Para establecer un ritmo de trabajo para estos días, lo primero que he hecho ha sido bloquear todas aquellas páginas web que consumen más tiempo del deseable. En la lista se incluyen redes sociales, periódicos y sobre todo blogs.
Mientras pensaba la lista e iba añadiendo direcciones fui tomando conciencia de qué tipo de blogs me atraen más. Para mi sorpresa no son aquellos que proporcionan curiosidades, anécdotas o conocimiento de interés (para las dos primeras me bastan los periódicos, para el último la wikipedia), sino aquellos que me irritan intelectualmente. Diarios sobre teatro, literatura, poesía, deporte cuyos redactores aplican una escritura a la defensiva: oraciones engoladas hasta la diabetes, citas y referencias ad hoc y extirpadas de cualquier intención discursiva real, malabarismos sintácticos que consiguen decir justo lo contrario de lo que se pretende decir. Pero es fuera del post, en la hostilidad de los comentarios, en el ad hominem a los lectores donde se fragua mi frustración como lector.
La frustración proviene de la insufribilidad de su lectura, de la insistente aparición del autor como protagonista hegemónico de lo que él escribe. Si la escritura es la disolución del autor detrás de sus textos, el blog se enfrenta de manera frontal a esta idea, y crea su propio proceder discursivo para erradicar esta idea: yo (el autor) soy lo que escribo, y por encima de eso, el que elige a sus propios lectores: el sistema de comentarios o autorreferencias son una ficción lejanísima que se trata de hacer pasar por un nuevo ágora, aunque, como se comentan en las voces más críticas con esto de la democracia 2.0, más que parecerse a un parlamento se parece a una asamblea de estudiantes de primero de ciencias políticas: no existen unas reglas del juego claras, la participación es indiscriminada en favor de una mala razón democrática y las discrepancias reales suelen entenderse como un ataque al autor del blog, que no tardará en censurarlas mediante un movimiento esencial para la supervivencia del concepto de blog: el descrédito o el silencio o, si es suficientemente afortunado, de colusión entre los lectores más integristas.
La portada de la revista Time del 23 de agosto de este año está dedicada a Jonathan Franzen. Según se ha notado en algún sitio, es la primera vez en once que un escritor vivo hace portada. En el extenso artículo dedicado a su nueva novela, Freedom (Libertad) terminada nueve años después de Las correcciones, copio el siguiente párrafo acerca de las distracciones (traduzco al vuelo):
Franzen trabaja en una oficina alquilada que ha limpiado de distracciones. Utiliza un Dell pesado y obsoleto del que ha eliminado cualquier traza de Corazones o Solitarios, hasta configurarlo casi a nivel de sistema operativo básico. Puesto que Franzen piensa que no se puede escribir ficción de una manera seria en un ordenador conectado a la internet, no sólo ha retirado la tarjeta Wi-Fi de su portátil sino que ha bloqueado el puerto ethernet. «Lo que tienes que hacer», explica, «es conectar con superglue el cable al puerto, y después serrar la cabeza del primero».