Categoría: escritura

  • Resumen

    Todo podría haber ido peor.
    El lento cese del tiempo.
    El cansado merodeco por las barriadas
    llenas de azul y maleficios.

    Podría haberse levantado un día
    dentro de cuarenta años
    y darme cuenta
    de que se había derrumbado Babilonia.
    Solo que hacía de aquello mil años
    y ya no quedaba remedio.

    En cambio: hubo estrellas,
    Y hubo amor. De eso sí.
    Hubo dioses
    cogiéndonos de las manos.

    Hasta ahí.

    Al final siempre hay una guerra.

    Y como toda guerra,
    está hecha para perder.

  • Lo último

    GREENWICH AVENUE

    Estoy muy satisfecho de mí mismo.
    Yo era un ser seco, huraño y solitario
    que envidiaba a los otros su alegría.

    Pero rectifiqué. Me costó mucho
    adquirir compañía y cara alegre.
    Y así he gustado aquellos dulces bienes
    que envidiaba a los otros: amistad,
    mujer, hijos y el éxito en los negocios.

    Uno llega a obtener lo que desea
    si de veras se esfuerza en conseguirlo.
    La insistencia es la clave del acierto.

    La piedra que se encima persistente
    sobre sus compañeras de sendero,
    logrará que tropiece alguien en ella.

    Estoy muy satisfecho de mí mismo
    pues sé rectificar. Y comprobado
    que amigos, mujer, hijos y negocios
    siempre me molestaban y agobiaban,
    los dejé sin aviso y sin reparos.

    Y he vuelto con alivio a mi yo joven,
    a mi ser seco, huraño y solitario.
    Y estoy muy satisfecho de mí mismo.

    José María Fonollosa

    Así como un tiene el derecho a la identidad,
    (o a ser yo uno mismo, mísmísimo yo,
    rey absoluto del trono de la mismidad,
    del uno y no otro, de la inevitabilidad
    de lo que se es y no lo demás )

    a conocer su nombre, su origen, su patria;
    quiénes son sus amigos, sus vecinos,
    a la tribu, a su moral y a la posibilidad de minarla;

    así como uno tiene derecho a ser,
    también tiene derecho a no ser.

    A no verse en fotografías
    de hace un año, dos, quince años.
    A no reconocerse en el nombre
    que otras personas pronuncian,
    a no contestar a las cartas,
    a los correos, a las llamadas,

    no trato de la muerte
    porque es la desagradable
    vedette invitada a cada fiesta
    a cada casa
    a cada familia

    hablo de algo más sencillo
    dejar de existir
    agotando lentamente
    cualquier movimiento
    borrando cualquier rastro
    de nuestros actos
    hasta la paralización
    absoluta
    de la vida

    todo
    tiene derecho a desaparecer,
    todo
    tiene derecho a ser nada.

  • Eso ya lo tienes

    ¿Cómo que qué voy a hacer?
    Tú vas a las convocatorias, el proyecto es de los dos.
    Claro.
    Déjate de presencias y de piquitos.
    Lo importante es lo que ya tienes.

  • Otro jueves al azar

    Cuando la desesperación
    agote todas las trabas
    con las que has ido entorpeciendo
    su camino hacia tu corazón
    y la diferencia entre estar vivo
    o muerto
    sea una cuestión de pareceres biológicos,

    prepara una carta educada y amable,
    cópiala unas cuantas veces
    y envíala a todas aquellas personas
    a las que en un momento u otro de tu vida
    heriste a propósito,
    incluyendo antiguos camaradas,
    sobrinos olvidados y hermanos que habiten en el rencor,
    sin olvidar, por supuesto,
    a antiguas amantes, novias o esposas.

    Escríbeles lo mucho que sientes que el amor
    que un día sentiste por ellos
    se haya ido diluyendo como un terrón de azúcar bajo la lluvia,
    (o algo parecido)

    Si la afrenta que os separó
    era insalvable, jamás te responderán
    y eso te hará sentir más miserable aún,
    pero recuerda que siempre habrá algún incauto o ingenuo
    que te contestará enternecido por la bondad de tus palabras
    y te invitará a recomenzar, con paso más firme, aquella relación:
    incauto, porque, como un sarraceno, esperarás a esa carta y al posterior reencuentro para afilar los puñales del resentimiento y recordarle
    lo infames que fueron contigo,
    lo detestable que fue tu existencia junto a ellos
    y la gran misericordia y piedad que has mostrado concediéndoles el perdón,

    seguramente le den la vuelta al puñal
    y acabes desguazado, desde el vientre al gaznate, con un odio mayor,
    lágrimas y amenazas de muerte,
    quizá te sirva,
    el odio,
    digo,
    para ahuyentar la desesperación,
    al menos durante un tiempo,
    mientras tratas de convencerte
    de que la biología lleva razón,
    de que vives,
    de que a pesar de todo,
    late un corazón,
    podrido,

    pero late.

  • Tengo fe

    SONIA.- ¡Qué se le va a hacer!… ¡Hay que vivir!
    (Pausa.) ¡Viviremos, tío Vania!… ¡Pasaremos por una
    hilera de largos, largos días…, de largos anocheceres…,
    soportando pacientemente las pruebas que el
    destino nos envíe!… ¡Trabajaremos para los demás
    -lo mismo ahora que en la vejez- sin saber de descanso!…
    ¡Cuando llegue nuestra hora, moriremos
    sumisos y allí, al otro lado de la tumba, diremos que
    hemos sufrido, que hemos llorado, que hemos padecido amargura!…
    ¡Dios se apiadará de nosotros y
    entonces, tío…, querido tío…, conoceremos una vida
    maravillosa…, clara…, fina!… ¡La alegría vendrá a nosotros y,
    con una sonrisa, volviendo con emoción la
    vista a nuestras desdichas presentes… descansaremos!…
    ¡Tengo fe, tío!… ¡Creo apasionadamente!
    ¡Ardientemente!… (Con voz cansada, arrodillándose ante
    él y apoyando la cabeza en sus manos.) ¡Descansaremos!
    (Teleguin rasguea bajito, en la guitarra.) ¡Descansaremos!…
    ¡Oiremos a los ángeles, contemplaremos un cielo cuajado de diamantes y veremos
    cómo, bajo él, toda la maldad terrestre, todos nuestros sufrimientos,
    se ahogan en una misericordia
    que llenará el Universo!… ¡Y nuestra vida será quieta, tierna, dulce como una caricia!… ¡Tengo fe!…
    ¡Tengo fe! … (Secándole las lágrimas.)

    Tío Vania, Chejov.

Raúl Quirós Molina
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