By User:Bectrigger – Cropped from File:Sheldon_Adelson_21_June_2010.jpg, CC BY-SA 3.0, Link
Montar una obra de teatro en España
Montar una obra de teatro profesional se asemeja a preparar un atraco a la sucursal de Bankia del barrio. Casi siempre es una mala idea: se planifica al vuelo, no tienes armas, ni el dinero para comprarlas; tus cómplices son tan ingenuos y leales como tú, y el resultado es siempre un desastre. En la actualidad además puedes efectivamente acabar en la cárcel.
Para montar una obra profesional sin un duro ni el empujoncito del concejal de turno, uno debe ir mendigando favores como el que mendiga unas monedas en el metro, solo que al contrario que el adicto real, la merca que se obtiene no te lleva más allá de las puertas del placer, sino a un rincón en el blog de algún caradura que quiere entradas gratis para el teatro.
Ya no entramos en el juego del teatro para remover los cimientos de la conciencia, ni traer al siglo de la posverdad el Verfremdungseffekt ni provocar las iras de los buenos ciudadanos cristianos, a lo Synge: (¡cuántos sueños húmedos en los que algún requeté, más o menos espontáneo, irrumpe en la obra con alaridos de «¡Viva Cristo Rey!»). Aquí estamos para competir con el Rey León y cualquier obra que incluya a un actor de Siete Vidas. Es la diferencia entre el atraco navaja en mano contra la venta de preferentes a pensionistas. Escoge la liga.
Génesis de El Sopar
El sopar (o La cena, en su versión patriótica) se escribió cuando Sheldon Adelson quiso montar un megacasino en Madrid, y los políticos de Madrid aplaudieron la ocurrencia: sabe San Milton Friedmann que un país en crisis lo que más necesita no son puestos de trabajo, sino máquinas tragaperras que facturen en los Estados Unidos. Parece que un quítame allá esas tierras y esos impuestos hizo que el magnate abandonara el proyecto, y el casino Adelson pasó de largo por nuestra España querida como aquel convoy norteamericano en la escena final de Bienvenido Mr. Marshall. Quizá nunca sabremos las razones, pero siempre nos quedará la profundidad filosófica de aquel mafioso ruso de Lloret de Mar, que acusaba la corrupción de nuestro país como una de las más nefastas incluso para el negocio criminal.
El proyecto del casino fracasó en esta materialización, pero las réplicas no se hicieron esperar, como en cualquier terremoto: Benidorm necesitaba un casino, y Madrid y Granada, y Murcia.
¿Por qué entonces montar una obra de teatro sobre casinos y políticos corruptos destinada al fracaso? Porque el teatro en nuestra España se ha convertido precisamente en eso: en un gran juego de ruleta fracasado al que acudimos con un capital tan minúsculo como nuestras esperanzas. Juego en el que además esperamos ganar y convertirnos en los empresarios que lo manejan y en el que a lo sumo conseguiremos recuperar el dinero para el autobús.
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