Hacer como si

Los primeros capítulos de los manuales de escritura creativas tienen títulos sugerentísimos La Cueva del Escritor, El Primer Resplandor, La realidad Transubstanciada (Escribir, Enrique Páez); El comienzo, El Autor Omnisciente, El Suspense (David Lodge). Conforme uno navega diversos libros de estilo y creación o ensayos sobre la ficción se da cuenta que los temas, los ejercicios y las reflexiones más o menos abundan en lo mismo, con títulos chipirifláuticos o sencillotes, sin que esto sea un demérito en modo alguno. Parece hasta natural empezar un libro sobre escritura creativa hablando de cómo comenzar un relato, qué tipo de personas y personalidades son más apropiadas para escribir, qué es un narrador o cómo se construye un personaje realista. Como digo, pocas objeciones.

Con todo, no deja de ser paradójico que el asunto de quién va a leer tu originalísimo cuento sobre el día en que tu gato persa se quedó atrapado en el armario de la escoba no merezca un capítulo o unas líneas a los enseñantes de escritura de ficción. Que dar a entender que, al otro lado del libro hay una señora o señor que ha decidido ponerle ganas y, en ocasiones, dinero, para recibir aquello que el escritor ideó e imprimió un día en un papel, no parece importar demasiado: como si de lo que se tratara en la enseñanza de la escritura creativa es de ir evacuando historias de nuestra frenética imaginación sin menor consideración sobre la salud mental de quien las vaya a leer.

Solo John Gardner parece insistir una y otra vez en la creación del sueño vívido y continuo en la mente del lector como alquimia fundamental entre el viaje que va de lo escrito a la imaginación del lector.

Ya he señalado anteriormente una serie de características comunes a toda buena novela: creación de un sueño vívido y continuo, generosidad por parte del autor, contenido intelectual y fuerza emotiva, elegancia y eficacia, e intervención de lo extraño.

Cómo ser novelista, John Gardner

Si uno se ha esforzado en aprender a escribir frases hermosas y sólidas, si consigue evocar a voluntad el sueño vívido y continuo que genera la obra literaria, si tiene la generosidad de tratar con consideración a los personajes imaginarios y al lector, si ha sabido conservar las virtudes de la infancia y no se contenta uno con obtener resultados claramente inferiores a los de la literatura que admira, la novela que escriba, tras las necesarias revisiones, será de las que se puede estar orgulloso, de las que sin duda alguien, tarde o temprano, se alegrará de publicar.

Cómo ser novelista, John Gardner

Generalmente, el escritor que se preocupa más de las palabras que de la historia (personajes, acción, escenario, ambiente) no consigue crear ese sueño vívido y continuo: se estorba demasiado a sí mismo; embriagado de poesía, no distingue el grano de la paja.

Cómo ser novelista, John Gardner

Solo el gazmoño y el hortera escriben sin pensar demasiado en quién leerá su escrito: inundan su cuento de adjetivos inmundos, distraen la prosa con tramas innecesarias y personajes de cartón-piedra, le dan una buena ración de faltas ortográficas y sintácticas y, en general, ponen toda su energía creativa en expulsar, alienar y maltratar al lector. Al que, irónicamente, luego le piden comprensión y sensibilidad.

Por eso, como profesor, considero imprescindible enseñar al autor novel qué es eso del pacto de ficción, cómo funciona y hacer que lo cumpla como un mandamiento divino antes de especular sobre narradores, personajes o tramas.

El pacto de ficción es aquel reconocimiento entre el escritor, lo que escribe y el lector. Los tres participantes acuerdan hacer como si aquello en el papel fuera o hubiera sido real, que el universo dibujado es coherente según sus propias reglas y por lo tanto lógico y comprensible y a partir de ahí, tiran millas. La niña que escucha a su madre contarle el cuento de La caperucita roja o El cuervo y el zorro sabe, salvo desastre pedagógico, que los lobos, los cuervos y los zorros no hablan y no detienen a niñas en mitad del bosque para preguntarles a dónde van con aquella cestita, pero en un ejercicio de imaginación a dúo hacen como si todo aquello fuera real. En ese como si se encuentra todo el pacto de ficción. Por eso, cuando la madre se equivoca y cambia el orden de los hechos o los personajes o trata de cambiar el final para que todos los personajes sean buenos y eco-friendly al final, la niña se rebela contra ese asalto a la lógica del cuento, urge a la madre a que recomponga la historia y la reconduzca a ese sueño vívido y continuo donde los malos son castigados y los buenos premiados.

Lo que se pide a la ficción no es que se acerque a la realidad, sino que sea verosímil, es decir, que contenga verdad. Si la ficción solo pudiera ser realista, no podríamos leer a Stanislaw Lem o a Ursula K. LeGuin más que como pasatiempo, ni valdrían un duro los cuentos infantiles. Y la verdad se puede expresar de muchas maneras, pero también es muy frágil y se rompe con facilidad:

  • Permitiendo que los actores de esa verdad actúen en contra de su voluntad: Bernarda Alba apoyando a sufragistas.
  • Planteando conflictos a los que que se da una resolución ridícula: el detective que encuentra una carta en la que se deduce quién es el asesino.
  • El estilo pomposo.
  • El estilo chabacano.
  • Las faltas de ortografía y los anacolutos.
  • Los errores de continuidad en la historia.
  • Los personajes explicando su propia biografía, para que el lector los entienda.
  • El narrador justificando a los personajes malvados porque tuvieron un pasado traumático.

Si el pacto de ficción es un acto de imaginación colectivo, ¿cómo evitar su ruptura? Hay un par de recomendaciones infalibles. La primera: escribe de lo que conoces. La segunda: escribe lo que a ti te gustaría leer. Veremos que es esto más adelante.