¿Puede tu madre escribir un best-seller? ¿O tu abuelo? En principio nada les detiene de ponerse a aporrear un teclado, subirlo en Kindle, que algún editor se pase por ahí y, eventualmente, publicar un libro que venda cien mil ejemplares. Así que, ¿por qué no lo hacen? ¿Por qué todo el mundo pierde el tiempo aprendiendo a escribir cuando es tan fácil como juntar unas cuantas hojas y esperar a que te caigan los billetes? ¿No hicieron lo mismo Bill Gates, Jeff Bezos y el muermo de Apple? ¿No empezaron ellos en un sencillo garaje y ahora están forrados? ¿Están los escritores pidiendo demasiado? ¿La razón por la cual no nos hacemos ricos es porque la mayoría de los pisos en España no tienen garajes? ¿Es esta nuestra cruz?
Embed from Getty ImagesSubir tu novela a Kindle es el nuevo garaje de Apple de los escritores. Un escritor de novela policiaca, una escritora de chick-lit, una escritora de novela histórica: you name them. De alguna manera u otra, todos comenzaron autopublicándose en Amazon o en la plataforma tecnológica de su preferencia y consiguieron convertirse en escritores publicados y reconocidísimos. Todos parecen compartir una biografía de outsider (alguien que no hizo carrera universitaria, alguien que no aprobó la selectividad, alguien que trabajaba en un trabajo que no valoraba sus competencias) en la que alguien como tú, ¡sí, tú!, sin necesidad de contactos editoriales, capital social, agente literario o demasiado conocimiento de la ortografía castellana puede, de la noche a la mañana, convertirse en un superventas. ¿A qué esperas, ignorante?
Lo sospechoso de esta historia repetida es que probablemente ninguno de los escritores sean quienes la cuenten. Lo hacen por boca de la directora de márketing de su editorial o de Amazon o la plataforma de publicación en cuestión. Gente, a estas empresas les va el negocio en vender historias así. ¿Cómo vas a vender tu plataforma si la mayoría de los libros que se publican venden diez ejemplares?
No te van a contar que esos escritores han escrito cientos de hojas, han llamado a muchas puertas, se han comido correcciones infumables, tienen muchas habilidades de cabildeo o han convencido a un agente literario y, en casos como el de Sánchez Dragó, han decidido contratar a alguien para que les escriba los textos. Los directores de márketing y de las plataformas te cuentan que escribir y publicar es tan sencillo como pergeñar un Word, subirlo a una web y esperar que el director editorial se ponga en contacto con ellos. La mayoría de las editoriales no aceptan manuscritos no solicitados, pero los directores editoriales pasan las horas muertas en Wattpadd para encontrar a la nueva promesas del orbe literario. El mundo editorial está muy loco.
Llegados aquí, ¿qué tiene que tener un bestseller? ¿Son buenos los bestsellers, o son el cáncer de la cultura? ¿Es literatura basura? ¿Es mejor escritor el que le toca la fibra a un millón de lectores o el que hace llorar al secretario del club de ajedrez de Torrelodones? A mí, cuando me preguntan esto, siempre respondo que si tuviera la fórmula del best-seller, no estaría escribiendo un blog: estaría pagando impuestos en Andorra. En general, hallar la fórmula del best-seller tiene algo de alquimista o de apostador: es perder el tiempo improductivamente. Piensen en esto: el escritor de las Páginas Amarillas aún se pregunta cómo es posible que su libro haya sido hasta hace poco uno de los más leídos en el mundo y que, súbitamente, su popularidad haya quedado en nada.
¿Qué hacer?
Ya lo dije en otra entrada del blog: escribir siempre es un ejercicio de ética y uno siempre debería escribir conforme a lo que le dicta su conciencia, sus emociones y su inteligencia. En clase nos topamos con demasiada frecuencia con el autor que cree saber la fórmula, que cree conocer lo que le gusta al público porque ha leído las novelas más vendidas y ha detectado un patrón. Acude a las clases a confirmar ese patrón: como el ingenuo que se deja el dinero en criptomonedas o en quinielas porque ha señales en sus lecturas. Pero lo que suele ocurrir en todos estos casos es que uno solo ve aquello que sobrevive a la estantería y está ahí. No ve la ingente cantidad de novelas de crímenes, romance, aventuras o históricas, que siguen esquemas calcados y que, sin embargo, nunca llegaron a venderse. Tiene un nombre: el sesgo del superviviente. Por qué una novela se convierte en un superventas y otra similar no es otra aterradora señal del universo en el que vivimos: un universo enteramente dominado por el caos.
Uno debe escribir lo que le divierta, lo que le provoque pánico, lo que le enamore y abrazarse al caos como se lanza al estanque que hay bajo el cieno oscuro, de otra manera, resultaría imposible vivir.
(PD: Un gran escrito sobre un tema similar de un agente literario, Schavelzon: Maldito Mercado)