Siempre cometo el mismo error, en cada curso: doy a leer pipas a los alumnos. Le tengo tanto pánico al momento en el que boquean cuando preguntas si se han leído la novelita de 120 páginas que mandaste tres meses atrás, que he empezado a conformarme con que lean sólo tres novelitas durante un curso que dura nueve meses. Me conformo con que lean una página y un tercio al día. Aun así, hay quien protesta con una frase de los Simpsons. Esta es mi vida.
De entre los títulos que mandé leer, todos menos uno dieron lugar a debates jugosos sobre construcción de personajes, uso del tiempo, autocensura, verosimilitud. Hemos leído a Juan Rulfo, Patricia Highsmith, Carson McCullers, Paul Auster, Silvia Hidalgo, Ian McEwan, Flaubert. Que Juan Rulfo te enseñe cómo jugar con el tiempo en tu narración es un privilegio al que puedes acceder con un carné de biblioteca. Solo uno de los títulos generó unanimidad de opiniones, por lo mala que era. A mí no me lo parecía, pero luego la autora se hizo política de carrera y cambié de parecer respecto a su obra. Hay dos tipos de errores en la carrera de un escritor. El primero es meterse a columnista y el segundo, meterse a político.
Este año, sin embargo, he tomado una decisión: vamos a hacer lo contrario que hacen los dramaturgos, los novelistas o los guionistas de cine profesionales. Vamos a leer obras de teatro, estudiar guiones y, por qué no, leer libros. (Es inaudita la cantidad de dramaturgos con los que me he encontrado que no pueden dar siquiera el nombre de una sola editorial de teatro)
Un profesor hijo de Satanás que recomienda leer libros para mejorar el pensamiento crítico del alumnado y, de paso, su escritura: ¡qué desfachatez, qué insensibilidad acudir a lo que han hecho otros para hacerlo mejor! Hay que inventar la rueda cada vez, y para ello, empezaremos con un cuadrado pintado en el suelo. Aquel alumno que me decía que jamás leía porque no quería corromper su inspiración angelical dejó de escribir en cuanto tuvo la ocasión: un gesto de buena fe hacia la Humanidad. Hay gente que se apunta a clases de conducir para escupir al profesor y protestar porque quiere caminar descalzo por la autopista y los coches no dejan de pasarle a toda velocidad. Hay que respetar toda opinión, aunque sea una opinión que atente contra tu vida o la de los demás. Que un escritor no lea es un atentado.
Amador Fernández-Savater dice: Pensar es la fuerza de los débiles; y para los que no tienen a mano una universidad y un trabajo que les permita ir a clase cuatro horas diarias existe el pensamiento escrito: un libro. La gente ahorra cinco años para ir a la Universidad de Nueva York a estudiar Creative Writing para darse cuenta de que le van a contar lo mismo que Enrique Páez o cualquier profesor de un Centro Cívico y que la lista de lectura la podía encontrar también en la biblioteca del distrito IV de Alcalá de Henares, Madrid, Spain.
Ya sea ensayo, novela, obra de teatro, libro de poemas: leer un libro es pensar e imaginar lo que ya pensó el autor, es interpretarlo dentro de nuestra cosmovisión y es disponer, gratuitamente, de nuevas razones para la crítica, la disidencia, la construcción de nuevos imaginarios.
Leer es también perder la inocencia: por ejemplo, tras las tragedias históricas de Shakespeare no podrás tragar The Crown, un producto de propaganda británico más o menos descarado que ha necesitado millones en promoción. Cuando algo necesita tanto dinero y repetir tantas veces que compran tu coche punto es, es que algo huele raro: es mejor no llevárselo a la boca.
Imaginad por un momento que disponéis de los mismos materiales intelectuales que un jefe de estado imbécil, un economista cruel o un antropólogo racista. Podrían joderte, pero no podrían venderte la moto. Podrán decirte que el algodón no engaña y que te sientas fresco y seguro, pero no habrás perdido el olfato: el ejercicio de la imaginación ya te pone sobre aviso, y esto ya es un principio de contrapoder: saber que no.
(Para los curiosos: la lista comienza con Drácula, sigue con Samanta Schweblin y sigue con Camila Sosa)