Ayuno en una tarde de sábado

Mírala pasar, digo, la vida
como un ángel lento que cae entre hojas
escarchadas; muda, furiosa,

una cascada que se vuelve
solo para mirarte a ti,
ingenuo mortal, que nunca quisiste
ver más allá de tu propia ceniza,
de la ciudad imaginaria en la que creías vivir,

y ahora que la vida te ha mirado
con sus blancas pupilas
no puedes sino seguirla, seguirla,
terco, negramente obstinado,

y caer junto a ella
por el mismo precipicio,
hacia el agua, hacia la espuma,
como una saliva infantil
que va desapareciendo en el cauce,
en la quietud del agua
de un río que te mira.

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