Hay algo siniestro en todos los museos de tortura del mundo: aquellos instrumentos o métodos que no aparecen. Se encontrarán la guillotina, la hoguera, la cuna de judas, la dama de hierro, como los pecios de una Historia que se ha convertido en ficción. Se condescenderá tal vez con el garrote vil, por ser un monumento a la terquedad vanagloriosa y brutalidad del carácter nacional.
Pero el visitante no encontrará alguno documento o representación de la picana, de un zulo, el submarino, las descargas eléctricas o la violación. No hay rastro de dictaduras, ni militares ni comunistas, no hay salvo en algunos países apresurados por atraer el turista hacia el morbo, ni una sola nota acerca de aquello. Un museo es la representación estática de una narración, de algo que por su distancia en el tiempo ha ido acrecentando su condición de relato mágico, de leyenda, y por tanto enajenando de cualquier principio de realidad. Mantener intacto su carácter y abandonar cualquier propuesta verdaderamente documentativa es condición esencial para su supervivencia no solo como institución cultural, sino como encubridora de la atroz verdad.
Autor: Raúl Quirós Molina
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Lo siniestro de los museos de la tortura.
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Se acabó el laburo
DESPUÉS
El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando me jubile
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre mi calva.
http://www.literatura.us/benedetti/oficina.html -
La forja de un plumífero – Las ínsulas extrañas
Qué es, por qué lo es y cómo sucede la forja de un escritor son preguntas que nunca se realiza él mismo; así como el fontanero no se pregunta qué es lo que le hace fontanero ni el pintor qué le convierte en tal: el que trabaja con tuberías, aquel que trabaja con los colores, aquel que posee la techné o la artesanía en su oficio y así es reconocido, es el artesano, el escritor.
Ve chungo, lo del paro, Alejandro Sanz. Las ínsulas extrañas es una de las más polémicas antologías de poesía que se han publicado en España a la vez que una de las más certeras. La notoriedad del volumen se disparó ante las ausencias (Ángel González, Alejandra Pizarnik, Benedetti, la claudicación voluntaria de Carlos Sahagún y añado a Manuel Álvarez Ortega) pero en ningún caso ante las presencias. A estas alturas no considero que José Ángel Valente, precursor de la antología, ni ninguno de los escritores que la editaron tuvieran en mente publicar una obra que tomara la medida a los cincuenta últimos años del siglo en poesía en lengua española.
Este es el mayor acierto de la antología: no parece otorgar una concesión a poéticas afines por razones de endogamia, y libra con bastante prudencia una batalla contra las antologías de poetas en favor de una antología de poesías. Hay un justo pago a poetas latinoamericanos, desconocidos hasta entonces en España (Idea Vilariño, por ejemplo) e ignorados en su propio «circuito» (Aníbal Núñez, de quien muy irónicamente se elige «Aviso a Gustavo Adolfo Bécquer»).
El siguiente poema de Costafreda está incluído en el libro.Este libro no existe.
Páginas que habitaran
absurdas el vacío. Recuerdo
–la asociación no es evidente–
el ave enloquecida
volando, revolando sobre el mar
sin poder o sin saber posarse,
giraba en el vacío,
volaba dentro de sí misma
¿Son vida las palabras o van contra la vida?»Alfonso Costafreda
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Quid dedicatum poscit Apollinem vates?
[…] Así, como un tiovivo que ya se mueve solo por la inercia, se deslizará tu vida hasta la vejez, donde irás haciendo recuento de todo el tiempo que empleaste en lograr ser algo en la vida, las numerosas puertas a las que te dijeron que llamaras y llamaste. Y cuando te abrían te dabas cuenta de lo tarde que llegabas, que te habían enviado a la misma puerta que ellos habían abierto hace mucho tiempo y a la que ya sólo respondían por educación. Te percatarás de lo ingenuo que eras, de que eras el tonto en el juego de la cerilla y cada nueva oportunidad que creíste tener no fue sino una palmada en la espalda, un cumplido a destiempo. Admirarás tu independencia, con ciertas reservas y con la sospecha de que la podías haber vendido un poco más barata, pero te enorgullecerás de no haber alabado innecesariamente a ningún alto funcionario para conseguir ese puestecito desde el que impartir lecciones a los que lo intentaban.
Amargado, sí, pero desmenuzando trazos de un orgullo perdido a los que te agarrarás para no volverte insufrible contigo mismo y con quien te acompañe hasta entonces, lamentando la confusión en la que caías cuando se presentaban una oportunidad verdadera y la rechazabas por mantener tu integridad (¿tuviste alguna vez tal integridad? ¿Nunca inflaste las facturas? ¿Nunca escatimaste un céntimo a tus trabajadores?) transitarás por esa vida anodina que aborrecías cuando eras joven, el lugar reservado a los que perdían, a los mediocres, a los tontos de la cerilla. Te pondrás ciertas condiciones y explicarás que la vida depende del cristal con el que se mire, sí, utilizarás frases tan rígidas que se ajustaban a ti como un traje almidonado y que te salvarán de las incómodas preguntas acerca de tu talento o de tu buen hacer perdidos. Escribirás un diario donde te fustigarás con los errores y donde omitirás los aciertos. O, si te has vuelto muy vanidoso, convertirás los pequeños triunfos en hipérboles y olvidarás de qué estaban hechos tus fracasos. Te quedará la esperanza del idilio de lo póstumo. Leerás necrológicas. Muy posiblemente ya estarás muerto. Y nunca lo aceptarás.
Blasco Fernández, Diario.
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Eielson
Albergo del sole I
dime
¿tú no temes a la muerte
cuando te lavas los dientes
cuando sonríes
es posible que no llores
cuando respiras
no te duele el corazón
cuando amanece?
¿en dónde está tu cuerpo
cuando comes
hacia dónde vuela todo
cuando duermes
dejando en una silla
tan sólo una camisa
un pantalón encendido
y un callejón de ceniza
de la cocina a la nada?
Jorge Eduardo Eielson