El conflicto, según Shakespeare

Para complementar lo aprendido en el texto anterior sobre el conflicto, hoy hablaremos de distintas obras de Shakespeare, cuya lectura recomendamos. Nada menos que treinta y siete obras que recorren conflictos amorosos, de envidia, lujuria, ira, traición.

Cierto que puede preguntarse por qué se hace necesario utilizar un autor dramático para explicar el conflicto en el relato. Eso sería caer en la ingenuidad de pensar que relato, novela, cine, teatro difieren en su composición estructural y por tanto pertenecen a ámbitos que no intersecan, cuando lo cierto es que la gran mayoría de la literatura de hoy día le debe todo al arte dramático. En otra ocasión hablaré de esa tendencia funcional y anti-intelectual, tan española por otro lado, de considerar que un escritor de novela negra solo debe leer novela negra, un escritor de cuentos solo cuentos, etcétera, generando así un corpus de obras idénticas y sin ningún interés.

Shakespeare: Los personajes que dicen lo que quieren

Una de las más fantásticas cualidades de los textos de Shakespeare es su uso de la deixis, que es aquella función del lenguaje que utiliza un hablante en el cual lo expresado solo tiene sentido en relación con el hablante. Palabras y expresiones como usted, nosotros, aquí, en este país solo tienen sentido conforme hacen referencia al hablante que las expresa.

Para que nos entendamos, deixis es lo que hacen muchos personajes de Shakespeare (y de muchas obras clásicas griegas) cuando en un soliloquio expresan lo que quieren hacer, lo que desean, a quien odian y, en ocasiones, cómo lo van a hacer. La utilidad de esto para el escritor que está aprendiendo es fundamental: no necesita inferir de las intenciones y gestos de los personajes para saber qué es aquello que verdaderamente desean, puesto que ya el propio personaje lo refiere.
Veamos un ejemplo de Otelo. Habla el servidor del moro de Venecia, Yago, en el acto primero.

YAGO
Pierde cuidado.
Le sirvo para servirme de él.
Ni todos podemos ser amos, ni a todos
los amos podemos fielmente servir.
Ahí tienes al criado humilde y reverente,
prendado de su propio servilismo,
que, como el burro de la casa, sólo vive
para el pienso; y de viejo, lo licencian.
¡Que lo cuelguen por honrado! Otros,
revestidos de aparente sumisión,
por dentro sólo cuidan de sí mismos
y, dando muestras de servicio a sus señores,
medran a su costa; hecha su jugada,
se sirven a sí mismos.

Ya desde el primer momento, Yago se presenta como un personaje con dos caras: menosprecia a su amo (Le sirvo para servirme de él), se reconoce como hipócrita y, acto seguido, declara su intención de arruinarle la vida:

YAGO
Llama al padre. Al moro
despiértalo, acósalo, envenena
su placer, denúncialo en las calles,
ponlo a mal con los parientes de ella,
y, si vive en un mundo delicioso,
inféstalo de moscas; si grande es su dicha,
inventa ocasiones de amargársela
y dejarla deslucida.

La obra es bien conocida: Yago contamina el corazón de Otelo, otrora un militar honrado y enamorado de Desdemona. La envidia de Yago y el deseo de destruir a su amo hacen que emplee diversas estratagemas para que Otelo encele y arruine su propia felicidad. Pero como puede observar, ya desde los primeros pasajes de la obra, sabemos cuál es el conflicto, porque el propio Yago lo establece: desprecia a Otelo y desea su fin. El resto de la obra es acompañado con la pregunta: ¿logrará Yago su objetivo?

Cuestión de estatus, poder

El buen conflicto no solo pone ante los ojos del lector una situación de batalla entre dos o más personajes, también da cuenta de la sociedad, de los desequilibrios en la estructura de poder y de las propias debilidades del personaje. Por ejemplo, en un conflicto por un caso de divorcio o ruptura matrimonial (un tropos bastante común en la ficción contemporánea), no está tan solo la cuestión de si los personajes se aman o no, que es algo redundante en cualquier caso. Un buen conflicto trataría las desigualdades existentes en la pareja: la situación económica de ambos, las preferencias de los hijos, el pasado inmaculado o no de cada uno, qué piensan los amigos, los padres. Un conflicto no es una partida de parchís, donde la victoria es una cuestión de azar las más de las veces, sino que raza, política, sexo, religión, familia entran en juego. Yago es un sirviente y ansía de su amo su posición social, el respeto que merece y el amor que esta posición le otorga y, sin embargo, sabe que está preso de su propio estatus: dentro de las reglas de las sociedad donde Yago vive no hay posibilidad de crecer y convertirse en Otelo.

En Macbeth, el caso es ligeramente distinto. Macbeth es un barón a las órdenes de Duncan, rey de Escocia, y que no está en la línea sucesoria. Durante una jornada por los bosques se encuentra con tres brujas que le auguran un destino como rey.

BRUJA TERCERA
De ti nacerán reyes, aunque tú no lo serás. ¡Salud a los dos, Macbeth y Banquo!

BRUJA PRIMERA
Banquo y Macbeth, ¡salud!

MACBETH
No se vayan, voceros enigmáticos, sin decirme más. Por muerte de Sinel (el padre de Macbeth) soy barón de Glamis. ¿Pero … de Cawdor? Vive el barón de Cawdor en próspera fortuna. Y para ser rey tengo las mismas probabilidades que para ser barón de Cawdor … Díganme de dónde obtienen sabiduría tan extraña y por qué en este páramo desierto han detenido nuestra marcha con tan proféticas salutaciones. ¡Hablen, les ordeno!

Desaparecen las brujas.

BANQUO
Como el agua, tiene burbujas la tierra, y estas figuras lo son. ¿Hacia dónde se desvanecieron?

MACBETH
Por el aire; y lo que parecia corpóreo se fundió, como la respiración, en el viento. ¡Ojalá no se hubieran marchado!

BANQUO
Pero, ¿es que estaban aquí esos seres de que hablamos? ¿O acaso hemos probado de la raíz de la locura y nos ha trastornado el pensamiento?

MACBETH
¡Serán reyes tus hijos!

BANQUO
¡Y tú serás rey!

MACBETH
¡Y también barón de Cawdor! ¿No fue esto lo que dijeron?

¿Qué ocurrirá a partir de este augurio? Que Macbeth hará todo lo posible para que se cumpla: él es un barón, que no está en la sucesión al trono, pero tras el encuentro con las brujas, ambiciona ser Rey. Escribe a su mujer, Lady Macbeth, y esta le propone asesinar al rey Duncan y así lograr el trono. El conflicto, nuevamente, ha sido expresado por los propios personajes: ¿qué hará MacBeth para lograr el trono? ¿A cuántos terminará matando?

La pura envidia, el deseo puro

En algunas obras de Shakespare, las diferencias de rango social no son tan fundamentales: la envidia y el deseo son los que conforman el conflicto, sin atender tanto a qué posición ocupan los protagonistas. Es el caso de La violación de Lucrecia o Romeo y Julieta.

En La violación de Lucrecia, el general Tarquinio se calienta con las palabras alabadras de Colatino, un soldado, sobre su propia esposa, Lucrecia. Aunque Tarquinio es un superior y posiblemente podría hacer lo que le viniese en gana, el conflicto del poema es qué puede más, si el deseo por Lucrecia o el deber moral del general de no violar a las esposas de su soldados. He aquí la presentación del conflicto, nada más comenzar el poema.

Tal vez hacer alarde de la bella Lucrecia,
sugestionó a este infame, primer hijo de rey,
que por nuestros sentidos, se tienta al corazón.
O tal vez fue la envidia de prenda tan valiosa,
que sin igual retaba toda ponderación,
la que picó en su mente y un súbdito gozara
de un lote tan dorado, que para sí quisiera.
Mas sea lo que fuere, su osado pensamiento,
le instigó con la prisa y sin mediar razones
de honor o de linaje, de asuntos o amistad,
olvidándolo todo, se alejó raudamente,
para apagar la brasa que en hígado ardía.
¡Oh falso arder envuelto en helado pesar,
primavera marchita que no envejece nunca!

En Romeo y Julieta, el conflicto se supedita a las familias enfrentadas: tanto Romeo como Julieta son conscientes de la guerra que puede desatar su amor y a pesar de ello continúan. Lejos de ser una historia de amor prohibida, se trata de un historia de familias enfrentadas, tal y como anuncia Julieta:

JULIETA
Sólo tu nombre es mi enemigo. [Tú eres tú propio, no un Montesco pues.] ¿Un Montesco? ¿Qué es esto? Ni es piano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni otro [algún varonil] componente. [¡Oh! ¡Sé otro nombre cualquiera!] ¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa, lo mismo perfumaría con otra designación. Del mismo modo, Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría, al perder este nombre, las caras perfecciones que tiene. Mi bien, abandona este nombre, que no forma parte de ti mismo y toma todo lo mío en cambio de él.

 

Shakespaere

Póster diseñado por Caitlin Griffin para el National Theatre

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