A Hampstead Heath fui solo la primera vez, en 2011. El tiempo ya era amable en aquella parte del año. No sabía que el Heath estaba dividido en dos parques, uno para las familias y otro que se asemeja más a un bosque, para paseantes despistados y amantes. Me perdí en los caminos del bosque y me quedé en silencio por primera vez desde que llegué a la ciudad en 2010. Un silencio arropador.
Durante los años siguientes fui allí a correr, a meditar, a volar una cometa gigantesca, a que me desvelaran las tradiciones del año nuevo persa.
A contemplar el horizonte londinense desde Primrose Hill. Cuántos colores puede tener un domingo.
A escribir unos cuántos poemas que ya perdí.
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