Mes: marzo 2008

Nirvana

Lo del Nirvana debe ser algo así como el sueño que tuve la otra noche: un grupo de astrónomos del futuro descubren a través de un ingenio telescópico los límites reales del Universo, y haciendo uso de sus ingenieriles mentes idean una nave espacial para alcanzar el borde del cosmos, como ir a Australia pero a lo bestia. En la nave se embarcan tanto los astrónomos como sus familias y seres más allegados, y el día de la partida celebran una gran fiesta en una playa idílica del Caribe. Sólo cuando el sol se está poniendo parten hacia su destino. La nave era apenas una barca que navegaba tranquila -con motores como los de las navecitas de Star Wars-.

Por supuesto, nunca volvieron para contar qué se veía a través de las ventanas del tiempo y el especio. Los periódicos reflejaron que, aún tratándose de astrónomos aficionados, habrían sido capaces de calibrar correctamente los instrumentos de observación que le proporcionó coordenadas equívocas acerca de la geografía del Universo. Así que partieron sabiendo que jamás regresarían a la Tierra.

También soñé con hijas de mafiosos albano-kosovares, y persecuciones en 4×4 y chaquetas de cuero, y ya no soñé.

Yo te contemplo, oh rara avis

Por algún motivo, lo que encuentro en la poesía más o menos contemplativa norteamericana no lo encuentro del todo en la española – ya he hablado antes de los poemas de Wright et al. Pero algunos hay, claro, joder.

Fue Antonio Colinas, creo, o alguien que hablaba de él, quien escribió que para la poesía de la contemplación es necesario primero vaciarse de uno mismo -disolución del yo, que dirían algunos, a la manera de un Alka Seltzer contra la acidez -. Otro par de libros recientes que me he chupado en esta nueva afición por los contemplativos – los que hablan de ciudades, arbolitos y montañitas, por ponernos prosaicos -, son el Cuaderno de Nueva York de José Hierro, donde sin embargo, ese vaciamiento no llega a producirse hasta las últimas consecuencias, y los versos no se suceden como una mera transcripción descriptiva, sino más bien como el reflejo sobre el agua de un estanque acariciada por el poeta, con grácil resultado; y Los Campos Elíseos, de Pablo García Baena, superrequetequetebuenísimo según los críticos y ni chicha ni limoná para el que suscribe estas líneas. Además carecía de una metáfora tan rutilante como la ingeniada ad hoc para José Hierro

Os copypego uno de mis favoritos de éste último, del García Baena tendréis que esperar a que mangue el libro.

Ballenas en Long Island

Las he visto varadas en la playa.
Los niños han abandonado
carruseles, montañas rusas,
nubes de azúcar, blanca o rosa, palomitas de maíz
y suspendidos de sus cometas de colores
han llegado a la orilla. Atrás quedó
la música crispada de los altavoces.
Ahora escuchan otra música mas sosegada y misteriosa:
jadeo de olas, disnea de cetáceos agonizantes,
chillidos de las aves marinas,
estremecedora polifonía.

Los niños, desconectados de lo fabuloso
saben que es imposible que a Jonás
se lo tragase una ballena
como cuenta la Santa Biblia,
porque al final de la caverna amenazadora
una garganta angosta permite sólo el paso
de minúsculos pececillos, placton, polen marino
que atravesaron las barbas filtradoras.
(Ignoran, sin embargo, que estas barbas
fueron antaño utilizadas
para acentuar la delgadez del talle de las damas.
¡Sólo Dios sabe qué habrá sido de ellas,
dónde estarán ahora pudriéndose!)

El libro de todos los libros

Esto puede sonar en exceso amateur: uno de los consejos más útiles que recibí de los talleres de poesía fue el de escribir «un libro de todos los libros», esto es, un cuaderno donde ir copiando poemas, sentencias, párrafos de las lecturas que fuera haciendo. Así, a lo largo de varios años he ido llenando varios libros sin la certeza de conocer cuándo debía cerrarlos. Enseñan a escribir pero no a parar de hacerlo.

Escribo estas notas apresuradamente: quedan apenas unos folios de un Moleskine que comencé en julio de 2006 con el poema Matière de Bretagne de Paul Celan, un poema que termina justamente así:


tú enseñas
tú enseñas a tus manos
tú enseñas a tus manos tú enseñas
tú enseñas a tus manos
a dormir

Luego una travesía interesante por tickets de tren belgas, resguardos de entradas de conciertos, chistes en holandés, poemas en catalán (Diré el que em fuig. No diré res de mi) y cómo no, poemas de cosecha propia. Los últimos son esencialmente notas que he reunido de los infinitos y diminutos cuadernos diseminados por los cajones de mi casa y maletas, así que no los transcribiré porque no están muy trabajados. El que sigue es el último poema algo pensado del cuaderno, con el que quiero darle finiquito. No estoy muy contento con el resultado, pero lo importante era haber llegado hasta esa última hoja.

Y aquí seguimos.

Como el niño que creció
extraño a nuestros brazos
y hoy brilla en sus ojos
ese reflejo de lo que fuimos
y de lo que somos, nos
reencontramos con nuestros versos.

La mesura de José Mateos

De las numerosas dudas que pueden asaltar a un lector de poesía, hay una que resulta crucial puesto que formará no sólo su criterio sino sus lecturas: ¿cómo distinguir la buena poesía de lo que no es? En narrativa la cosa puede estar más o menos clara: estructura, verosimilitud de la trama, fidelidad de los personajes, atar corto a los estereoripos… En la poesía, al tratarse de un fenómeno específico del lenguaje, los límites son más abruptos – se puede saber cuando un poema es terriblemente malo, y sin embargo la línea entre la mediocridad y la más absoluta genialidad es difusa.

Correlato objetivo, sinestesia, aliteración, peridiplosis, ripios… Da la impresión de que el aparato formal para el análisis de los poemas es mucho más extenso (lo sabemos bien los sufridores de la LOGSE) que para narrativa y. sin embargo, sigue sin proporcionarnos en su resultado final un sí o un no absoluto. Y, claro, entonces tenemos que recurrir a los críticos e historiadores.

No obstante, hay poetas que por su metodicidad y su mesura nos absuelven del amargo trago de las notas a pie de página, el diccionario o jugosas e inanes biografías para adentrarnos en su escritura. Lo que hay que saber de José Mateos es que escribe en castellano, que se maneja endiabladamente bien en las formas clásicas, y que su obra está recogida en un tomito llamado Reunión: para lo demás está la Wikipedia. Mal amigo de la jarana y del rollito quasi-lascivo que a veces se da entre poetastros, su poética la defiende así.

Todavía algunas noches,
padre mío, me despiertas
y me preguntas, temblando,
como a través de la niebla,
si ha de venir algún día
para ti la primavera.

-¿Es que no sabes que has muerto,
que donde estás no florece,
cuando es abril, la semilla,
aunque en el campo la entierres?

Y contestas: -«Hijo, ¿cómo
me hablas estando yo ausente?
¿A quién de los dos, entonces,
está engañando la muerte?»

Del libro Canciones

La poesía de José Mateos es la poesía de alguien que trabaja en el silencio, con una paciencia de ingeniero, apuntalando verso a verso una arquitectura majestuosa por la que más tarde el lector pueda pasearse y maravillarse con los lienzos, esculturas y jardines allí expuestos, y una vez finalizado el paseo extático se extrañe de no haberse preguntado antes de quién se trataba, quién había hecho posible ese paseo.