Tal día como hoy, 27 de agosto, se murió uno de los escritores que componíamos la revista Efímero. Lo cierto es que nuestro escritor se quedó tieso un día 27 de julio, pero no nos enteramos hasta un mes más tarde. Durante ese mes seguíamos creyendo que estaba vivo, así que la muerte, real, se dio el 27 de agosto. De entre las inextricables normas de publicación que el secretario imponía, las dos más elementales y a partir de las cuales se podían reducir las restantes eran no firmar nunca los artículos y no ponerle nunca precio de venta. La revista la financiábamos entre los cuatro escritores que componíamos el núcleo duro de la redacción.
No quiero que este escrito se cargue de melancolía por un amigo que se perdió así que contaré el origen de su apodo, que me servirá, a su manera, para mantener su anonimato.
Mi amigo se hacía llamar Markus porque era el nombre de un actor porno.
El chiste que más gracia le hacía era uno que yo interpreté repetidas veces hasta alcanzar una representación casi perfecta: » Un hombre está bebiendo junto a un amigo en un bar. El amigo le dice: -¿Sabes? Las peores mujeres son las de ojos negros. Guárdate de esas mujeres, son las peores. A lo que el otro borracho dice: -Coño, si mi mujer… Y sale corriendo del bar. Llega hasta el portal de su casa, abre la puerta, se precipita hasta la habitación donde encuentra a su mujer dormida sobre la cama. Se abalanza sobre ella, le abre un ojo, enciende la luz y exclama: -¡Negro, negro! y el amante negro, emerge de debajo de la cama y le pregunta: -¿Como me de-cubrihte?» Markus era negro.
En una ocasión pretendió hacer algo de dinero grabando y vendiendo películas de DVD, en los tiempos en que grabar un DVD era costoso y no existía el top manta. Para ello necesitaba algo de dinero, pues las grabadoras DVD no eran precisamente baratas y Markus siempre encadenaba un trabajo basura con otro. Así que decidió casarse por dinero. Conoció a un nigeriano que le daría dos mil euros si convenía una boda con una compatriota. Markus, que era español, aceptó. Al final el nigeriano le pagó la mitad de lo convenido, y cuando Markus protestó, el nigeriano le amenazó con romperle las piernas. Compró la grabadora DVD y el resto lo invertió en DVDs vírgenes. Se encontró con el problema de no saber cómo instalar la grabadora en un ordenador y cuando acudió a mí, como redactor con conocimientos de informática, le dije que su ordenador no era compatible con la grabadora de DVD. No sé que ocurrió con todo lo que había comprado, pero desde luego no creo que llegara a vender un solo DVD. El ayuntamiento en el que se había casado con la inmigrante ilegal publicó hace un año un edicto en el que concedía el divorcio por encontrarse en paradero desconocido. Él había muerto hacía dos.
Un amigo común, Z., conoció a una chica en un bar. Se gustaron y comenzaron a quedar. Z. quería ir a más con esta amiga, y pensó en escribirle cartas de amor, pero como no tenía habilidad acudió a Markus. Así que Markus comenzó a escribirle las cartas a Z. También a intercambiar mensajes con la chica, haciéndose pasar por Z. Al tiempo, la chica, extrañada de que Z. fuera un cazurro en persona y sin embargo tuviera una prosa de gran talento, decidió cortar con la relación.
Se enamoró de mi hermana. No de verdad, sino como se enamoraría un personaje de alguna canción de Alejandro Sanz (escuchó todos los discos de Alejandro Sanz para descubrir «qué era el amor» y cómo quedaba reflejado en las letras del cantante). Así que le hizo un dibujo. No se parecía mucho a ella, y aún así lo recibió con entusiasmo y lo enmarcó. Más tarde confesó que había encargado que le hicieran el dibujo, ya que él mismo no tenía ni idea de trazo. Luego confesó que un día había robado unas bragas de la habitación de mi hermana. Mi hermana dijo que ella no echaba en falta ninguna prenda interior. No quise preguntarle a mi madre.
Un par de años antes de su muerte tuvo la ocurrencia de convertirse en mendigo. No pasaba por apuros económicos, ni había sido echado de su casa, pero quería experimentar qué era ser mendigo. Aguardó detrás de los supermercados a la hora del cierre, para hacerse con la comida que éstos desechaban, se peleó con otros mendigos y sí, durmió en la calle. Cuando volvió contó que lo más duro era pedir dinero y más que eso, la compasión de la gente.
Cuando nos enteramos de su muerte lo primero que pensamos fue que se había hecho un seguro de vida y trataba de estafarlo. No nos hubiera extrañado tanto.
Luego de volver de su aventura como mendigo no quiso saber más de nosotros. No teníamos ninguna disputa con él, supongo que era su manera de estar solo. Luego nos enteramos de todo y le echamos de menos. Aún hoy. No sé que más decir, sinceramente.