En España no tenemos Harvey Weinstein

En España no tenemos Harvey Weinstein porque aún no ha sido nombrado, y aquellos que no tienen un nombre son cualquiera, o lo que es lo mismo, nadie. En España no existen hombres poderosos en el mundo del teatro, el cine y la televisión que vayan a ser procesados judicialmente por acoso, intimidación o violación, que pierdan sus premios Goya o sus premios Max, que no vuelvan a conseguir un solo trabajo o, incluso, que acaben en la cárcel porque todavía se espera que sean las víctimas las que sacrifiquen  su carrera, su reputación, su trabajo y su patrimonio, es decir, su forma de vida para ponerle el adjetivo a esas caras famosas, y hacer justicia.

En España nos sorprenden los casos de Weinstein, Kevin Spacey, Dustin Hoffman, o Louis CK. No porque hubiera tantísima gente padeciendo los abusos sexuales, acosos y humillaciones por parte de gente poderosa de la industria. Ni tampoco por el número de personas que encubrieron a los violadores durante décadas. Lo impresionante es que las víctimas hayan podido alzar la voz porque el riesgo que corrían era mucho mayor que el de perder el trabajo y nunca conseguir otro: era el de ser extinguidas, el de ser tratados como idiotas, exageradas, aprovechadas por sus propios compañeros de profesión, por sus jefes, por otros directores, otros productores; podrían haber perdido su vida en este movimiento, ahogadas en un mar de juicios, demandas y contrademandas, podrían ser nada, nunca, nadie.

En España no tenemos Harvey Weinstein, en definitiva, porque ningún periodista que conozca estas prácticas ha puesto negro sobre blanco nombres y apellidos de violadores. Porque ningún compañero de rodaje ha acudido a la policía a denunciar por abuso a ese director tan condecorado que le podría llevar a Hollywood. Y porque es muy tranquilizador estar en manis contra del acoso, indignarse con el que ya ha sido descubierto, denunciado y condenado, apoyar a la compañera que levantó la voz. Porque en realidad no compromete a nadie, porque el acto heroico ya está hecho por otro, porque la persona que ha denunciado, ya ha quemado sus naves y nunca más volverá a trabajar ni en el más triste de los anuncios del teletienda.

Porque se sigue entendiendo el problema del acoso en las artes, en el trabajo, en la calle como un coincidencia individual y no una consecuencia sistémica. Sigue pensándose como una lotería que por desgracia le cae a una; de una lógica tan mágica como el éxito: estabas en el lugar adecuado, en el momento adecuado; estabas en el peor momento con la peor persona.  Todavía se perpetúa la creencia de que el azar o la mala estrella es un desencadenante válido para la peor de las condenas. Si te meten mano en un hotel, si te tocan el culo durante un rodaje, si te babean durante una fiesta es mala pata, como cuando se te gripa el motor o te revienta una rueda en la autopista o, peor, culpa tuya por estar ahí, por no comprender que el mundo del arte es así, que los hombres son hombres. Etcétera.

Mientras tanto, ese actor tan de izquierdas y tan querido por twitter que habla de derechos sociales y de feminismo seguirá metiendo hocico a sus asistentes en las fiestas de estreno; la joven promesa del cine español, que hace un cine tan vanguardista y europeo prometerá papeles a actrices novatas con el objetivo de dormir con ellas; la estrella fulgurante de la comedia le preguntará a su agente de prensa si se la chupa a su novio. Y actor, director, comediante harán sus vidas normalmente, se reunirán con sus agentes y productores, firmarán contratos, se reirán con otros compañeros. Despreocupados y ufanos porque sus nombres no han salido de la boca de nadie, no se han impreso en un papel, no han sido señalados en una manifestación, y si lo han hecho, da igual, porque no está en el sumario de un juicio y, a lo sumo, ha desencadenado una «tormenta en las redes sociales» que es la forma blandita de regañar al niño travieso. Mientras que la agente, la asistente, la actriz novata deben preguntarse si merece la pena jugarse la carrera por denunciar la injusticia o seguir soportando el acoso, la intimidación, la violación por estos Harvey Weinstein.

El resto esperamos a que lo haga.

Y esperamos, y esperamos.

Aunque, tal vez, solo por esta ocasión, no queramos esperar ni un minuto más a que las supervivientes encuentren el valor que el resto deberíamos tener y mostrarles.

Entonces sabremos quién es el primer Harvey Weinstein español, y el resto, caerá por el peso de la indignación.

Manifiesto de La Liga de Mujeres Profesionales del Teatro.

Comentarios

Lucas D. dice:

Como todo se banaliza en estos tiempos de «zascas» y de «caerse twitter», mucho me temo que además pronto dejará de ser noticia la denuncia de abusos. Sería importante que para entonces esta oleada haya tenido efectos ya no en el nivel » cultural» de las redes sociales sino en el propiamente jurídico. Las «guerras culturales» hay que ganarlas (y en esta en concreto nos jugamos mucho: eliminar la sensación de impunidad del acosador, mayor concienciación de las víctimas, etc.), pero también hay que lograr traspasarlas a un plano «real». Quiero decir, que además de amargarle la vida al acosador (y habría que ver hasta qué punto a un muchimillonario le afectan estas cuestiones), deberíamos aprovechar para conseguir cambios en la legislación (mayor amparo de víctimas por ejemplo) para evitar a los nuevos acosadores. Digo esto desde la suposición de que al Wenstein este no le pasará nada por sus acosos continuados, aunque desconozco si hay algún proceso (más allá del twittero) incoado contra él.
Por lo demás, España es coto de caciques, también en esto ha de notarse. Y la precariedad que se ceba con las mujeres no ayuda, al contrario.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.