Categoría: escritura

Los hombres y las mujeres del fondo

Mientras leía El cielo protector, de Paul Bowles, me corría la sensación de que no lograba atrapar qué era lo que hacía la desventura de Kit, Port y Tunner tan fascinante. Veía una triada esnob y pudiente que saltaba de pensión en pensión y de tren de primera en tren de primera mientras se engañaban, pagaban por sexo o dormían siestas interminables tras embotarse de champán. Solo conforme van penetrando en el Sáhara, fui entendiendo la lenta pero elaborada ironía de la novela, que tiene su cénit en una Kit desquiciada protegiendo un dinero que de nada le sirve en las fronteras del desierto. Incluso ahí, en el final de la novela, las reflexiones existencialistas de Port, el aventurero original, resultan ridículas y pretenciosas frente a un Sáhara intocable y mudo: llega a escribir Bowles que ante el desierto, no hay filosofía que valga.

Los colonos franceses con los que se topan son otro tipo de habitante: han aceptado su posición como cuerpo extraño en el lugar y se han blindado contra ellos: son militares, tenientes, agentes diplomáticos que se guardan en fortalezas y racionan el contacto con la cultura. Sin embargo, los americanos quieren la experiencia real y por eso profundizan más y más en el desierto, como agonizan en interminables cuitas sobre el significado de sus vidas y amores.

Los árabes son desde el principio porteadores, camareros, proxenetas de poca monta, limpiadoras que llevan maletas de un lado a otro, que cambian del árabe al francés o al inglés para que los americanos puedan vivir una experiencia adecuada a sus expectativas, en otras palabras, que sigan en su Disney World árabe sustentado con dólares y francos. De ellos se llega a decir que parece que no tengan alma, que son objetos del fondo de la imagen, puestos adrede para que el viaje sea lo suficientemente exótico para los visitantes, pero no tan exótico como para que se les vuelva hostil y violento. Que es lo que finalmente ocurre.

Paul Bowles Wikimedia.

Regalarse la desaparición

Hace un tiempo decidí cerrar definitivamente la última red social en la que mantenía un perfil. Años antes había clausurado la cuenta de Facebook y dicho adiós a más de ciento cincuenta contactos que había ido coleccionando a lo largo de seis años en diferentes paises. La experiencia tiene los mismos tintes que hace tres años, una remembranza agónica sobre qué queda después de desaparecer de una red social: ¿dónde van los contactos? ¿Qué pasará con la proyección de la imagen pública, tan esencial para la promoción del perfil de un autor?

La inmanencia de las redes sociales en la vida contemporánea ha sido tan naturalizada que cuesta imaginarse el tiempo en el que no existía la necesidad de abrir un perfil y perseguir las fotografías o comentarios de nuestros conocidos y amigos. La prevalencia está tan extendida que salir de la red social está visto como una subversión o en el mejor caso, una forma de rareza digital. ¿Cómo existir y cómo hace saber a los demás que existe, si uno no lo muestra?

La imaginación del escritor queda condicionada por la propia gramática de la red social.

No se trata de apostar por una tecnofobia calculada o abogar por una retirada ordenada a las cavernas y a la retrotopía de un mundo sin teléfonos móviles ni ordenadores: eso también ya una ficción que hemos aprendido y explotamos acríticamente. La propia retirada, como tan bien saben los artistas, escritores, músicos, que han decidido largarse de la gran ciudad y retirarse a la casa rupestre va acompañada de una teatralidad (documentada en entrevistas, fotografías incluso documentales) que no sería tan resultona si la marcha fuera una ciudad mediana o a un piso en un bloque en las afueras. La imaginación del escritor queda condicionada por la propia gramática de la red social.

Era necesario estar ahí, de cualquier modo, porque aquello era condición para promocionar los libros u obras de teatro que surgieran.

La contrapartida a la presencia del escritor en las redes no es inocente: la exposición constante a la arbitrariedad del algoritmo fabrica un mundo mental en el que no cabe lo espontáneo, lo ridículo, lo sorprendente, que son el sustrato de la creación. He vivido fragmentos de vida de mis amigos y desconocidos, he visto cómo el cuerpo de las mujeres se utiliza como reclamo publicitario, he comprobado como mi capacidad para imaginar historias largas ha mermado hasta lo bobalicón y todo por una prestación que nunca llegaba, un éxito que nunca se tradujo en mejores condiciones o mayores ventas. Era necesario estar ahí, de cualquier modo, porque aquello era condición para promocionar los libros u obras de teatro que surgieran.

Todavía hay algo más importante que la autopromoción neurótica: escribir.

El argumento de la presencia no concluye nada: la lista de autores que venden año tras año más de lo que uno pueda imaginar y que no tienen red social es importante. Las obras de teatro que llegan a una sala lo hacen más por el azar que por el número de seguidores: no estamos aún en ese lugar donde el número de fans decide qué se publica o no. Todavía hay algo más importante que la autopromoción neurótica: escribir.

En la red social he vivido intermitentemente en la vida de seres queridos y me han asomado solo a fragmentos seleccionados de sus éxitos y alegrías; y he sido poco expuesto a sus miserias o partes oscuras. He sentido cientos de veces el aguijón de la envidia y posteriormente, el desprecio por uno mismo tras ver cinco o seis veces al día la repetición de un pequeño éxito literario, una charla pagada, un premio concedido. Han sido horas pasadas frente a la pantalla en las que la propia corporeidad de uno mismo queda suspendida y toma la forma de un cuerpo ajeno, un hogar extranjero, una sangre que no es la nuestra.

Hoy es mi cumpleaños y me quiero regalar la desaparición. Retornar lentamente a la orilla donde lo escrito, lo pensado es producto del tiempo y no del ansia, y donde la imaginación del escritor es la que impone el lenguaje que dominará.

Vertedero en Editorial 16

Muy contento de que salga Vertedero, en Editorial 16.

Os dejo con la portada y la sinopsis.

En los tres relatos de Vertedero se explora el lado oscuro de la masculinidad en la generación, supuestamente, más libre y menos prejuiciosa de todas. Tres historias donde la hipersexualidad, las relaciones tóxicas, la publicidad y el borrado de identidades de las grandes ciudades, violentan a sus personajes y los colocan al borde de la neurosis. Deseo y enfermedad, individualismo feroz y consumismo cruzan las páginas para reflexionar sobre la distancia que aún hay entre los discursos sobre nuevas masculinidades y la realidad de estos.

En las tres historias de Vertedero, los personajes siempre están a un paso de desmoronarse. Transcurren en grandes ciudades alucinadas donde la publicidad, la hipersexualidad y el borrado de identidades que celebraron los hípsters se conjuran para ocultar su miedo a las mujeres y a la incomprensión de los otros. Barcelona, Madrid, la precariedad omnipresente transcurren por estas tres nouvelles que son un retrato más realista de la generación de las redes sociales.

Promesas de Año Nuevo

No beber alcohol. No escuchar el lenguaje de saldo de mercachifles. No conceder peso de más a lo que debe ser liviano.

Gastar en aquellos libros que siempre estuvieron ahí, a la espera de ser rescatados.

Sospechar menos, afirmarse más: no tener una opinión sino construir convicciones que uno esté dispuesto a defender.

Creer en lo que dicen los libros, porque unos corrigen a otros y entre todos crean una razón universal, común, fluida.

Mejorar la caligrafía, porque la letra antigua ha de anunciar la futura. Cuidar el cuerpo como quien cuida la inocencia de sus hijos, de sus lenguas.

Ignorar los debates que son pura fantasía, interrogar a la fantasía mismo, constatarlo por escrito.

Preguntar a los personajes de ficción qué hacer con lo palpable, nuestra vida, el trabajo, el tedio.

Escribir lento, porque invita a la reflexión lenta, a la lectura lenta, a la vida lenta.

No exigir al tiempo o al mundo aquello que no era para ti, que nunca pediste, que nunca será, porque de ese modo solo llegará lo que sencillamente es.

Aprender que las imágenes, sonidos, personas que pasan por la cabeza, lo que llamas pensamientos, ‘es’, y que toda adjetivación o interpretación es divertimiento e invitación al desespero.

Vivir, sin apenas saber que vives.

Los caballos inocentes

El pasado 10 de noviembre salió a la venta «Los caballos inocentes», editado por la Fundación José Manuel Lara y se puede encontrar en todas estas librerías.

Esta es la maravillosa portada del libro.