Tú no lo sabes, porque la vida te tiene distraída con sus banalidades, pero en unos pocos días estarás muerta. Tu piel reposará contra el frío metal de la camilla de la morgue, los periodistas revolotearán con sus cámaras y sus plumas a tus vecinos, las llamadas de teléfono sorprenderán a tu familia, que se quedará blanca como la sábana que te cubre el rostro… Pero eso no ha de preocuparte más, porque estarás muerta. Poco importarán entonces el vestido de flores que querías ponerte para el próximo verano (y que te probaste ese mismo día que te mataron) y las dos clases de pilates a las que fuiste con este propósito y de las que te rendiste porque te daba la risa, con tanto ejercicio absurdo y tanto estiramiento de no sé qué. Claro que era la primera vez que hacías algo de gimnasia en mucho tiempo, y ahora, en los últimos compases de una vida que ya se te acaba (y tú no lo sabes todavía), te debates entre si renunciar a este verano o apostar por el vestido.
Será esta tarde, o será mañana, o quizá pase en unos meses, pero es irremediable: te matarán. Te pasará como a esas otras mujeres, a esas a las que les pasa lo que no le pasa a nadie, nunca. Setecientas en la última década, a manos de sus compañeros sentimentales. ¿Compañeros? ¿Un compañero que mata?
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
[…] Cesare Pavese.
El día que vengan a darte muerte, ésta vendrá a confirmarte lo que ya se te había advertido: que tu muerte no es más que un suicidio. Que llevabas mucho tiempo cruzando la línea, provocando, poniéndole en ridículo y que a un hombre no se le puede una enfrentar. Que todos tenemos un límite. Que lo vuestro no es un homicidio, ni un asesinato, sino un crimen pasional o un crimen por honor, como si en acabar con tu vida hubiese un acto de poesía. Ahora que estás muerta debes saber que los hombres pequeños e insignificantes no son capaces de poesía alguna y por eso matan, matan, matan. Te mató la insignificancia de un hombre – no la poesía.
No estuvo solo, éramos tantos los que contemplábamos esta tu muerte a cámara lenta. Tu hermano que te decía que denunciaras, que qué tonta que eres, que a ver si es que te mereces a un idiota así; tu suegra que te dice que es que él tiene un pronto, y que nunca se paró a pensar que aquél insignificante que salió de su vientre sería capaz de mandar a otra mujer a la tumba. Los periodistas, que colocan tu esquela en la sección de sucesos, y que habría que preguntarles que pasaría si en vez de mujeres, se tratase de taxistas o joyeros. Los jueces y juezas, psicólogas y psiquiatras, abogados, el peso de la ley, en fin, que te colocaron el sambenito de la víctima, de la incapacitada, de ese alguien a quien hay que esconder en refugios, pensiones y centros como si fueras una delincuente; a quien hay que cambiar de vida y de nombre, a la sombra de tu familia, de tus niños, de tu vida, de tu trabajo, no vaya a ser que a tu hombre, tu verdugo que camina tranquilo por la calle, que se va a llorar en total libertad al hombro de sus amigos, que van diciendo tu nombre en voz alta, no vaya a ser que este hombre pequeño le dé por ir a matarte.
Y ahora que estás muerta y que ya no te tienes que esconder y que ya nada te importa, conocerás a los peores secundarios de esta la historia de tu asesinato. A todos esos ciudadanos y ciudanas de bien que tú ni siquiera llegaste a conocer y que sienten tu muerte y lo ven una desgracia, pero que defenderán a pecho partido que ya hemos logrado la igualdad entre hombres y mujeres. Gente honrada que cree que sí, que hay mujeres maltratadas, pero que también hay muchos hombres maltratados y que una cosa es equiparable a la otra, y te dirán que muchos hombres se suicidan por vosotras, pero que no sale en las estadísticas, porque vuestras formas de matar son más retorcidas, más psicológicas, en fin, que es que en el fondo sois así, malas. Malas, malas, malas, como Eva, como Medea, como la mujer que tu asesino decía que eras. Personas buenas que menean la cabeza y dirán que un 0.005% de denuncias falsas por malos tratos son suficientes denuncias para recapacitar sobre la Ley Integral contra la Violencia de Género y que más mujeres deberían denunciar, aun cuando no denuncian, ¡por qué no denunciarán estas idiotas! Y se preguntan porqué la mayoría de las asesinadas ni siquiera habían pisado una comisaría: las matarían por bobas.
Sí, nosotros, la gente bondadosa, también te matamos un poquito. Somos los que tomamos certezas por hechos y experiencias por ley, y a fin de cuentas, una mujer muerta es tan solo eso, una mujer muerta; y una mujer muerta sucede a otra, y aquí seguimos contándonos la misma puta historia, con los mismos personajes, un mes tras otro, un año tras otro, mientras el número sigue aumentando, lenta pero tozudamente, y los reporteros reportan, los jueces juzgan, y todos opinamos; todo en su justo orden y en una moderación que no sabe de urgencias; una mujer tras otra, un año tras otro, tal vez hasta que los cementerios solo tengan nombres de mujer y la tierra se poble de hombres pequeños, mezquinos, insignificantes que matan, matan, matan.