Charla pronunciada en Salt sobre el Teatro del Oprimido

Muchas gracias a todos por venir a esta charla. Mi nombre es Raúl Quirós Molina y soy profesor de teatro y política en Pa’Tothom. He de decir que estoy muy emocionado por estar aquí, en Salt, hablando de Teatro del Oprimido, de política, de pedagogía, de xenofobia y del trabajo que hacemos en Pa’Tothom.

Me siento tentado de contaros la historia de Pa’Tothom, de Jordi y Montse, que son las personas que crearon esta asociación teatral y política, pero creo que no hay mejor presentación que contaros qué hacemos en Pa’Tothom, porque en el teatro, como en la política, lo que moviliza a los participantes no es la historia o la nostalgia, sino la acción en el presente.

Digo que Pa’Tothom es una asociación política y más allá de ello que es una asociación política radical. Y si esto os asusta, lo que sigue os hará huir. Es radical porque parte de ideas radicales: que el estado actual de las cosas en este mundo, que la crisis, el racismo, la homofobia, las diferencias salariales entre hombres y mujeres no son circunstancias naturales, no son cosas que surjan así, como setas en el bosque y con las que tenemos que lidiar, y que la vida siempre ha sido así y nunca cambiará y que lo mínimo que tenemos que hacer entonces es escribir muchos tweets enfurecidos, y «ayudar» a nuestra mujer o novia en casa o acoger a un refugiado en casa. Que todo esto está muy bien y nos hace sentir mejor, pero no ataca a la raíz, no explica de dónde surge esa diferencia y porqué todos estos hechos, la diferencia salarial, el racismo, la homofobia responden al actual sistema político y económico y se sirven de ellos y de nosotros para perpetuarse y que si no se cambia desde esa raíz, se repetirá y perpetuará. Para estudiar y confrontar estas inercias, en Pa’Tothom nos servimos del teatro y más en concreto (aunque no exclusivamente) del Teatro del Oprimido.

Muchos de vosotros ya conoceréis algo del Teatro del Oprimido, sabréis que se trata de un tipo de teatro donde uno puede salir a escena y tratar de deshacer algún lío que ha ocurrido en la obra. Son normalmente obras que tratan de alguna injusticia social, el maltrato, la prostitución, el bullying. La obra trata de un protagonista, un oprimido, que trata de luchar contra el origen de esta opresión, normalmente personificado en un opresor: el marido maltratador, un skinhead, el chulo, el jefe que no te quiere pagar. El oprimido está ahí dale que te pego durante quince o veinte minutos tratando de que no le opriman y finalmente fracasa. Y entonces se le pide al espectador que detenga la obra, que entre en la misma y que trate de hallar una solución a ese fracaso y que el inmigrante, la mujer maltratada o la prostituta estén menos oprimidos y toda la pesca. Esta es la versión sencilla del Teatro del Oprimido y la que más se ve en festivales y en asociaciones y es muy divertida, pero es justo decir que normalmente no tiene ni pies ni cabeza. Trataré de explicar porqué.

En primer lugar, debemos plantearnos qué significa ‘estar oprimido’, y tal vez, podamos saber si se puede hacer algo así como un teatro de del oprimido que sirva para los propósitos de romper esa opresión y conseguir agrietar el statu quo, que como insinuaba más arriba, es la conjunción de estructuras y poderes (fácticos, económicos, políticos, históricos)  que perpetúan las desigualdades en la sociedad.

Por ejemplo, ‘ir al cine y que los niños no me dejen escuchar la película con sus palomitas y sus gritos’ no es una opresión, porque ni los niños, ni las palomitas, son grupos o elementos de opresión, no hay algo así como un grupo de oprimidos por los niños que comen palomitas y las consecuencias en la vida y en la libertad individual y colectiva de que esos niños ruidosos existan es nimia. Es un ejemplo un poco tonto, pero ha salido en talleres y es más frecuente de lo que nos pensamos.

Otro ejemplo: «a mí lo que me oprime son los mendigos», bien, fantástico, genial, que a una persona de bien le moleste acudir a sacar dinero y encontrarse con un mendigo allí tirado es algo legítimo, pero tratarlo como «opresión» es una idiotez como un piano, sobre todo porque los mendigos no detentan ningún tipo de poder económico, político, ideológico sobre el resto de la sociedad, y porque a fin de cuentas esta persona puede sencillamente ir a otro cajero, y el mendigo seguirá siendo el mendigo y seguirá durmiendo donde pueda y el otro tendrá el dinero bien calentito en La Caixa o en el BBVA.

Un último ejemplo, muy recurrente y que nos va a meter en el ajo: típica obra de teatro donde solo se muestra una mujer maltratada que recibe palizas día sí y día también y en la que se pide al público que intervenga y haga de mujer maltratada y trate de solucionar esa opresión. Oiga, es como pedirle al condenado a muerte que luche contra la opresión a la que le somete el verdugo cuando lo va a ahorcar. Aquí no estamos haciendo «Teatro del oprimido» sino «Teatro de la víctima» y ahora explicaré qué diferencias hay entre ser un «oprimido» y ser una «víctima». El oprimido, al menos, empieza a vislumbrar la causa de su opresión, empieza a conocer que hay unas reglas, una estructura, un sistema que lo perpetúa, al menos no lo ignora, pero si el protagonista es una víctima, podemos caer en un error fatal: es darle la oportunidad al público para condenar a la mujer maltratada en su miseria. Tipos de respuesta que se obtendrán cuando la mujer es presentada como víctima:

– Que la mujer le abandone.

– Que la mujer denuncie.

– Que la mujer se lo diga a sus familiares.

Pues bien, el problema de este planteamiento es que la mujer maltratada, en este caso que he expuesto, ya es una víctima: cuando alguien te está dando palizas en el comedor de tu casa es porque un sistema entero te ha fallado, cuando no has tenido ni la más mínima oportunidad de saber que el pescado ya está vendido. Que no se trata de que el tío que está abusando de ti sea malo, bueno o regular, sino que la violencia contra las mujeres empieza con cosas tan sencillas como que cobren menos que los hombres, que tengan que estar guapas, llevar hijab o no, minifalda o no. Cuando te van a fusilar, cuando el skinhead le prende fuego a un refugio es porque se han agotado todas las posibilidades. Presentar a una víctima como responsable de su propia opresión (y ojo, dijo «víctima» y no «oprimido») es condenar a la víctima a su miseria y es repetir el mensaje neoliberal de que cada uno es responsable de su propio destino: perdone, pero yo nunca elegí que mi marido o mi pareja me maltratara. No creo que nadie lo haga cosas así.

Trataré de hacer entonces una aproximación a lo que significa ser o estar oprimido: es pertenecer a un grupo que se relaciona con otros en inferioridad de condiciones.

Repito: PERTENECER A UN GRUPO.

Esto es fundamental para entender las opresiones: nunca son individuales, sino colectivas. Yo, por ejemplo, que me meto mucho en los debates sobre la prostitución y salgo escaldado, alucino cuando salen en la tele prostitutas blancas, jóvenes, catalanas, españolas hablando de lo fantástico que es disfrutar de tu propio cuerpo, del mucho empoderamiento que concede ser dueña de tu destino, y ser libre para hacer lo que te venga en gana en el sexo y que elegir ser prostituta es una nueva forma de activismo. Fantástico, lo aplaudo pero ¿cuándo nos ponemos a hablar de la industria del sexo, de los empresarios de prostíbulos, y de si la elección es verdadera elección o simplemente ser prácticos económicamente? Entre ganar 1000 euros en un McDonalds al mes y 1000 euros por pasar una noche con un cliente, y tengo que pagar un alquiler, comprarle los libros a mi hija, enviar dinero a mi madre, etc. Pues miren, a mí no me digan qué hacer con mi cuerpo. Pero jamás preguntan por qué las cosas son así o si se pueden cambiar: es el «sálvese quién pueda», yo, que soy blanca, joven y española o catalana, que me puedo permitir pagarme una página web y un agente de prensa, que puedo ir a la televisión a hablar de cómo el sexo es maravilloso y liberador no me pregunto, ni siquiera planteo qué mundo es este en el que existe que tal cosa como pagar por sexo, que los que pagan por sexo en su inmensa mayoría son hombres y que esa sea una opción de empoderamiento femenino aceptable, si no existe alternativa posible u otros empoderamientos donde la integridad física, sexual, moral, psicológica de tu grupo social esté en riesgo. Repito, ser oprimido es pertenecer a un grupo oprimido, a un grupo que está en una desigualdad, ser musulmán en una sociedad católica, ser mujer en una sociedad patriarcal, ser lesbiana en un mundo regido por lo hetero, percibir un salario en el mundo de la plusvalía empresarial. Lo que esta prostituta joven, blanca y empoderada no ve, no quiere o no puede ver es que las opresiones son transversales y no oprimen por igual a todos los miembros de una comunidad.

Para entender esto me voy a valer de una metáfora: imaginad que unos alienígenas vienen a la Tierra y se detienen en un cruce de carreteras con semáforos: ellos podrán entender, después de muchas observaciones, que los coches se detienen con la luz en rojo y continúan con la luz en verde, que la combinación de luces permite que los peatones crucen por el paso de cebra, etcétera. Todo esto lo podrán entender los alienígenas sin mayor dificultad, pero lo que no podrá entenderse a simple vista es por qué, quién y cómo ha impuesto esas reglas ahí, no entenderán que hay un código de circulación en vigor, que hay unos policías que te multan si te lo saltas y unos jueces que te meten en la cárcel si pillas a un peatón, y no entenderán que todos los participantes hayan internalizado estas reglas, este sistema coercitivo por el que todo el mundo se rige y que hace que la circulación no sea el caos más absoluto. Pues bien, el teatro del oprimido y Pa’Tothom va de presentar esta situación tal cual, sí, con mujeres, con inmigrantes, con chavales, con presos, pero entendiendo el sistema de circulación, el sistema judicial y policial que hace que las injusticias que padecen se perpetúen y que nos atañen a todos.

El oprimido es, además, alguien que puede elegir y puesto que puede elegir puede luchar contra la estructura opresiva y es alguien que tiene contradicciones: un hombre negro sufrirá opresión por ser negro, pero al mismo tiempo pertenecerá a una clase opresora: ser hombre. Bien, el teatro del oprimido es una herramienta que sirve para activar a los oprimidos, a hallar no solo las causas y el funcionamiento de su opresión sino también a buscar posibles aliados para deshacer o confrontar esa opresión. Es por eso que es un proceso artístico, político y radical en el cual los oprimidos tratan de hallar las estructuras opresivas que los someten y qué posibilidades tienen de encontrar ventanas donde terminar con esa opresión. Por ello se hace necesario que el Teatro del Oprimido lo hagan los oprimidos y, sobre todo, que los oprimidos tengan conciencia de serlo: no es una herramienta de adoctrinamiento ni de buenrollismo.

Yo, que soy blanco, de Madrid y de raíces cristianas no puedo tener la cara dura de pretender saber qué hacer con las penurias que puede pasar un musulmán en Salt, o un refugiado en Siria, o una prostituta, puedo acompañarle, puedo investigar en mi propia clase qué privilegios tengo y cómo esos privilegios le oprimen, pero no puedo hablar por él. Esta es quizás la parte fundamental del teatro del oprimido: son los propios oprimidos los que toman las riendas del proyecto artístico y político. El creador del teatro del oprimido, Augusto Boal, decía: el teatro del oprimido es un ensayo para la revolución. Cuando internalizamos el proceso de deconstrucción de una opresión, cuando analizamos las causas y los agentes, y sobre todo, cuando observamos cómo nosotros también pertenecemos a este proceso podemos empezar a cambiarlo y con ello cambiar el mundo que nos rodea.

Bien, pues este tipo de cosas hacemos en Pa’Tothom, que es la asociación radical y política de la que venía hablar. Estamos instalados en el Raval, que es un barrio precioso en Barcelona, y que está sufriendo uno de los ataques más brutales por la especulación inmobiliaria y turística que yo haya visto. Tiene una población inmigrante bastante elevada y además empobrecida (porque nadie se mete con los inmigrantes con dinero de, por ejemplo, el Passeig de Gràcia) y, como en estos casos, los discursos dominantes son los mismos que en cualquier parte del mundo occidental, que si hay muchos pakis y son terroristas, que hay redes de pederastia, que si se vende droga, en fin, todas estas mierdas que no son más que intoxicaciones para derruir el tejido social y asociativo del barrio.

Os quiero contar una cosa sobre el Raval que a mí me impresionó cuando llegué: la cantidad de cámaras de vídeo que hay. Pensad en el Raval como una ciudad dividida en tres partes: la parte de los guiris-hipsters, todos aquellos que se quedan cerca del museo de arte contemporáneo con sus monopatines y sus Ipods, donde están todos los hostales y tiendas de bicis antiguas. Después está la parte más vecinal, que es donde está Pa’Tothom, y la parte más inmigrante, por así decirlo, que es donde están los negocios de los pakis, tiendas de teléfonos móviles, electrodomésticos de segunda mano y cosas así. Pues bien, las cámaras de vídeo están instaladas en estos dos últimos lugares, se dice que por seguridad, pero a mí me hace mucha gracia. Porque ¿quién coño querría robar en la zona pobre del Raval? ¿Es más, quién robaría en el Raval? Para eso me iría a Pedralbes, donde viven los directivos del Barça y donde tendrán sus casas llenas de joyas y trastos tecnológicos de primeras marcas. En el Raval a lo mejor puedes robar una secadora de veinte años de antigüedad o las bragas de una vecina. Pero no: la cámara tiene un sentido semiótico, es que incluso podría estar desenchufada y cumpliría su función. A la gente del barrio le está diciendo: ojo, te vigila, y cuando alguien te vigila es porque eres capaz de acciones dignas de ser vigiladas, a nadie se le vigila por ser buena persona. Al turista o al guiri le dice: ojo, que vas a entrar en una zona chunga pero tranquilo, que lo vemos todo desde aquí.

En Pa’tothom se habla de todo esto que os he contado pero con más gracia y salero, se enseña a los alumnos a organizar talleres de teatro del oprimido y a trabajar opresiones, es decir, se educa en Teatro del Oprimido, se educa políticamente y de manera radical. También se hacen cursos como el que yo llevo, que es Teatro y Política y en el que utilizamos la historia del teatro (los griegos, Shakespeare, Brecht) para entender el mundo en el que vivimos, y donde tratamos de pensar colectivamente, de activarnos políticamente. También hay clases de interpretación, dramaturgia, movimiento actoral, es decir, es una pequeña escuela de teatro pero que no quiere competir con las grandes escuelas de teatro clásico como el Institut o el Col·legi de Actors, nuestros alumnos son gente de todo tipo: tenemos al grupo de joves, que acuden a Grenoble cada año con una obra nueva a un festival de teatro, las madres del Bon Pastor, que es un grupo de madres de diversos orígenes que tratan temas relacionados con la maternidad (y que llevan 7 años dale que te pego), también trabajamos con presos, con chavales que se «han caído» del sistema educativo, con gente bienpensante, con activistas, con gente que no tiene ni puta idea de nada pero quiere tenerla. Hay una máxima de Boal que dice: «El teatro del oprimido lo puede hacer cualquier, incluso los actores», pues bien, imaginad que magnífico caos tenemos ahí metido.

Diréis, todo eso está muy bien pero más o menos vivimos en un mundo en el que los problemas se van limando, ahora tenemos la Ley contra la violencia de género, los gays se pueden casar, la peña sale a protestar e impide que el autobús de HazteOír haga el cafre por ahí, no estamos tan mal, ¿no? Con educar a los críos y a la gente en no pegar al negro ni a las mujeres vamos bien. No, no vamos bien, hay que ir más allá. Porque corremos el riesgo de ir poniendo tiritas, de ir «tolerando» es decir, «dejar participar» a las minorías, pero no enfrentarnos al poder que las oprime y que nos oprime. Les voy a dar un ejemplo. Yo viví en Londres durante cinco años y me vine a vivir a Barcelona en 2015, justo antes del Brexit. El Reino Unido es ahora mismo la quinta o sexta potencia mundial y tiene un sistema de defensa, que en realidad es un sistema de ataque nuclear, llamado Trident que les cuesta 250 mil millones de euros / libras. Estoy hablando de un sistema de defensa que les cuesta todo el dinero que genera Grecia o Israel en un año. Pues bien, en el barrio donde yo vivía, Tower Hamlets, que tiene también una inmigración importante de zonas como Pakistán o Bangladesh, donde también hay «células terroristas», «mezquitas peligrosas», «prácticas religiosas medievales » y mandangas del estilo (¿os dais cuenta de que el cuento es el mismo aquí, allí, en Bruselas, París…?) la pobreza infantil era del 50%. Es decir, uno de cada dos niños sufría de pobreza. ¿Es por que son moros? ¿Es porque es su cultura? ¿Es que son felices siendo pobres? Hablamos de la quinta potencia mundial, una de las democracias más antiguas, blablablá que permite que haya zonas del país donde los niños no coman lo suficiente, pero sí, por ejemplo, que se renueve un escudo antimisiles que cuesta 200 mil millones de libras. Uno podría pensar: ¿qué demonios tiene que ver una cosa con la otra? Pues mucho: ese escudo antimisiles, como la cámara de vídeo, son signos, unidades semióticas: hay pocos países, acaso ningún país beligerante al Reino Unido con capacidad nuclear lo suficientemente potente como para requerir una respuesta de esa magnitud pero sirve como advertencia, es como plantar un gigantesco pene al lado del Big Ben y decir: aquí estamos nosotros, somos Gran Bretaña. Y con todo, el riesgo de que niños malnutridos, abandonados en sus barrios, se acerquen a posiciones radicales y terminen por cometer atentados contra su propio país es algo más peligroso y probable que los sirios o los coreanos bombardeen Londres o Devon. Si yo paso hambre y veo que mi gobierno se gasta 200 mil millones de euros en defensa cuando no puedo comprarle leche a mi hijo, os puedo asegurar que yo mismo me apunto a la yihad, aunque no tenga ni idea de lo que es. Que los niños de Tower Hamlets, musulmanes o no, radicales o moderados, se mueran de hambre, no es algo casual: es algo político. Porque no es una cosa de «integrar» a los musulmanes, a los gays, a las lesbianas, a los negros, ¡si integrados ya están! Si no estuvieran integrados Salt, Barcelona, París, Lonndres hubieran ardido hace mucho tiempo, es que todo el aparato político, ideológico y del estado están puestos al servicio de que acepten la opresión y la injusticia como algo natural y cuando alguien se rebela, cuando a alguien le da por protestar se le indica cortésmente su lugar. ¿Cuántas mujeres de las que hay aquí aún andan con miedo por la calle, cuántas naturalizan que de vez en cuando hay que «aguantar» los piropos del jefe, los cuidados de los niños, y cuántas, a raíz de estas opresiones no pueden vivir sus vidas en plena justicia, como proponen los estados modernos?

Sigo con el Reino Unido. Si ustedes siguen la política británica, sabrán que existe un partido, llamado UKIP, que es el equivalente al Frente Nacional, a Plataforma por Catalunya o a Donald Trump, son partidos que cada vez ganan más adeptos (el UKIP, aunque no tenga representación parlamentaria, fue el impulsor del Brexit y se llevó nada menos que 5 millones de votos en las últimas elecciones), pues bien, el problema está que los Tories, para no perder votos, tuvieron que hacer suyos ciertos postulados, es decir, tuvieron que metamorfosearse en una suerte de UKIP pero que no fuera tan descarado, lo mismo le pasa al Partido Socialista Francés, al Partido Demócrata norteamericano, lo hace el PSOE, etcétera, es decir, se ha utilizado la crisis para propagar una serie de ideas racistas, homófobas, misóginas y presentarlas como baluartes de la incorrección política, es decir, se justifican palabras y luego actos de opresión como actos de liberación (liberarse de la corrección política, del buenrollismo, que el pobre hombre blanco heterosexual, que ha perdido sus privilegios, de un golpe en la mesa). Esto es fascismo puro y duro, y estamos en el siglo XXI.

Os puedo asegurar que a pesar de la seriedad de mi discurso, en Pa’Tothom reflexionamos y actuamos desde el juego teatral, desde la imagen pero también desde la cabeza y desde el corazón. Lo malo que tiene el teatro del oprimido y el teatro político es que tienen una fecha de caducidad muy cercana porque el poder, el capitalismo, el heteropatriarcado encuentran siempre estrategias novedosas y originales para colarnos sus preceptos, para introyectarlos en nuestra forma de pensar y de comportarnos frente al mundo, es por eso que es una batalla que se ha de hacer permanentemente y en la que tratamos de integrar todos los saberes, todas las inseguridades y toda nuestra energía para combatirlo.

Muchas gracias.

Comentarios

Anna Miquel dice:

Raul, que interesante!!!
Un abrazo
Anna Miquel

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