Autor: Raúl Quirós Molina

  • Je me souviens

    Me acuerdo de las cintas de cassette con canciones de bakalao grabadas de la radio.
    Me acuerdo del accidente y muerte de Fernando Martín.
    Me acuerdo de las repetidoras que fumaban detrás del colegio.
    Me acuerdo del accidente y muerte de Juanito.
    Me acuerdo de la Ley Corcuera.
    Me acuerdo de Juan Guerra.
    Me acuerdo del atentado del Puente de Vallecas.
    Me acuerdo de que mi madre se parecía a la primera bailarina de «La classe de dance» de Degas.
    Me acuerdo de mi padre regañándome por ver «La última tentación de Cristo«.
    Me acuerdo de cuadros que pintaban tíos y abuelos a los que no conocía.
    Me acuerdo de un cuadro con una jarra de cerámica.
    Me acuerdo del hedor a estiércol por las calles de Sabiote.
    Me acuerdo del accidente de coche donde me mordí la lengua y en el que no murió nadie.
    Me acuerdo de la primera vez que bebí en una fiesta del instituto. (Y mi padre casi me pilla, porque se presentó de improviso, enfundado en una gabardina caqui).
    Me acuerdo de la foto de la madre de Irene Villa, desangrándose en mitad de la calle.
    Me acuerdo de la primera vez que leí «Escupiré sobre vuestra tumba». Vaya que si me acuerdo.
    Me acuerdo del primer libro que leí por gusto: «Juan Chorlito y el Indio Invisible«, de Janosch.
    Me acuerdo de la primera vez que leí «El guardián entre el centeno» en castellano y la primera vez que lo leí en inglés. También me acuerdo de todas aquellas personas a las que lo regalé y de quién se lo leyó de verdad.
    Me acuerdo de Markus.

    Me acuerdo (homenaje a Perec), Pero Lucho

  • Aquellos maravillosos libros que no debemos leer

    Durante aquellos años repletos de pensamiento mágico, tótems, supersticiones inventadas y catarsis que conforman la infancia, mi abuela, imbuida por un sentimiento de responsabilidad sobre mi formación espiritual, tuvo a bien alistarme en los salesianos del barrio para que, llegado el día, pudiera comulgar cristianamente. Solo hice un año de catequesis (lo normal son dos, pero si la endogamia vale con lo terrenal, ¡qué decir de los asuntos de Dios!) y luego la comunión.
    La catequesis con los salesianos… Cómo decirlo… Moló. Creamos un periódico o algo así y nos íbamos de excursión. Dios y rezar y todas esas cosas eran un mal menor. Los monitores de las convivencias fumaban y contaban chistes verdes, dormíamos tres en la misma cama y hablábamos de enrollarnos y hacernos pajas.
    Mi abuela, exultante por los resultados, me regaló un misalito infantil, perfectamente desechable por lo demás, pero que incluía las enseñanzas de un niño llamado Domingo Savio, que según rubricaba el propio libro, era «savio» de nombre y de espíritu. El niño, a decir verdad, daba escalofríos. No solo obedecía a sus padres y profesores, sino que tenía ataques de ira contra sus compañeros cuando estos se peleaban, fumaban o torturaban animales, es decir, todas las cosas que le hacían a uno niño. En una de esas aventuras, el Savio de Domingo encontraba a uno de sus camaradas leyendo un libro que consideró de carácter inapropiado (no especificaba de qué iba la historia que leía), así que el Savio de Domingo le arrebató el libro, lo hizo trizas delante de sus narices y luego levantando un dedo hacia los cielos soltaba algo así como: «los malos libros envenenan el corazón»
    Esta historia se ha repetido hasta la saciedad y la imagen de la pira de libros es ya el símbolo supremo de la ignorancia, la mezquindad y la incultura de una sociedad. Nadie, con algunas lecturas a sus espaldas, promocionaría la censura de libros en virtud de nuestra salud literaria.
    Excepto si el censor es un escritor. Por raro que parezca, cada vez hay más y más escritores e intelectuales que des-recomiendan la lectura de ciertos libros. Arguyen, eso sí, no que son perjudiciales para el alma humana, que corrompen nuestra sociedad sino que los libros «son malos» o «no son literatura».
    Una de las mayores frustraciones que he tenido como persona adulta ha sido el de no poder comportarme, siquiera una sola vez, como el matón que zurra a un empollón por sus maneras pedantes, sus aires de superioridad y su espíritu proselitista y condescendiente sobre cómo debe formarse el criterio (i. e. el espíritu) de sus compañeros lectores, quizá porque ¡ay! durante mi infancia yo formé parte o quise formarla de esa élite intelectual y me preocupaba más llegar intacto a casa que tratar de emplumar al empollón.
    Ahora sí: el criterio de un lector o, más en general, de una persona se forma no sólo a través de las buenas lecturas o las buenas acciones, sino también a través de las malas; un criterio guiado solo por las buenas lecturas le convierte a uno en un lector parcial, de visión sesgada y segregacionista, en un lector manco o cojo: nunca se ha puesto de parte del malo. Ser escritor está muy bien, pero en realidad es una tarea muy vaga: uno se sienta con una idea y la escribe, allá el resto. Ser un buen lector conlleva un trabajo muy pesado que es el de tratar de descifrar los códigos que un tipo ha puesto sobre un libro, no aburrirse y tratar de destilar de todo aquello algo positivo. Si finalmente lo que lee le parece bueno, quizá sea bueno; si no, seguramente sea malo.

    Por eso los ataques velados a la «mala literatura» me recuerdan mucho las historias de censura que el misalito incluía de boca de Domingo Savio, y las ganas de que uno se vuelva el matón que nunca fue reviven.

    Por ejemplo en:

    Hay libros malos que están muy bien escritos y éstos a la larga son los peores, pues suelen tener muchos lectores que creen que la lectura fácil es la verdadera literatura. Los editores los llaman «literatura comercial de calidad». Estos libros, más que no acabarlos, lo que se debe hacer es jamás empezarlos.
    Santiago Gamboa

    En fin, no hay nada especial en esta digamos literatura, y olvídense de que estamos ante un Stephen King o cosa por estilo. Ya puestos, estamos ante un Zafón escandinavo. Aquí el éxito se debe, por si también alguien lo pregunta, a la cantidad de basura que almacena nuestra cabeza y a la ocasión que nos proporciona Larsson de rebozarnos en ella.
    Alejandro Gándara

  • Otra de poetas raros: Roger Wolfe

    Aunque ya le han colocado el sambenito charlesbronsoniano de realista sucio y con ello han etiquetado a toda una generación de poetas raros (Karmelo Iribarren, Violeta C. Rangel amongst others) el caso es que resulta peliagudo tratar de enclaustrar a Roger Wolfe en algún tópico literato de los que abundan sobre, por ejemplo, Charles Bukowski o Raymond Carver. Que digo yo, que Bukowski es muy genuino y tal, pero tiene novelas que no hay dios que las soporte, por ejemplo Mujeres. Que fue un escritor en rebeldía, pues qué bien, pero ¡ay! ¿No es cierto, ángeles de amor, que Bukowski escribe y reescribe los mismos personajes una y otra vez, casi podría decirse que adrede para lucimiento y solazamiento de locutores de RNE-3 y adolescentes acalimochados? ¿Y de Carver, qué? Si hasta se dice que no escribía él

    Así que a falta de algún maldito más enjundioso se escogió a Roger Wolfe, porque sonaba a americano y a «lobo» y ¡tachán! En mi caso descubrí a este poeta en el váter. No trato de darle más emoción al asunto: es, al menos, como yo lo recuerdo. Mi madre trabajaba en la universidad de Alcalá en 1994 y por aquel entonces se editaba una revista llamada Barataria, a mi parecer de gran interés por cuanto incluía artículos de prácticamente todas las ramas de la filología, acompasados, eso sí, por algunas piezas como la que sigue. Lo pongo porque no me avergüenza decir que fue el primer poema que me consiguió una erección, y eso, con trece años, es toda una experiencia reveladora. Y por dar la nota intelectual o crítica: atención a la confluencia que se da en los 7 u 8 últimos versos – cómo todos los personajes aparecen en el mismo tono onírico oscuro, en el mismo poema, en la misma escena, en un mismo sentimiento, y cómo no es tonto, este Roger.

    Pues ¿que queréis dos libros, que os recomiende? Arde Babilonia, de Visor y Días perdidos en los transportes públicos, editado por Anthropos (que no sé si me perdieron en Irlanda). Comprobaréis lo que puede hacer editar a un poeta un cambio súbito de editorial. Para bien y para mal.

    Déjame soñar contigoRoger Wolfe

    Anoche tuve
    un sueño raro.
    ¿Qué soñaste?
    Estábamos en casa
    mi amiga y yo.
    Entró el vecino.
    Entró el vecino
    y nos folló. Primero
    a mí. Me subió
    a la mesa y
    me abrió de piernas.
    Tenía el pene gordo.
    Me folló. Luego
    cogió a mi amiga.
    A ella la folló
    en el suelo, de rodillas,
    por detrás.
    ¿Y luego?
    Luego nada.
    No me acuerdo.
    Sólo que esta mañana
    al despertarme
    estaba tan encedida
    por dentro
    que me he tenido
    que masturbar
    Había dicho encendida.
    Por dentro. Masturbar.
    Y él dijo: ¿Sí?
    Y hubiera querido añadir:
    ¿Por qué no me dejas soñar contigo?
    Pero no lo hizo.
    Más tarde, en casa,
    perniabierto encima de la taza del water
    se masturbó.
    Pensando en ella.
    La amiga.
    El vecino estaba allí
    también.

     
  • Alma alérgica

    Ya quedan pocas cosas por llevar a la nueva casa, y las que restan -libros de la primera carrera, apuntes de la segunda, papelajos sin sentido, poemas que no cuajaron- tienen los días contados: acabarán macerando en un contenedor de reciclaje o quemados.

    Tomo algunos al azar.

    Esto estaba escrito en una balda del mueble:

    Volver / a las ramas y esquejes / esta es la corteza, esta es la savia / que volutas de aire…

    Y la tinta del insomnio escribe páginas de insondable belleza…

    Un bote de colonia que nunca se acaba sobre otra balda, que tampoco se acaban.

    Fa. Frescor. Agua de colonia. Limones del Caribe.

    Una carta que no terminé. Ni terminaré.

    En ocasiones me sucede que escribo algunas notas y despúes las olvido, meses después, dudo acaso que en efecto yo haya sido el autor y no algún escritor a quien haya plagiado inconscientemente.

    Las obras completas de Celan. Las pongo en alemán – ¿qué si no? ¿Esperábais que me bajase de la burra y lo pusiese en castellano? ¿En vulgar y tosco castellano? ¡Por favor!

    Soviel Gestirne, die
    man uns hinhält. Ich war,
    als ich dich ansah -wann?-
    draussen bei
    den ander Welten

    Tantas estrellas que
    nos ofrecen. Yo estaba
    cuando te miré -¿cuándo?-
    fuera en
    los otros mundos.

    (Con poesías como ésta y ciertas canciones, joder, parece que el mundo te leyó la mente antes de nacer. Como si en efecto tu biografía ya estuviera contenida en alguna suerte de biblioteca de Babel. Como si ser y pensar fueran una y la misma cosa, Parménides)

    Otro Parmenídeo, fíjate qué casualidad, en una factura.

    Vodafone piensa en ti y en lo que necesitas cada día.

    Creo que Vodafone piensa mucho. DEMASIADO. Sería gracioso llamar al número de teléfono que indican en la factura y preguntar: «Bien, dígame, qué es lo que necesito hoy». Y que en efecto te lo dijeran. Pero me da, no sé por qué, que va a ser lo contrario de lo que pienso, y por tanto lo contrario de lo que necesito. De lo que soy.

    «En torno a mi trabajo como pintor». De Antonio López. Un libro que por fin no habla sobre la pintura sino en torno al trabajo de pintar. Es decir, pinceles, chinchetas, hilos de bramante. Struggling for life, struggling for art.

    Me voy. Lo cierto es que me pongo demasiado íntimo y menos decadente de lo que debería, y aunque mantener el blog no me supone gran problema ahora temo entrar en barrena y utilizar esto para despropósitos de resaca. Es cierto, adoro recibir correos y escribirlos. Por ejemplo, pienso en algunas cosas que comencé en Lyon y no terminé. Me estoy convirtiendo poco a poco en una puta de mi propia laxitud y pasividad moral – ¿debería prepararme unas oposiciones o adquirir una uve pé o, por aquello de tener algo que hacer? ¿Pensar en Hacienda como entelequia total? ¿Casarme? ¿Irme al extranjero otra vez? ¿Montar una productora de cine X?-.

    E tu, Brute?

  • Viejos títulos, ideas nuevas

    Tú pintas una mujer desnuda porque disfrutas mirándola. Si luego le pone un espejo en la mano y titulas el cuadro «Vanidad» (Merling) condenas moralmente a la mujer cuya desnudez has representado para tu propio placer. Pero la función real del espejo era muy otra. Estaba destinado a que la mujer accediera a tratarse a sí misma principalmente como un espectáculo.

    John Berger. Maneras de ver.

Raúl Quirós Molina
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.