Qué es, por qué lo es y cómo sucede la forja de un escritor son preguntas que nunca se realiza él mismo; así como el fontanero no se pregunta qué es lo que le hace fontanero ni el pintor qué le convierte en tal: el que trabaja con tuberías, aquel que trabaja con los colores, aquel que posee la techné o la artesanía en su oficio y así es reconocido, es el artesano, el escritor.
Las ínsulas extrañas es una de las más polémicas antologías de poesía que se han publicado en España a la vez que una de las más certeras. La notoriedad del volumen se disparó ante las ausencias (Ángel González, Alejandra Pizarnik, Benedetti, la claudicación voluntaria de Carlos Sahagún y añado a Manuel Álvarez Ortega) pero en ningún caso ante las presencias. A estas alturas no considero que José Ángel Valente, precursor de la antología, ni ninguno de los escritores que la editaron tuvieran en mente publicar una obra que tomara la medida a los cincuenta últimos años del siglo en poesía en lengua española.
Este es el mayor acierto de la antología: no parece otorgar una concesión a poéticas afines por razones de endogamia, y libra con bastante prudencia una batalla contra las antologías de poetas en favor de una antología de poesías. Hay un justo pago a poetas latinoamericanos, desconocidos hasta entonces en España (Idea Vilariño, por ejemplo) e ignorados en su propio «circuito» (Aníbal Núñez, de quien muy irónicamente se elige «Aviso a Gustavo Adolfo Bécquer»).
El siguiente poema de Costafreda está incluído en el libro.
Este libro no existe.
Páginas que habitaran
absurdas el vacío. Recuerdo
–la asociación no es evidente–
el ave enloquecida
volando, revolando sobre el mar
sin poder o sin saber posarse,
giraba en el vacío,
volaba dentro de sí misma
¿Son vida las palabras o van contra la vida?»Alfonso Costafreda
Deja una respuesta