Cuando la guerra no trae la gloria, la esencia de la patria se pone en entredicho. Con la victoria, el sentimiento nacional se despierta con las trompetas que anuncian la derrota del enemigo, la consagración de los héroes y mártires; en definitiva, se cuenta el relato épico que no admite contestación posible. Y si la hubiera, sería tratada como una traición, pues la narración de la victoria se construye por medio de la memoria del sufrimiento; la oposición al otro, el enemigo que nos quería destruir y la superación última por la fuerza y por la moral. Cuando es la derrota la que azota, el cuento se vuelve contra uno mismo y la identidad nacional se tambalea entre dudas y preguntas. ¿Cómo sobrevivir a la derrota? ¿Recordando u olvidando? ¿Afrontando nuestro fracaso o achacándolo a una injusticia venida de lugares por encima de nuestra cabezas, fuera del alcance de nuestra responsabilidad como individuos, soldados, pueblos?
En Los Persas de Esquilo, la obra entera se construye sobre la memoria de una derrota. La acción que guía la obra ya ha terminado cuando surgen los primeros personajes en escena, y su misión es la de reconstruir y aceptar la mayor derrota militar sufrida por su pueblo. Jerjes, el hijo de Darío, lanza una gran ofensiva contra los griegos que dará lugar a la batalla de Salamina. A pesar de los consejos de su padre y las señales de los dioses, Jerjes perpetra un sacrificio colectivo del que ahora debe de dar cuenta. La hybris acecha en el universo dramático griego y Jerjes es víctima de la misma. El favor que los dioses le conceden al comienzo le es arrebatado en la confrontación más decisiva de la historia de Persia, y aquí la obra cumple con el canon de la dramaturgia del Ática: la caída del héroe que se creía omnipotente.
Toda la obra es un cuento narrado en pasado. Desde la entrada de la madre-Reina se respira un aire de premonición terrible, y la aparición del mensajero corrobora el fatalismo inicial. El ejército persa, al que pertenecían casi todos los varones del reino, ha sido derrotado: ¿quién queda ahora con vida para decir qué es Persia y qué no? Éste es la triste tarea que los protagonistas junto al coro tratará de llevar a cabo: recordar entre lágrimas lo ocurrido. Cada persona en escena añade una parte distinta al relato colectivo que, sin embargo, nunca se pone en duda en ningún momento. Todas las verdades son ciertas por el mero hecho de decirlas desde el dolor. Nadie, ni siquiera el propio Jerjes que comparece al final de la pieza, permanece callado o trata de olvidar. Sabe el daño que ha hecho a su país y por ello no escatima en lamentos. Pero más allá de su autoinculpación, la obra no es un juicio a Jerjes, es un juicio a todo el reino que se embarcó en un viaje para la afirmación de su identidad y acabó por diezmarla.
(Estoy siguiendo la versión de Gredos.)
Otras obras de Esquilo comentadas aquí:
La Orestiada (Agamenón, Las Coéforas, Las Euménides).
Las Suplicantes.
Los Siete contra Tebas
Prometeo Encadenado.
Comentarios
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