Etiqueta: teatro clásico

Medea, de Eurípides

Medea, en un carro tirado por dragones.

Medea, en un carro tirado por dragones.


Medea no es una mujer, sino una leona. Hacia el final de la obra, estas palabras espumean en la boca de Jasón, horrorizado ante la muerte de su amante y el padre de ésta. No es una mujer, sino un animal que se lleva consigo los cadáveres de sus propios hijos a los que ha llorado desde el momento en el que confesó su venganza al Coro. Pero aunque la protagonista sea Medea, al menos en el sentido clásico, la persona que interpela al Coro; el núcleo de la obra, o el protagonista, en un sentido moderno, es Jasón ya que es él quien sufre de la hybris. Medea recibe la noticia de su expulsión, de su engaño de manos de un mensajero. Después, vilipendiada por el padre de la amante de su marido, extranjera en tierra griega decide arrasar con la felicidad de los demás y llevarse a sus cachorros allí donde nadie pueda encontrarlos. Medea es una leona, pero Jasón y Creonte son hienas que se confabulan para alimentarse de la carroña que ellos mismos arrojan sobre Grecia.

O my country and my home,
I pray I never lack a city,
never face a hopeless life,
one filled with misery and pain.
Before that comes, let death,
my death, deliver me,
a fatal end to all my days.
For there’s no affliction worse
than losing one’s own land.

 

Estoy siguiendo esta traducción.

Alcestes, de Eurípides (y unas notas sobre traducción)

 

Alcestis, traída de los infiernos

Alcestis, traída de los infiernos

Existen dos acontecimientos en el proceso de lectura que desplazan nuestra atención del texto a su traductor. La primera, y más ignominiosa, ocurre cuando la traducción es perezosa,  que linda con la transcripción palabra por palabra del texto original a la lengua destino, sin una reflexión acerca del sentido de lo que se está diciendo. Estas traducciones se ven, sobre todo, en aquellas que provienen del inglés, por tratarse de la lengua extranjera más conocida y traducida en nuestro país. Expresión como «mirar arriba» (por look up), «mirar abajo» (por look down), «ponerse en los zapatos de uno» (to be in someone’s shoes) y otras tantas son sintomáticas de una traducción descuidada. No me es tan molesta la imprecisión de una traducción como que el traductor atraiga la atención sobre sí mismo. A fin de cuentas, que una traducción sea adecuada o no, es material de debate estético en el que nos faltarían los conocimientos de la lengua de origen para poder discutir de la traducción su propiedad o impropiedad.

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Filoctetes, de Sófocles

Filoctetes

Filoctetes

Cuando leí el Filoctetes por primera vez, hacia 2009, pensaba que se trataba de una obra menor del repertorio sofocleano. Se dice que una obra es menor cuando el gusto de productores, directores, historiadores y adaptadores no tienen a bien llevarla a escena. Por aquel entonces, pensaba que era una obra fáctica, que trataba del honor y de la mentira y el abandono de aquellos que ya no nos sirven y a los que solo atendemos cuando nos urge su ayuda.

Durante el máster, volví a retomar la obra, esta vez para adaptarla, y convertí a Filoctetes en un excéntrico matemático que guardaba el secreto de una fórmula magnífica para hacer ganar millones en la Bolsa. No fue muy bien recibida por los profesores, seguramente porque no entendí bien la obra.

Ahora tengo 35 años. Y sé que Filoctetes no busca compadecerse de su herida o su honor manchado. Solo, maltrecho y dolorido, Filoctetes solo quiere un amigo. Ulises y Troya le han vencido y por eso en Neoptólemo siente esa llama que prenden aquellos que nos aman desinteresadamente. Tal es la confianza que le da que le cede su bien más apreciado: el fabuloso arco que derrotaría a Troya. Desenfadado, como si careciera de todo valor, le cede por unos instantes el objeto único que lo ha mantenido con vida todos estos años.

¿Será eso la amistad? ¿Entregar lo mejor de uno mismo a pesar de que esto mismo sea lo que le mantiene a uno atado a su cordura en un mundo irracional, lleno de ojos y bocas que muerden?

La amistad es la perpetua coincidencia de dos deseos. Pero la envidia y los celos también lo son.

René Girard

Estoy siguiendo esta versión de las obras completas de Sófocles.

Áyax, de Sófocles

El suicidio de Áyax (Wikipedia)

Timberlake Wertenbraker escribió hace unos años Our Ajax, una versión del clásico de Sófocles basasdo en los testimonios de soldados y ex-soldados que participaron en la invasión de Iraq. El mismo año en que se escribió, tuve la oportunidad de hablar con un miembro del personal sanitario de un hospital militar de Madrid que por aquel entonces trataba a los veteranos de guerra españoles que volvían de Iraq y Afganistán.

Es extraño saber que en España también hay veteranos de guerra, acostumbrados como estamos a las epopeyas norteamericanas retratadas en el cine. Tal vez este silencio o ignorancia se deba al descrédito general que tuvo la maniobra militar entre los españoles, que salieron a la calle en masa para protestar contra una invasión ilegal y sangrienta.

Mi confidente me revelaba los tremendos casos de estrés postraumático con los que tenía que trabajar día tras día. Delirios, pesadillas, intentos de suicidio, hombres que ya no estaban en esta tierra y otros casos de espanto que no hallaban paz ni siquiera en el reconocimiento de alguna asociación conocida o de, al menos, un peso mediático parecido al de  las víctimas del terrorismo. Ignorados en el mejor de los casos, o vilipendiados por una fortuna de anti-militarismo poco simpático con el soldado.

Áyax es el soldado que, tras haber cumplido fieramente con el propósito para el que se le había educado, descubre que el honor de su gesta vale tanto como la vida de los enemigos que segó por miles. El más valiente entre los griegos después de Aquiles, que nunca aceptó la ayuda de los dioses, es desprovisto de reconocimiento y galones cuando la armadura del general muerto es entregada al favorito de los dioses, al astuto Ulises. Desprovisto de razón, decide traicionar a su propio ejército y hacer pagar este desengaño con sangre. Solo la intervención de Atenea, aquella diosa de la justicia que da la razón a matricidas y asesinos, permite que el claustro militar se libre de la siega, y confunde a Áyax para que degolle al ganado que les acompaña.

Motortown, de Simon Stephens, no adapta tan frontalmente el clásico griego pero habla del soldado que vuelve de Iraq a una Inglaterra anodina e indiferente al trauma que el protagonista ha sufrido. Nunca llegamos a saber qué atrocidades ha cometido en nombre de la democracia, pero sí sabemos que se ha convertido en un extranjero, en un extraño que ya no responde a su propio nombre ni conciencia.

Cuando Áyax recobra el sentido, la vergüenza le corroe el alma honorable y se da muerte a escondidas, mediante engaños y artificio impropios del soldado valiente que había sido. Ni los suplicios de su mujer, esclava y botín de guerra, ni de sus amigos curarán la humillación que le supone saberse vivo después de haber tratado de asesinar a sus camaradas. Fue la constatación de esa pena, esa escasa solidez que tiene la amistad que se fragua en la guerra, la que le llevará al Hades.

El último fragmento de la obra, acaso la más lacerante, es aquella en la que sus antiguos camaradas discuten como mancillar, más si cabe, el cuerpo del soldado Áyax. Ignorando la costumbre divina y los ruegos de una viuda desprovista no solo de su amo y señor, sino de la honra, Agamenón se regodea en el castigo al cadáver y fantasea con dejarlo a merced de los animales de carroña a la orilla de la playa. Agamenón, qué sacrificó a su hija para ganar Troya, solo será detenido por Ulises, que restaurará el antiguo orden para dar al soldado digna sepultura. Un héroe mortal al que los dioses condenaron a la locura por no acudir a ellos.

Estoy siguiendo esta versión de las obras completas de Sófocles.

Prometeo encadenado, de Esquilo

http://www.greekmythology.com/

Se pone en duda que Esquilo escribiera esta pieza dramática, por estilo o por temática, pero eso no nos atañe a nosotros. Prometeo es la historia de una predicción. Heiner Müller, que hizo una versión fidedigna del clásico, hablaba de la obra como una confrontación entre el carácter y el destino del personaje. Un titán vanidoso, que no se dejará ayudar por los sucesivos personajes que prometen rescatarle, y que practica un estoicismo casi místico a sabiendas de que el futuro le depara la carta ganadora.

El resto de las obras de Esquilo siguen caminos muy similares, casi como una obsesión. La guerra, la patria y los dioses; la gloria por encima de la vida; todos los personajes en las restantes obras vuelven o acuden a la batalla, viven en una constante amenaza de invasión, genocidio, violación en masa, de muerte física y moral. En Prometeo, sin embargo, el peligro no cae sobre los humanos, sino sobre los dioses, a los que se ha arrebatado el fuego, la inteligencia, la belleza para cedérsela, a cambio de nada, a los hombres.

PROMETEO […] En un principio, aunque tenían visión, nada veían, y, a pesar de que oían, no oían nada, sino que, al igual que fantasmas de un sueño, durante su vida dilatada, todo lo iban amasando al azar.

No conocían las casas de adobes cocidos al sol, ni tampoco el trabajo de la madera, sino que habitaban bajo la tierra, como las ágiles hormigas, en el fondo de grutas sin sol.

No tenían ninguna señal para saber que era el invierno, ni de la florida primavera, ni para poner en seguro los frutos del fértil estío. Todo lo hacían sin conocimiento, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de las estrellas, cosa difícil de conocer.

(Estoy siguiendo la versión de Gredos.)

Otras obras de Esquilo comentadas aquí:
La Orestiada (Agamenón, Las Coéforas, Las Euménides)
Las Suplicantes.
Los Persas.
Los Siete contra Tebas.