En un artículo anterior hablaba de que uno de los núcleos de Antígona era el conflicto entre la ley divina (o de la costumbre) que Antígona se niega a violar, y la ley de los hombres, sancionada por Creón, para la supervivencia de lo político.
Sin embargo, lo que hace Antígona una obra imperecedera no es el enfrentamiento de dos obstinaciones opuestas pero enraizadas en la misma hybris. Es el reflejo de lo público en la obra lo que la hace perenne, y esto sucede a través de los personajes secundarios que circulan por la misma.
Nosotros, los mortales, admiramos a Antígona o a Creón porque son héroe y antihéroe. Su condición heroica es lo que los convierte en admirables y también en ideas en movimiento. Poseen aquello que hace vibrar el alma humana, ya sea la canción de la dicha o el lamento de la muerte. Como espectadores vemos voluntades, ideas en colisión, no personajes. Y si bien tanto Antígona como Creón muestran debilidades a lo largo de la obra, son éstas dispositivos dramáticos para el transcurso de las acciones, no para la construcción de los personajes. Creón, por ejemplo, solo atiende a razones cuando el mensajero de los dioses, Tiresias, le advierte que está jugando a un juego que nunca ganará. Ni el hecho de que su hijo le reniegue, ni que vaya a mandar a la muerte a un familiar parece que conmuevan a Tiresias: nada humano le empuja a sus acciones, solo aquello que está ajeno a su poder absoluto, lo divino, le hace cambiar de parecer. De igual manera, Antígona está presa de su propio proyecto: ni su hermana Ismena, ni su futuro marido Hemón, ni tan siquiera la certeza de su muerte la desvían un tanto de su propósito. Como digo, en la tragedia estos personajes-voluntades en los extremos de la acción permiten su desarrollo y que se produzca el debate dramático que una buena obra debe contener.
Son los personajes humanos, los que están infectados con la duda y el cambio de pareceres, lo que hace de la obra un pieza digerible, y no un toma y daca de opiniones. Y por cierto que en Antígona solo hay un personaje secundario que se ajuste a este criterio: Ismena. Hemón es una herramienta para Creón, una pieza de engranaje que eleva la infamia del dirigente a un grado superlativo. Tiresias solo aparece para dar voz a la conciencia manchada de Creón y Eurídice resalta el resultado de la tragedia.
Ismena es el único personaje con el que el público no insigne puede establecer una relación personal: cargada de buenas intenciones pero incapaz de actuar, y cuando lo hace es demasiado tarde o ya no es necesitada. Su periplo en la obra es el más complejo de todos puesto que nunca sabe dónde estar: por supuesto ama a su hermana y respeta a los dioses, pero teme a la vida tanto como teme a su destino. Es ella la que trata de rebajar el conflicto al plano de la cordura.
Debemos ser sensatas. Recuerda que somos mujeres,
no hemos nacido para combatir con los hombres. p.73
Cuando Ismene se refiere a los «hombres» y a las «mujeres» no se aleja del universo del texto. Todos los hombres que aparecen en la obra se mueven por pulsiones mortíferas, por el instinto de guerra, sangre, patria y muerte. Creón como gobernador injusto, Eteocles y Polinices como guerreros fratricidas. Ismene no dice que las mujeres no estén preparadas como los hombres para combatir, sino que el objeto de su nacimiento, el porqué han sido puestas en este mundo por los dioses no es el mismo que el de los hombres: ellas no nacen para morir, sino para vivir. Antígona decide cambiar su destino como mujer para enfrentarse a una injusticia, ajustándose al de los hombres se entrega a la muerte.
Antígona: Tú elegiste vivir. Yo elegí morir. p.626
Antígona: ¡Valor! Vive tu vida. Me entregué a la muerte hace tiempo, así que serviré a los muertos. P.630
Parece que Ismene es un reflejo del ciudadano moderno: atrapado entre la lucha contra la injusticia y la muerte; y la sumisión, y la prolongación de una vida fundada en la injusticia. Por qué Ismene elige primero la obediencia y después la rebelión, aunque a destiempo, aun nos intriga como espectadores y como ciudadanos.