Categoría: escritura

  • El libro de todos los libros

    Esto puede sonar en exceso amateur: uno de los consejos más útiles que recibí de los talleres de poesía fue el de escribir «un libro de todos los libros», esto es, un cuaderno donde ir copiando poemas, sentencias, párrafos de las lecturas que fuera haciendo. Así, a lo largo de varios años he ido llenando varios libros sin la certeza de conocer cuándo debía cerrarlos. Enseñan a escribir pero no a parar de hacerlo.

    Escribo estas notas apresuradamente: quedan apenas unos folios de un Moleskine que comencé en julio de 2006 con el poema Matière de Bretagne de Paul Celan, un poema que termina justamente así:


    tú enseñas
    tú enseñas a tus manos
    tú enseñas a tus manos tú enseñas
    tú enseñas a tus manos
    a dormir

    Luego una travesía interesante por tickets de tren belgas, resguardos de entradas de conciertos, chistes en holandés, poemas en catalán (Diré el que em fuig. No diré res de mi) y cómo no, poemas de cosecha propia. Los últimos son esencialmente notas que he reunido de los infinitos y diminutos cuadernos diseminados por los cajones de mi casa y maletas, así que no los transcribiré porque no están muy trabajados. El que sigue es el último poema algo pensado del cuaderno, con el que quiero darle finiquito. No estoy muy contento con el resultado, pero lo importante era haber llegado hasta esa última hoja.

    Y aquí seguimos.

    Como el niño que creció
    extraño a nuestros brazos
    y hoy brilla en sus ojos
    ese reflejo de lo que fuimos
    y de lo que somos, nos
    reencontramos con nuestros versos.

  • La mesura de José Mateos

    De las numerosas dudas que pueden asaltar a un lector de poesía, hay una que resulta crucial puesto que formará no sólo su criterio sino sus lecturas: ¿cómo distinguir la buena poesía de lo que no es? En narrativa la cosa puede estar más o menos clara: estructura, verosimilitud de la trama, fidelidad de los personajes, atar corto a los estereoripos… En la poesía, al tratarse de un fenómeno específico del lenguaje, los límites son más abruptos – se puede saber cuando un poema es terriblemente malo, y sin embargo la línea entre la mediocridad y la más absoluta genialidad es difusa.

    Correlato objetivo, sinestesia, aliteración, peridiplosis, ripios… Da la impresión de que el aparato formal para el análisis de los poemas es mucho más extenso (lo sabemos bien los sufridores de la LOGSE) que para narrativa y. sin embargo, sigue sin proporcionarnos en su resultado final un sí o un no absoluto. Y, claro, entonces tenemos que recurrir a los críticos e historiadores.

    No obstante, hay poetas que por su metodicidad y su mesura nos absuelven del amargo trago de las notas a pie de página, el diccionario o jugosas e inanes biografías para adentrarnos en su escritura. Lo que hay que saber de José Mateos es que escribe en castellano, que se maneja endiabladamente bien en las formas clásicas, y que su obra está recogida en un tomito llamado Reunión: para lo demás está la Wikipedia. Mal amigo de la jarana y del rollito quasi-lascivo que a veces se da entre poetastros, su poética la defiende así.

    Todavía algunas noches,
    padre mío, me despiertas
    y me preguntas, temblando,
    como a través de la niebla,
    si ha de venir algún día
    para ti la primavera.

    -¿Es que no sabes que has muerto,
    que donde estás no florece,
    cuando es abril, la semilla,
    aunque en el campo la entierres?

    Y contestas: -«Hijo, ¿cómo
    me hablas estando yo ausente?
    ¿A quién de los dos, entonces,
    está engañando la muerte?»

    Del libro Canciones

    La poesía de José Mateos es la poesía de alguien que trabaja en el silencio, con una paciencia de ingeniero, apuntalando verso a verso una arquitectura majestuosa por la que más tarde el lector pueda pasearse y maravillarse con los lienzos, esculturas y jardines allí expuestos, y una vez finalizado el paseo extático se extrañe de no haberse preguntado antes de quién se trataba, quién había hecho posible ese paseo.

  • Una de poetas -ya no tan – raros: Aníbal Núñez

    Ocurre con demasiada frecuencia en Españeta que poetas desconocidos – y no tan sólo desconocidos sino abiertamente despreciados – vivan su momento de gloria una vez fallecido autor y crítica. Tanto mejor para los que venimos después, pues no sólo nos ahorramos los insufribles e inasibles despieces a los que profesorado y columnistas con cátedra en London y Wysconsin nos tienen acostumbrados, sino que una vez enajenados por su propia idiosincrasia de la mecánica de la Historia de la Literatura, es decir, de las antologías y libros de texto, su descubrimiento se vuelve tal que una pasión clandestina.

    Ahora que se hacen poemas a la ontopraxeología del Space Invaders, Pikachu cabe en algún heptasílabo y, en definitiva, los gafapasta tratan de hacer el pop «contemporáneo», válgame el oxímoron, sobre todo cuando hablar del pop con más de 40 debería ser jurídicamente punible, pues Yo, y esto es decir, los que no sabemos nada de nada nos vemos en la tesitura de comprobar que eso ya estaba inventado por Aníbal Núñez, amongst others, cuando los del CDS o los sociatas gobernaban, y que la modernidad o contemporaneidad no es más que un refrito de estructuralismo, postestructuralismo y cromos de Mazinger Z, vamos, com Jorge Valdano haciendo metafísica sobre la mala hostia de Juanito.

    Sacados los dos próximos de Fábulas Domésticas, editado por alguien en algún lugar. Atención al ritmo, la ausencia de comas le proporciona al poema lo que otros han querido llamar «flujo de conciencia» o más prosaicamente «baba cerebral», tan inteligentemente diseñada para la res del poema.

    OH, NÁYADE, NEREIDA, NINFA SIRENA, TÍA

    Oh, náyade, nereida, ninfa, sirena, tía
    buena reproducida
    todo color tamaño
    casi natural muslos
    apetitosos anunciando
    un producto, pongamos,
    anticongelante, verbi gratia
    gratia plena de ganas de comerte
    poseerte en pleno escaparate

    lo malo es que sabemos que nuestro
    atrevimiento
    lo pagaría el seguro
    y mucho peor saber que nuestro muerdo
    no iba a encontrar una manzana viva
    sino más bien sabor de cartonpiedra
    y una falsa apariencia de relieve camal
    en la litografía
    y acabamos comprando cualquier cosa
    en desagravio, buenas tardes,
    por nuestros malos pensamientos.

    AQUÍ OS QUISIERA VER ASTUTO GATO
    Aquí os quisiera ver astuto gato
    con botas pulgarcito
    el valiente de nada
    os iban a servir todas las tretas
    argucias y artimañas contra batman
    y supermán son pocas siete leguas
    para alas supersónicas los ogros
    tenían poco cerebro y mucho estómago
    para poder hacer la digestión
    de los tiernos infantes no tenían
    sin embargo radares que les diesen
    la pista de la carne ni i.b.emes
    para contar en un segundo
    cuántas migas dejaste en el camino
    […]

  • Todo el mundo habla de La Soledad

    Hablemos claro: a poca gente le gustará esta película. En primer lugar porque emplea un lenguaje narrativo al que el espectador español no está acostumbrado y en segundo lugar porque la puesta en escena de ese lenguaje en pantalla es un ejercicio hiperrealista tras el cual que apenas quedan trazas o distancia entre lo que sucede a un lado y a otro de la pantalla. Lo que ocurre allí, ocurre aquí, verbatim.

    Por eso, y porque las historias son vulgares de puro común (peleas por un piso, cáncer, separaciones) Rosales se detiene en lo banal desde una mirada petrificante y avasalladora: el espectador no debe enfrentarse sólo a la tensión dramática una escena, sino también a lo que ocurre en los bastidores. La mirada del voyeur, no trata de seducir al personaje ni al espectador, quiere hacerlos uno y que compartan la miseria.

    En La Soledad se ve al Rohmer de los Cuentos, al Haneke de las primeras películas e incluso al Guerín de En construcción: planos largos sin movimiento, historias abiertas, ausencia de música ambiental, conversaciones fútiles pero que dicen más de lo que callan (en la película de Rosales, el dinero es un elemento «sospechoso» de separación). Y sin embargo, vale.

  • Uno es el poeta, Jaime Sabines

    De verso llano, directo y algún mesticismo; y de una elegía (Algo sobre la muerte del Mayor Sabines) con tintes más modernos (es el cáncer el que le atrapa) que en Miguel Hernández, Lorca o Jorge Manrique está lleno uno de los dos únicos libros editados de Jaime Sabines en España, Uno es el poeta, editado por Visor hace un par de años.

    No debe confundir al lector o al crítico la tonalidad ligera, casi de celebración romántica de muchos poemas Jaime Sabines. Porque al igual que el Neruda de los poemas de amor, o Benedetti – antólogo frecuente del mexicano -, bajo la apariencia de poesía para enamorados se esconde una reflexión constante sobre la condición humana en todas sus virtudes y defectos: la metafísica, la política, la irónica.

    Os dejo con la que yo creo es la parte más emotiva del poema dedicado a su padre, incluído también en la antología Las Ínsulas Extrañas. Este soneto en concreto y no otro porque cuando lo leía iba de camino al curro en el último asiento de un autobús, en un atasco en medio de la carretera de Vicálvaro a San Blas. Y ahí en medio, pensé en mi padre, pensé en el padre de Jaime Sabines y me dió, ¡cosas de la vida!, por echarme a llorar.

    Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
    que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
    No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
    Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.

    Eras, cuando caía, eras mi abismo,
    cuando me levantaba, mi fortaleza.
    Eras brisa y sudor y cataclismo,
    y eras el pan caliente sobre la mesa.

    Amputado de ti, a medias hecho
    hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
    desmantelada el alma, abierto el pecho,

    Ofrezco a tu dolor un crucifijo:
    te doy un palo, una piedra, un helecho,
    mis hijos y mis días, y me aflijo.

Raúl Quirós Molina
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