuyo, al menos como profesor) un aburrimiento por el esfuerzo que conlleva reflexionar sobre aquello que se está viendo, escuchando, leyendo; como si toparse de bruces con aquello que leemos nos dijera algo sobre nosotros que no queremos saber, y que solo sobre los rieles de la seguridad pudiéramos, efectivamente, crear.

Pero hasta el propio Fausto vendió su alma al diablo para conocer más.

Hamlet über alles

No falla, y cada temporada, como si del monzón que se espera que arrase todo lo que pille a su paso, ha de leerse o escucharse de boca de dramaturgos, directores o programadores de teatros que tal o cual obra clásica habla del Hombre, de sus cuitas y aciertos, ya sea Shakespeare, Lope de Vega o Calderón. El ministerio de Cultura, si tal monumento a la burocracia aún posee alguna capacidad punitiva u objetivo de transformación social, debería añadir un cartel de peligrosidad a las entradas o a los póster de las obras que así se promocionen, como hacen las Autoridades Sanitarias con las fotos de pulmones alquitranados o pacientes intubados en los cartones de tabaco. Se dice que Yago es el mal que habita entre nosotros, o que Shylock habla por todos los desplazados como quien recita un padrenuestro o una ristra de palabras clave para posicionar al artista promocionante en Twitter. Se planta así al comprador de entradas en una butaca ideológica cómoda y conocida, en la que sepa de antemano que la obra tiene un mensaje y que el mensaje que debe extraer es ése, el de la fatalidad del Ser Humano y su destino irresistible e irremediablemente trágico o cualquier chorrada de ese palo: Que el Mal triunfa. Que el Amor todo lo puede. Que la Amistad es lo mejor. De esta guisa, cualquier sorpresa, cualquier revelación queda nombrada de antemano y por lo tanto justificadísima y a lo que el comprador de entradas asiste es dos horas de tíos en mallas haciendo gorgoritos mientras se dan espadazos de mentirijilla.

Propongo que pudiera preguntársele en la entrevista o el artículo que se le hace (si aquello fuera verdaderamente una pieza de periodismo serio y no un amaño publicitario) a qué se refiere con Ser Humano, Amor, Amistad, ideas todas surgidas siglos más tarde de la muerte de estos clásicos, dónde se encuentra en sus textos ese modelo del que tan convencido parece y por qué está llamado, ése precisamente, a ser universal. Porque no lo encontrarán en Shakespeare que escribió a comisión de la monarquía inglesa y que bastante tenía con evitar que lo acusaran de sedición, como le pasó a Ben Jonson y La isla de los perros (lo relata Stephen Greenblatt en El tirano (ed. Alfabeto)), ni en Lope de Vega, más interesado en las faldas que en dejar una obra ilustrísima; ni en Calderón, que ya tenía de sobra con ser Calderón.

Pero es que esa supuesta universalidad de los clásicos no debería quedarse dentro de las boquitas de quien las prodiga porque sea un guirigay de ideas etnocéntricas y occidentalísimas, sino también porque la propia antropología, en los años 60, descartó la universalidad en valores y temas morales en el arte en una obra tan conocida como Hamlet. Laura Bohannan se fue a visitar a la «tribu» Tiv (tribu de nada menos de 6 millones de personas, de tal modo que podríamos hablar de la tribu de los madrileños o de los gallegos) para contarles Hamlet y descubrir así la universalidad del Bardo. Así que Laura se va hasta allá y les cuenta que el tío de Hamlet ha tomado el puesto del padre y los Tiv le contestan:

“Yes, he was,” I insisted, shooing a chicken away from my beer. “In our country the son is next to the father. The dead chief’s younger brother had become the great chief. He had also married his elder brother’s widow only about a month after the funeral.”

“He did well,” the old man beamed and announced to the others, “I told you that if we knew more about Europeans, we would find they really were very like us. In our country also,” he added to me, “the younger brother marries the elder brother’s widow and becomes the father of his children. Now, if your uncle, who married your widowed mother, is your father’s full brother, then he will be a real father to you.

Shakespeare in the bush, Laura Bohannan

¿Qué nos dicen los clásicos de nuestros tiempos? ¿Qué nos dice Rosaura del #metoo? ¿Es Falstaff un profeta sabio o uno falso? Los clásicos no hablan ni dicen nada y sí, mucho más, sus intérpretes, sus historiadores, sus críticos; las personas, instituciones y gobiernos que los han convertido en mensajes y portadores de ideas: es de éstos de quienes debemos sospechar y con quienes debemos emplearnos más a fondo, porque son los que programan, recortan obras y eligen directores que cierren el ideario que ellos asignan a aquellos ilustres huesos. Y piden al público que no sea espectador, sino comprador de entradas.