El gobierno quiere escribir tus guiones

La página de Spyculture está dedicada a investigar cómo el gobierno de los Estados Unidos ha intervenido directamente sobre algunos guiones de Hollywood para, digamos, orientarlos a sus propósitos propagandísticos. Hace poco sacaron un documental, Theatres of War, en el que explican cómo se llevaba a cabo todo ese trabajo y como todo comenzaba normalmente con una consulta sobre cómo representar determinados vehículos militares y terminaba con un consejero instruyendo sobre qué partes había que tachar y qué partes había que reescribir para hacer la peli más patriótica.

Lo cierto es que uno no puede desquitarse de esa actitud de listillo que lo acompaña por la vida (y que tantas desgracias le han supuesto) y preguntarse si hemos tenido que llegar hasta 2022 y entrevistar a Oliver Stone para saber que lo audiovisual norteamericano es una turbia máquina de manipulación de la población mundial. No era necesario entrevistar a nadie para saber que cada película de acción con Chuck Norris, Stallone o Schwarzenegger eran mensajes directos sobre lo gloriosas que eran las gestas yanquis por el mundo y que cuando se pasó la moda de los forzudos de circo, comenzaron a colarnos la misma idea a través de Forrest Gump, cualquier peli redneck de Clint Eastwood o, últimamente, las series de Netflix. Poco hemos visto que no presente lo yanqui como un híbrido entre lo enterpreneur y lo bélico: hasta la biografía de Steve Jobs tiene ese tinte martiriológico. Cualquier lector de cómics en los ochenta y noventa sabe que las películas de superhéroes orbitan por esas elípticas: comparar cualquier cómic de Frank Miller o Alan Moore con las películas que se han hecho sobre Batman, Daredevil o cualquier superhéroe es una broma asesina.

No toda ficción, gracias al cielo, es revisada por un coronel; lo cual no quiere decir que toda creación sea inocente. El otro día discutimos en clase cómo afrontar el mensaje político, directo o indirecto, que transmiten productos culturales, si hay que evitarlos o si es más fructífero leerlos críticamente. Hablábamos de cómo Succession, un hit de HBO retrata a una familia rica con problemas (drogadicción, herencias, engaños) pero no trata tanto el hecho de qué factores crean que una familia sea tan inmensamente rica, y que este hecho no sea cuestionado en ninguna temporada. The Crown, otro exitazo, esta vez de Netflix, hace algo similar: una familia monárquica no es más que una familia, con sus problemitas y sus tonterías, muy similares las nuestras, con la gran diferencia de que no se explica que a ti te incinerarán en el cementerio-jardín de tu pueblo y a ellos los enterrarán con diamantes extraídos de las colonias que gobernaban.

También tratamos otras ficciones directamente políticas: House of Cards o Borgen. ¿Recogen un sentir popular contra la clase política y los pintan como corruptos, miserables e indecentes o bien crean el marco mental en el que se llegue a admitir que la política nada puede si no es a través del soborno, la corrupción y la muerte de lo cívico? Borgen se estrenó en 2010 y en 2022 los partidos populistas crecieron como ningún otro en Dinamarca y otros países escandinavos; House of Cards se estrenó en 2013; Trump, un personaje que parece calcado moralmente al protagonista, ganó la Casa Blanca en 2016 y aún anda por ahí dando coletazos. ¿Fue Transparent u Orange is the New Black las primeras ficciones contemporáneas que visibilizaron la transexualidad en el mainstream? Extraer algo así como una tesis roza la conspiranoia o el non-sequitur y hay más de coincidencia que de un propósito propagandístico dirigido, como pudiera ser una película militar moderna de Clint Eastwood.

En este estado de cosas, ¿qué debe hacer uno? ¿Ahorrarse las cuotas de las plataformas y encerrarse en los clásicos -igualmente propagandísticos, solo que de guerras que ya no existen? Lo mejor es no caer en el pecado moderno más horrible: moralizar. Mírese donde se quiera: no hay movimiento social, partido o intelectual que no instruya o aleccione, incluso hostigue sobre cómo construir un mundo mejor, más justo o más ordenado conforme a sus intereses. No existe, o es tratado de ridículo, el arte de la discusión crítica, del diálogo con aquello que no concuerda con nuestra cosmovisión: asistimos a la muerte de la inteligencia dinámica. Dejar de atender una obra porque representa a una minoría así o porque trata de fijar un orden social que interese supone renunciar a una comprensión crítica de la obra y al aprendizaje que se pueda extraer de él; es, de hecho, la mejor manera de convertirnos en vulnerables a la propaganda.

Otra cosa es que con un capítulo de La Isla de las Tentaciones uno tenga de sobra para el resto del año.