Todo lo que no perdimos en nuestros años de la cocaína

No perdimos ni un solo año en la cocaína. Ni uno solo. Aunque quieran hacérnoslo creer. Siempre quedarán para nuestra literatura íntima los apartamentos donde el camello nos invitaba a un tiro en una mesa de cristal cubierta de restos de tabaco y marcas de vasos. Los dueños de bar que te conducían detrás de la barra y te presentaba a dos veinteañearas tatuadas con los ojos y nariz irritados que se irían de marcha contigo si resultabas ser un comprador simpático. El amigo que hacía diez años que no veías, y que a los cinco minutos te estaba invitando a meterte en los baños de un bar de tapas, a las ocho de la tarde.

Era nuestro club y nos reconocíamos al instante. Nunca se lo podríamos hacer entender a nuestras novias, a nuestros hermanos, a nuestros padres. Sabíamos quiénes éramos, y podíamos acudir unos a los otros si el teléfono mágico nos daba fuera de cobertura. Podíamos invitar a una copa y a cambio, rezaríamos con la cocaína de otros. Sí, había algo chamánico en encerrarse cuatro desconocidos en un automóvil y terminar compartiendo el nevadito. Y comprobar que no éstabamos tan alejados uno del otro: yo conozco esta canción, tu hermana fue a mi instituto, ese chiste ya lo has contado.

¿Quiénes eran todos esos que noche tras noche, cuando el club cerraba optaban por pasar la mañana en el salón del piso de un desconocido? ¿Quiénes eran esos compañeros de habitación que se levantaban con nuestra llegada y se apuntaban al círculo, y celebraban con nosotros la muerte de la noche y la horrible constatación de la mañana? El amanecer nos era tan extraño como esos ancianos que pasean al perro a las cuatro de la madrugada.

Luego llegó el castigo y la monserga, y Dios, luego llegó el Dios iracundo y vengativo, el Dios ansioso, paternal, obsesivo, insomne, el Dios de la salud y la rehabilitación, el Dios del porvenir, el Dios adulto, el Dios responsable, el Dios sobrio, el Dios deportista, el Dios de la normalidad.

Ya no volverás a entrar en el círculo salvo en una reunión nostálgica, en una sesión remember en las que todos están más gordos, o más feos, o más idiotas, o más casnados. No será lo mismo que fue pertencer a nadie salvo a la coca. No a cualquier coca, sino a esa coca que tomamos cuando no sabíamos que era, no la coca que toma por aburrimiento, o por adicción, no la coca como enfermedad, o necesidad, o histeria, no. La coca cuya única falta fue descifrar cuán débiles somos, cuán frágil es el material del que estamos hechos, lo solos que estamos.

Comentarios

Isabelita dice:

No hay razones para descartar la inocencia de aquellos «tiros», la ignorancia de no conocer el producto… Al igual que no hay por qué olvidar los primeros polvos con una cualquiera, en los que brillaba la descoordinación, o las primeras obras literarias en las que escribíamos indistintamente con y sin tildes…
Eres grande, pequeño!

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