El Cíclope pierde el ojo, pero su mutilación era innecesaria para la supervivencia de Ulises. Odiseo y los suyos podrían haber huido cuando Polifemo se abotargaba con el vino griego; o podrían haberlo matado con la misma estaca con el que lo ciegan. Nunca los hubiera perseguido. Es un ser entregado a los placeres que le proporciona su terruño y arrojarse al mar a perseguir a unos extranjeros le apartaría de su naturaleza hedonista
¿Por qué no matarlo? El crímen antropofágico reviste la gravedad de las almas que apuntan al infierno, y la borrachera que le atiere le incapacitaría para cualquier defensa ante el astuto Ulises.
Pero no. El Cíclope no reconoce a Zeus como ser supremo, no reconoce orden por encima de él y de su placer en un largo canto a lo dionisíaco. Y por eso ha de ser desvelado de esa luz que no reconoce, esa luz que no procede de él mismo.
CÍCLOPE
Hombrecillo, para los sabios el provecho es dios.
Lo demás, vanidades y adornos de palabras.
Los promontorios del mar fundados por mi padre
deseo lo pasen bien. ¿Por qué los voy a tomar en cuenta?
Yo, extranjero, no temo el rayo de Zeus,
ni sé por qué Zeus es un dios mejor que yo.
Lo demás no me importa, y escucha por qué no me importa:
cuando cae la lluvia de lo alto
en esta roca tengo refugios cubiertos,
y un ternero cocido o cualquier animal
como, remojo bien la panza hasta el fondo
bebiéndome un ánfora de leche, y mi trompa
hago resonar tronando, en competencia con los truenos de Zeus.
Y cuando el viento de las montañas de Tracia vierte nieve,
envuelvo mi cuerpo en pieles de animales,
enciendo fuego, y de la nieve nada se me da.
La tierra, por fuerza, si quiere como si no quiere,
da a luz la yerba que engorda a mis ovejas.
Y yo no las sacrifico sino para mí, que no a ningún dios,
y para este vientre, que es el mayor de los dioses.
Comer y beber todos los días,
ése es el dios supremo de los hombres sabios,
y no darse pena ninguna. Los que las leyes
han hecho que compliquen la vida humana,
que lloren. Yo no dejaré
de hacer bien a mi alma y devorarte a ti.
Dones de hospitalidad tendrás, para que yo esté sin remordimiento:
este fuego de mi padre y la caldera que hervida
contendrá bien tu carne.
Mas pasad adentro, junto al dios del corral,
para que estéis alrededor del altar y me sirváis para pasarlo bien.
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