Mi vecina tiene extraños modos
de esperar a la muerte.
Se sienta frente al televisor
y sube el volumen
hasta que retumban las cacerolas
de todo el vecindario,
y luego lo baja
súbitamente
y entonces no se escucha nada,
salvo el eco de East Enders
reverberando en los tímpanos
o la sirena de alguna ambulancia del NHS.
Repite esta operación cada día.
Durante horas. Mantiene la tele
encendida incluso
cuando los enfermeros
le traen las nuevas bombonas de oxígeno.
He dejado de cenar en casa.
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