El libro de todos los libros

Esto puede sonar en exceso amateur: uno de los consejos más útiles que recibí de los talleres de poesía fue el de escribir «un libro de todos los libros», esto es, un cuaderno donde ir copiando poemas, sentencias, párrafos de las lecturas que fuera haciendo. Así, a lo largo de varios años he ido llenando varios libros sin la certeza de conocer cuándo debía cerrarlos. Enseñan a escribir pero no a parar de hacerlo.

Escribo estas notas apresuradamente: quedan apenas unos folios de un Moleskine que comencé en julio de 2006 con el poema Matière de Bretagne de Paul Celan, un poema que termina justamente así:


tú enseñas
tú enseñas a tus manos
tú enseñas a tus manos tú enseñas
tú enseñas a tus manos
a dormir

Luego una travesía interesante por tickets de tren belgas, resguardos de entradas de conciertos, chistes en holandés, poemas en catalán (Diré el que em fuig. No diré res de mi) y cómo no, poemas de cosecha propia. Los últimos son esencialmente notas que he reunido de los infinitos y diminutos cuadernos diseminados por los cajones de mi casa y maletas, así que no los transcribiré porque no están muy trabajados. El que sigue es el último poema algo pensado del cuaderno, con el que quiero darle finiquito. No estoy muy contento con el resultado, pero lo importante era haber llegado hasta esa última hoja.

Y aquí seguimos.

Como el niño que creció
extraño a nuestros brazos
y hoy brilla en sus ojos
ese reflejo de lo que fuimos
y de lo que somos, nos
reencontramos con nuestros versos.

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